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Actualizado: 12 jun 2016 / 20:55 h.
  • Adiós a la Selectividad
    Las cifras aturden. Un 90 por ciento de los alumnos superan la Selectividad, luego, ¿es tan necesaria esta prueba? / El Correo
  • Adiós a la Selectividad
    Los nervios y la ansiedad forman parte del estado de ánimo de los que se presentan a esta prueba preuniversitaria. / Efe

Nervios, tirantas y pantalones cortos, tilas, papeles y libros rebosando de carpetas preñadas de fotos de ídolos juveniles, bolígrafos mordisqueados, un suspiro a destiempo, el chicle como ansiolítico, alguna moneda transformada de pesetas a euros según corrían los años, mochilas a la espalda con candados de bicis, un bonobús en la chaqueta y siempre la horrible sensación de estar viviendo el peor momento de sus vidas. Las oleadas de jóvenes que durante más de cuarenta años han tenido que enfrentarse a la Selectividad, crucial para sus carreras, respondían a la imposición legal del Gobierno de someterse a una prueba que garantizaría unas aptitudes mínimas en futuros estudiantes universitarios.

La realidad, años después, ha disipado en parte este objetivo. Las cifras hablan por sí solas. El 90 por ciento de los examinados ha superado la Selectividad. Lo que nos deja en un cruce de caminos: o tenemos una enseñanza preuniversitaria fantástica con unos alumnos maduros y mentalmente preparados, por lo que sobraría la famosa prueba; o es tan sencilla para los alumnos y, consecuente, está tan poco calibrada, teniendo en cuenta los resultados obtenidos, que debe sufrir un cambio evidente.

Si hay algo que está claro es que durante cuatro décadas, sobre todo en las dos últimas, ha servido como instrumento de distribución de los alumnos en las diferentes universidades y titulaciones en función de su expediente académico y el resultado del examen. Y aunque tiene muchos defensores, también carece de objetividad cuando los números clausus altos han dejado fuera de las facultades seleccionadas, en primera petición, a un estudiante con motivación y predisposición para una profesión determinada. Por tanto, para la mayoría de estos alumnos la prueba de Selectividad sólo supone un obstáculo para la carrera que desean.

En esta última convocatoria, que desde el próximo martes citará a los alumnos sevillanos, cerca de 400.000 preuniversitarios han desfilado o lo harán por los campus públicos de España. De nada sirven todos los años y meses anteriores, porque en tan sólo unos días se lo juegan todo. Enfermos o sanos, nerviosos o no, con problemas o sin ellos, tienen que demostrar todo lo que han aprendido en los últimos cursos y obtener la nota suficiente para poder elegir. El nivel de presión, además, no se puede igualar al de un examen normal. Se decide su futuro y esto condiciona el rendimiento, por lo que es más que cuestionable la existencia o no de este tipo de exámenes. «Habría que buscar la manera de valorar no sólo los conocimientos teóricos y la capacidad del alumno para plasmarlos en un examen, sino también aspectos tan importantes como son la vocación, las cualidades personales, la empleabilidad, etc.», expresa Eva Peñafiel Pedrosa, Educadora Social y Psicopedagoga.

FIN DE UNA ETAPA

Los estudiantes se despiden estos días de la Prueba de Acceso a la Universidad (PAU) tras 41 años para ser sustituida el próximo curso por la prueba final de Bachillerato recogida en la Lomce. El Examen, con mayúsculas –tal y como se le ha considerado durante años–, deja cientos de miles de examinados y la eterna pregunta de si ha servido para algo. Y aunque nadie pretende hacer de esta cita nada parecido a lo que ocurre en China, país obsesionado con la educación desde hace milenios y cuyos estudiantes pueden ser incluso encarcelados durante siete años si copian durante el famoso Gaokao –que se convoca con importantes medidas de seguridad–, sí que se espera mucho.

Así, al menos, lo quiso plantear el exministro José Ignacio Wert, aunque del dicho al hecho lo que queda es una reválida que los alumnos deberán aprobar para acceder a la universidad, pero también para obtener el título de Bachillerato. Una de las pocas diferencias que tiene respecto a la prueba que estos días expira su último aliento. Es más, los cambios serán menos de los planteados por Wert y aún es muy probable que pueda sufrir modificaciones. De hecho, Educación y los rectores aún negocian a contrarreloj matices que podrían variar en fondo y forma la resolución definitiva. No cambiarán las sedes tampoco, se seguirá haciendo en las facultades; ni los correctores, los funcionarios continuarán con esta responsabilidad.

Las claves más relevantes de esta nueva prueba serán la desestimación del tipo test, que planteaba Wert, y que Educación se va a reservar el derecho a diseñar las preguntas y establecer los contenidos a evaluar, aunque las comunidades autónomas tendrán que desarrollar las preguntas del examen y fijar las fechas del mismo. Es decir, los exámenes serán diecisiete, pero la nota será homologable para ingresar en cualquier campus español público.

Seguirá existiendo la doble convocatoria para suspensos de la primera o para los que quieran subir nota –que tendrán que estar pendientes de las publicaciones de cada campus, una vez evaluados, para saber con qué materias se podrá mejorar resultados–, y el recuento final tal y como ahora se concibe, es decir, el 60 por ciento de la nota de los dos cursos se sumará al 40 de esta nueva prueba. No obstante, varía en que los preuniversitarios deberán obligatoriamente pasar la evaluación de ocho asignaturas en lugar de cuatro, incluidas materias que no se imparten solo en segundo de Bachillerato. Y, a partir del cambio, se podrán revisar de forma aislada los resultados de algunas materias consideradas fundamentales para estudiar una carrera determinada, como Lengua o Biología y, de este modo, favorecer el acceso al estudiante que mejor nota tenga en ellas.

Los alumnos, como novedad en 2018, ya que 2017 se concibe en este sentido como prueba piloto, tendrán que sacar como mínimo un cinco para poder hacer media, mientras que hasta ahora con un cuatro y el Bachiller aprobado era suficiente.

Aunque no tiene el consenso de los rectores, la Lomce permite que las universidades organicen pruebas propias para seleccionar a sus alumnos. Un asunto que podría marcar diferencias entre los estudiantes, según los mandatarios universitarios, porque no todas las economías pueden permitirse que un hijo vaya de ruta por España a examinarse de universidad en universidad para intentar conseguir una plaza. Además, someter a un aspirante a diferentes exámenes en distintas regiones puede atentar contra la igualdad de oportunidades.

Respecto a aquellos que proceden de la Formación Profesional, no habrá variaciones. Podrán examinarse pero no condicionará el título ya obtenido en los estudios de años anteriores.

UN FUTURO INCIERTO

Para los jóvenes, presentarse a la Selectividad, como ya se ha apuntado, es un antes y un después. La nota se queda, como el NIF, grabada para siempre. Una décima arriba o abajo puede suponer el ingreso o la exclusión de lo deseado. Tras años a sus espaldas, un nuevo mundo se abre ante ellos y el futuro viene con él. Un futuro incierto, descolorido, con la guadaña del paro sobre sus cabezas, los problemas económicos de muchas familias para asumir unas matrículas elevadas, e incluso la terrible obligación de tener que trasladar a un hijo que debe cursar sus estudios fuera de su domicilio habitual. De hecho, y aunque según los datos más del 90 por ciento aprueba Selectividad, también más del 90 por ciento no puede pagar una universidad privada, donde un cinco pelado viene acompañado de unas tasas y mensualidades desorbitadas y prohibitivas para salarios medios.

La mezcla de emoción y de temor por lo que les viene hace que la Prueba de Acceso a la Universidad sea para ellos un momento de inflexión. El último obstáculo que saltar antes de empezar a coger las riendas de su vida, de empezar a tomar decisiones, de dejar atrás los años de infancia y de inmadurez. Una ingenuidad frecuente en estas edades tempranas que provoca ansiedad y la sensación de que ya después no podrán rectificar.

Según datos oficiales del Ministerio de Educación, la tasa de abandono en los dos primeros años de carrera se sitúa en España en torno al 27 por ciento. Unas cifras que deben tranquilizar más que preocupar, porque lo normal es que a los 17 o 18 años nadie tenga todas las respuestas, y que la indecisión los estudiantes la lleven en el bolsillo, junto al móvil. Un estudio de Formación lo constata. Realizado con 17.000 encuestas, apunta que 8 de cada 10 estudiantes no saben antes de iniciar el curso universitario presente qué escogerían.

El futuro académico de estos jóvenes está también pendiente del panorama político. Los campus públicos autonómicos dependen de los partidos que accedan al poder, por lo que es fundamental el acceso a la información para que los alumnos sepan a qué atenerse.

En el caso de no aprobar en primera convocatoria, todo lo anterior se suma a la incertidumbre de no saber si encontrarán plaza en el grado que desean estudiar, que junto a la perspectiva de pasar un verano con la cabeza metida en los libros, da vía libre a la frustración. En muchas ocasiones, incluso aprobando a la primera, los chicos no estudian las carreras que quieren o que demanda el mercado en España porque, pese a que el número de parados de más de 25 años supera el 21 por ciento, los estudiantes no escogen las carreras que pide el mercado laboral.

Es cierto que la Selectividad es una pesadilla a los 17, pero 41 años después quien ha pasado por ella tampoco ha podido olvidarla. Para bien o para mal ha cubierto etapas, ha dado alegrías increíbles e insatisfacciones dolorosas. Hoy, la duda está servida. Con vistas a años venideros, lo que es menester es que lo que nos viene no haga santo a lo anterior.

¿CUÁLES SON LAS CLAVES PARA SUPERAR LA PRUEBA DE ACCESO A LA UNIVERSIDAD?

Unos 400.000 alumnos de toda España están afrontando durante este mes la última Selectividad. Ante este decisivo momento, que da paso a una nueva etapa personal y académica, y cuando la ansiedad y los nervios se llevan todo el protagonismo, ¿cuáles son las claves para salir victoriosos de semejante prueba de fuego para sus vidas? Modesta Pousada, profesora de Psicología e investigadora de la UOC, desglosa cinco puntos fundamentales:

1. Planificación. «Una planificación bien pensada nos ayudará mucho a optimizar todos nuestros recursos: el tiempo que tenemos para preparar las pruebas, los esfuerzos que debemos dedicar y la motivación para poder hacerlo», explica. El primer paso es identificar las materias, los contenidos o las competencias que el estudiante tiene aprendidos y los que no. El segundo aspecto es identificar el tiempo que el alumno tendrá para preparar las pruebas. Hay que hacer un calendario de trabajo que sea «realista, individual y con descansos».

2. Comprender. La comprensión ayuda al aprendizaje y al recuerdo. «Una fórmula que funciona es relacionar lo que estudiamos con lo que ya sabemos o vincularlo con fenómenos cotidianos», concreta.

3. Repasar. Un factor clave que se sabe de la memoria es que el olvido se produce de forma muy rápida, es por lo que hay que planificar varios repasos. El primero debe ser inmediato al aprendizaje; el segundo, al final de la jornada; el tercero se tendría que hacer 24 horas más tarde; y el último, unas horas antes del examen.

4. Marcar cada asignatura con un color. El que durante la Selectividad se hagan varios exámenes en un mismo día puede confundir contenidos entre diferentes materias. «Una manera de evitarlo es hacer nuestras anotaciones o utilizar marcadores de diferentes colores para cada asignatura», explica. Es un método muy sencillo pero que visualmente ayuda al estudiante instintivamente a asociar los contenidos y diferenciarlos.

5. Aprender a gestionar la ansiedad. Muchos jóvenes viven los exámenes con la presión de sentir que se juegan mucho y que su futuro dependerá del resultado que obtengan. «Estos pensamientos no juega a favor del alumno», asevera.