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Actualizado: 16 may 2016 / 10:29 h.
  • El molde de la belleza
    El Discóbolo en reposo, réplica romana de un modelo griego del siglo V a.C., el Diadúmeno, réplica reproducción de un bronce de Policleto. / Pepo Herrera
  • El molde de la belleza
    El pasillo que une el Patio del Reloj y la facultad de Historia. / Pepo Herrera

En el momento mismo en el que sabes que harás un reportaje de la gipsoteca de la Universidad de Sevilla te entran ganas de escudriñar en la etimología. A ver: con raíces griegas, gypsos significa yeso. Theke se puede traducir como depósito, caja o colección. Elegimos la tercera y ya tenemos una primera definición: colección de yesos.

Pero conviene ahondar más.

Tiene todos los datos Luis Méndez, director general de Cultura y Patrimonio de la Universidad de Sevilla y comisario de la exposición, que el mes que viene cumple un año en su nueva ubicación en la Real Fábrica de Tabacos, sede del Rectorado de la institución y de las facultades de Filología y de Geografía e Historia. «Los vaciados en yeso han sido desde la antigüedad uno de los elementos más interesantes para la difusión de las obras de arte. Y esas obras de arte, a través de colecciones que viajaron por diferentes lugares, sirvieron para dos cuestiones. Por un lado fueron elementos y objetos que se coleccionaron porque sustituían al original. Pero también tuvieron un elemento formativo muy importante, porque muchos artistas y dibujantes se formaron a partir del siglo XVIII en las academias de Bellas Artes, en las clases de dibujo, imitando, copiando la belleza clásica». Era un paso previo para comprender la anatomía humana. Luego se pasaba a las clases en vivo, que era el final de la formación: de las obras del mundo clásico hasta los modelos vivos.

Lo cierto es que la Universidad de Sevilla disponía de las esculturas desde hace tiempo, pero las tenía colocadas, con perdón, por ahí, casi de cualquier manera. El trato que se les daba no era el mejor, quizá por el poco valor que se le otorga al yeso, quizá por la escasa valoración que se suele hacer de las copias –aunque la relación entre original y copia, a estas alturas parece claro, es más compleja–, quizá por las dos cosas. Todo un señor consejero de Economía y Conocimiento, ex rector y ex estudiante de la Universidad de Sevilla lo resumió cuando la exposición se inauguró. Ramírez de Arellano recordó entonces cómo, en sus años mozos, «éramos tremendamente irreverentes con ellas y las pintábamos, no éramos conscientes de su valor». Meses después, Méndez concede que «toda la colección estaba dispersa, muy vandalizada por el tiempo y sobre todo por la pérdida de la función docente que tenían. Y que el material sea yeso, que no es un material noble, hizo que perdieran un poco su importancia».

No parece fácil que nadie se atreva a maltratarlas desde ahora. Nada más entrar en el pasillo que une el Patio del Reloj con la Facultad de Geografía Historia, ejerce de vigilante la cabeza del Hércules Farnese, pieza sacada del original que Velázquez trajo a la Real Academia de Bellas Artes desde Italia. Una obra que impone. Es el punto de partida de una exposición cuyo sentido explica Luis Méndez: «Hemos intentado musealizar un espacio que era un pasillo, un lugar de paso, y que ahora tiene numerosísimas visitas. Desde aquí, desde el comienzo, el visitante tiene la perspectiva clara de la exposición, con un repaso del mundo antiguo, el mundo sevillano y el mundo arcaico hasta terminar con el mundo del Medievo».

La muestra, ya con carácter permanente y alrededor de cien piezas, ocupa otros espacios de la Fábrica de Tabacos, que contribuye con su notable arquitectura a complementar el valor de los yesos. Hay esculturas en el hall de Filología y en patios y bibliotecas del Departamento de Historia del Arte. Lo ideal, entonces, es dar un paseo.

Comienza la muestra con las reproducciones del friso jónico del Partenón en el muro de la izquierda. A la derecha, después del Hércules, las esculturas se disponen con el criterio de la cronología: se suceden los periodos arcaico, clásico y helenístico del arte griego. Hay obras como el Doríforo y el Diadúmeno, réplicas romanas las dos de modelos griegos realizados por Policleto en la segunda mitad del siglo V a. C. Destacan también las tallas helenísticas de la Venus de Milo y el Torso Belvedere. Méndez, a quien le cuesta resaltar unas piezas sobre otras, sí ratifica el valor del torso, que ocupa un lugar destacado en la exposición. «Es muy interesante. Normalmente, cuando las obras de arte se encontraban así, las copias se reintegraban: se le ponían brazos, piernas, la cabeza. En este caso se deja la obra así, inconclusa. Y además sirve, porque todos los artistas vuelven una y otra vez al torso del Belvedere. Miguel Ángel lo utilizó en el Moisés y en los ignudi que pintó en la Capilla Sixtina. Lo utilizará también Goya para hacer El Coloso. La incorporación de esta obra va a ser una constante».

Del periodo romano destaca la retratística. Se muestran en la galería los bustos de personajes destacados del periodo republicano e imperial, como Escipión el Africano, o Antínoo, amante del emperador Adriano de quien la Universidad posee una imagen idealizada. Los emperadores Octavio Augusto y Marco Aurelio, el gobernante filósofo, los acompañan.

Destaca también el director general de Cultura y Patrimonio de la Hispalense el yeso que reproduce la clave polar que preside la bóveda del crucero de la catedral de Sevilla, una de las cuatro grandes bóvedas erigidas por Juan Gil de Hontañón entre 1514 y 1517, tras el derrumbamiento del crucero en 1511. «Procede de una de las reformas que hace Fernández Casanova. Lo interesante de estas piezas es que muchas veces nos dan pistas de las restauraciones que se han hecho. Esta es una pieza que estaría situada junto a una de las cajas de órgano que hay en la Catedral».

El Renacimiento italiano también ocupa su espacio. Por ejemplo, con dos representaciones de Miguel Ángel: la cabeza del esclavo moribundo, pensado originariamente para formar parte del sepulcro funerario del Papa Julio II, cuya pieza central debía ser el Moisés, y la Virgen de Brujas. Del Renacimiento español es difícil no resaltar la escultura de cuerpo completo del Emperador Carlos V, cuyo original realizaron Pompeo y su padre, Leone Leoni, y se exhibe en el museo del Prado.

La Universidad aporta además vaciados de esculturas que se ubican en Sevilla, «como la escultura de San Fulgencio, que se hace a finales del XIX con motivo de la restauración de una de las puertas de la catedral de Sevilla, o los vaciados que se hacen de las esculturas de Martínez Montañés que también ilustran y representan lo que es la historia del arte andaluza». De él se muestran las dos máscaras realizadas a partir de sendas esculturas en madera policromada que pertenecen a don Alonso Pérez de Guzmán y doña María Alonso Coronel, fundadores de la casa nobiliaria de Medina Sidonia y del Monasterio de San Isidoro del Campo en Santiponce.

Los yesos, para rematar su valor, también tienen una historia a sus espaldas. Los primeros proceden de un viaje de Velázquez a Italia, en el que el Papa concedió a Felipe IV, rey de España, permiso para realizar las copias. No era fácil: hay papeles que demuestran que se lo denegó a la emperatriz de Rusia.

Eran copias directas de los modelos grecorromanos, y esos moldes los conserva todavía la Academia de San Fernando de Madrid. Desde allí se repartieron copias a las academias de Bellas Artes. La Universidad de Sevilla es heredera directa de esa línea.

Como ocurre con las exposiciones interesantes de cualquier tipo, lo mejor es visitarlas, pero con ganas: son piezas de moldes originales, que tienen valor como objetos de arte. Tienen también, y conviene insistir dado el lugar en el que se ubican, un valor pedagógico, didáctico. Lo resume Luis Méndez: «El yeso es una especie de fósil en el tiempo. Te permite saber incluso el estado previo de una restauración cómo estaba, cuál era el lenguaje que se quería transmitir, cómo se reinterpreta, cómo se reintegra».