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Actualizado: 15 sep 2018 / 12:33 h.
  • Tierra de ranqueles
    Totem a la entrada del Parque Leuvucó. / Andrea Marina D’Atri
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    Tumba de Mariano Rosas. / Andrea Marina D’Atri
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    Escultura en recuerdo de la exterminada raza ranquelina y de los desaparecidos en las últimas dictaduras militares. / Andrea Marina D’Atri
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El pasado mes de mayo tuve la ocasión de realizar un corto viaje dentro del territorio de la pampa argentina, acompañada del escritor Sergio de Matteo y la periodista y docente Andrea Marina D’Atri, además del escultor Rubén Schaap, con el objeto de conocer la tierra de los indios ranqueles. El territorio es fascinante y en él se sienten otros tiempos y su violencia

Las largas rutas que atraviesan las poblaciones distantes en el sur de Argentina llegan a ser tan monótonas que se tiene la sensación de estar circulando sin avanzar. De tanto en tanto, aparecían camiones que amenizaban el viaje así como vastos rebaños de vacas. Llegamos a Telén, pequeña población ubicada en el oeste del territorio pampeano. A la entrada sorprendía una gran escultura de hierro de donde emergían dos grandes cabezas de más de cuatro metros que sobresalía de la llanura pampeana y frente a ella una «abuela de mayo» en tamaño natural. Las esculturas están dedicadas a la memoria del genocidio de la raza ranquelina y a los desaparecidos de la última dictadura militar. Ambas creaciones a base de hierro forjado, marcan el estilo de nuestro compañero escultor a quien llaman «El Chapito». Trabajó mucho tiempo con las mitologías aborígenes. «Las etnias para mí son fundamentales, de cualquier país, de cualquier lugar, son los pioneros, los sabios, los ancestros, los que han tenido conexión con los astros casi».

Después de una copiosa comida a base de locro, dimos un paseo antes de continuar la ruta que nos llevaría hasta la tumba donde están enterrados los restos de Mariano Rosas. Los ranqueles tuvieron tres grandes caciques llamados Mariano Rosas, Ramón Cabral y Manuel Baigorrita. Había persianas bajadas de comercios que alguna vez fueron rentables, una algarabía de niños jugaba en columpios cercanos y el sonido de centenares de pájaros inundaba agradablemente mis oídos. El cielo tan azul arrastraba nubes como grandes masas que se iba apartando para dejar otras de idéntica forma quizás más abombadas unas que otras, se deslizaban como si fuese el cielo quien se moviera.

En 1878, durante la Campaña del Desierto, nombre eufemístico que encierra una de las matanzas más sangrantes de argentina, el General Roca y su ejército hicieron una batida en las tolderías que acabaron arrasando y quienes pudieron huyeron un poco más al sur, hacia la ciudad patagónica de Neuquén. No pudieron eliminar a toda la población, aunque la diezmaron casi hasta la aniquilación. Paramos el auto a la entrada de la tierra sagrada de los ranqueles, en Parque Leuvucó, que quiere decir «agua que corre». Una ruta terrosa nos llevaría hasta un tótem cuidadosamente colocado sobre un promontorio que anuncia el comienzo del territorio ranquel. Se trata de una figura humana muy alta con una lanza, que representa a la cultura indígena. En su pecho se incrustan 8 niños que simbolizan los linajes de los caciques. Respetamos el silencio del lugar y cada uno se dispersó con sus pensamientos.

Continuamos hasta llegar a la tumba que guarda los restos de Mariano Rosas –su cabeza había estado expuesta en el Museo de Ciencias Naturales de la Plata- siguiendo la costumbre eurocéntrica de mirar al otro como un salvaje. Sus restos habían sido traídos a finales del pasado siglo al mismo territorio ranquel donde nos hallábamos restituyendo así la memoria de su linaje. El monumento está compuesto de un basamento cuadrangular de troncos coronado por un triángulo de cuatro caras, en cada cara se hallan inscripciones alegóricas sobre los ciclos estacionales de la naturaleza. Me senté sobre un tronco de árbol caído mirando hacia la explanada donde se celebra el año nuevo cada mes de junio. Muchos ranqueles llegan de todo el territorio a celebrarlo. Lo sagrado adquiere dimensiones envolventes, un arrullo de silencio, algo que sin duda nos hace más humanos, como si se retornara al lugar del enigmático origen y sentimos que nuestro tiempo se detiene al percibir otra dimensión: la que han querido capturar las religiones. Cada uno por su lado meditábamos en silencio. Sentí la presencia de otros tiempos y su violencia, así como la calma que sosiega en aquel paraje donde noté una forma de vida que no había sido capturada por la muerte.

Un tótem, cuidadosamente colocado sobre un promontorio, anuncia el comienzo del territorio ranquel. / Andrea Marina D’Atri

En el pecho del totem se incrustan 8 niños que simbolizan los linajes de los caciques. / Andrea Marina D’Atri