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Actualizado: 13 jun 2016 / 23:49 h.
  • El ‘ranking’ de los animales más raros
    Más que un insecto palo, esto es un insecto árbol. Un nuevo hallazgo. Si se le arrojase a un perro, ¿quién traería a quién? / El Correo
  • El ‘ranking’ de los animales más raros
    He aquí la araña rodante y cobardica del desierto del Sáhara, en plena acción.
  • El ‘ranking’ de los animales más raros
    Hay que ser muy pez globo y muy japonés para hacer esto por amor, mientras todo el mundo piensa que son los marcianos. / El Correo

Tras pasarnos media vida con un periódico enrollado espachurrando bichos en estos veranos sureños tan bonitos de insolaciones y matojos rodantes, hemos descubierto con pesadumbre la filosofía de la biodiversidad. ¿Y si en uno de esos manchorrones verduzcos estampados contra una tapia se hallaba la cura de cierta terrible enfermedad? ¿Y si gracias al estudio del insecto repugnante que ahora yace hecho un gurruño de pelánganos negros detrás del váter (rociada de insecticida mediante) se encontraba la solución a un problema esencial de la nanotecnología? ¿Y si de la supervivencia de sabe Dios qué medusa microscópica, abyecto escarabajo o langostino bioluminiscente depende la existencia futura del ser humano? Sí, es cierto: son planteamientos igual de egoístas que los que llevan a pisotear a un ejemplar particularmente crujiente de vomitiva criatura de seis patas, pero detrás de ellos hay una conciencia más amplia y generosa basada en el conocimiento y el respeto que los científicos se empeñan en recalcar por el bien general. Que no se limita al mundo de los insectos, obviamente, sino a cualquier especie viva, grande o pequeña, verde o de lunares, doquiera que esté. Y una de las cosas que hacen esos mismos científicos es divertirnos a todos mostrándonos curiosidades y payasadas de la madre naturaleza, con ánimo de conmovernos y hacernos sentir simpatía por la vida ajena en cualquiera de sus múltiples y no siempre afortunadas manifestaciones, mejorando lo presente. Es lo que pretenden lograr las desternillantes y asombrosas listas que cada año se elaboran con el top ten de las especies más singulares recién descubiertas; un trabajo que están encantados de hacer en el Instituto para la Exploración de Especies de Nueva York (IISE), en colaboración con el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid (MNCN), y que precisamente tiene ahora como presidente al doctor Antonio G. Valdecasas, de dicha institución del CSIC. El que los españoles tengamos poder de decisión en lo tocante a qué nuevos seres son los más raros del planeta supone un gratificante punto de justicia poética relacionado sin duda con el karma.

Pero que nadie se piense que esto es un entretenimiento que hacen dos tipos con batas blancas en sus ratos de asueto para colgarlo luego en las redes y que la gente se parta: es una tarea seria donde las haya en la que este año han participado, además del citado, los profesores y doctores Marcelo Rodrigues de Carvalho (Universidade de São Paulo, Brasil), James A. Macklin (Agriculture and Agri-Food, Canadá), Ellinor Michel (Natural History Museum, Reino Unido), Aaron Oren (The Hebrew University of Jerusalem, Israel), Alan Paton (Kew Royal Botanical Gardens, Reino Unido), Andrew Polaszek (Natural History Museum, Reino Unido), Menno Schilthuizen (Naturalis Biodiversity Center and Leider University, Holanda) y Zhi-Qiang Zhang (Landscare Research, Nueva Zelanda). Valga toda esta retahíla para reparar en la magnitud del asunto. Solo con la repercusión que tiene en los medios de comunicación y el poder de estos para establecer procesos de reflexión en sus destinatarios, elegir cada año la lista con las diez especies más curiosas de entre los últimos hallazgos es un trabajo delicado y de precisión. Aparte de cansado, claro. Porque anualmente se descubren cerca de 20.000 nuevas especies, y la criba para ver cuáles de ellas reúnen más méritos para encabezar el ranking implica un ejercicio de subjetividad tremendo. Imaginar las deliberaciones y discusiones de los miembros del comité acerca de quién tiene más puntos, si una zarigüeya bizca de Indonesia o un percebe con flatulencias de las Islas Reunión, podría ser igual de convincente o más sobre la necesidad de amar a todas esas criaturitas que la lista en sí, pero hasta ahí no llega la cosa. Tal vez cuando la ciencia tenga más presupuesto.


Dímelo en latín

La selección se hace en mayo para que coincida con el aniversario de Linneo, un naturalista y botánico sueco del siglo XVIII que pasa por ser el padre de la taxonomía moderna y al que se le debe (si deber fuera el verbo) la nomenclatura de dos palabras en latín para designar a todo bicho viviente. Y este año, faltaría más, también ha habido veredicto. La relación incluye por igual animales y plantas, aunque, por quedarnos solo con los primeros, de entre los elegidos de 2016 habría que destacar al pobre escarabajo diminuto. Y no decimos pobre porque sea eso mismo, un escarabajo diminuto, sino por la poca compasión que parece haber despertado entre los propios científicos por mucho que lo hayan escogido para su nómina de ejemplares formidables: no contentos con estar ante un insecto artrópodo del orden de los coleópteros (que es de las peores cosas que se pueden poner en un currículum), a este ser minúsculo lo han bautizado como Phytotelmatrichis osopaddington. Y la gente dirá: ¿Osopaddington? ¿Eso es latín? Pues atentos a la explicación: resulta que este sujeto de la familia ptiliidae (de los ptiliidae del Perú) es tan insignificante que el nombre no se lo han puesto por él, sino por otro animal, el oso de anteojos andino, en quien el escritor Michael Bond se basó para su tierno, infantil y literario osito Paddington, también peruano. Según hace ver en su web la institución autora del informe, «los investigadores esperan que el nombre de la nueva especie llamará la atención sobre la amenaza del oso de anteojos andino que inspiró a los libros de Paddington». O sea, que al escarabajo le pueden dar morcilla. Dicen los sabios del comité que «casi 25 de estos diminutos escarabajos podrían alinearse, de la cabeza a la cola, antes de llegar a medir una pulgada», o sea, dos centímetros y medio. A milímetro por ejemplar. Pero ciertamente, no se espera que el phytotelmatrichis vaya a presentar ninguna reclamación por la poca cuenta que se le echa hasta para ponerle nombre: las pocas luces que gasta, unido a que se pasa el día comiendo de materiales en descomposición en el suelo del bosque, bastan para presumir que no prepara nada en ese sentido. Tendrá que consolarse con formar parte del catálogo 2016 de seres extraordinarios, junto con una cochinilla que construye refugios en una cueva de Brasil y una tortuga de las Galápagos, entre otros.

En los últimos años, estas asombrosas listas de especies raras han deparado formidables sorpresas. Es el caso de una avispa a la que jamás de los jamases le habrían puesto el nombre de un osito infantil: se trata de la Deuteragenia ossarium (y lo de ossarium no se lo han puesto por vivir en la calle Puñonrostro, porque de hecho se la han encontrado en China). El ejemplar en cuestión sí que responde en todo, digan lo que digan los entomólogos, al bichejo repugnante que uno aplastaría con este mismo reportaje dominical debidamente enrollado para la ocasión. Si lo suyo es amor de madre, más vale ser huérfano. Esta avispa horripilante se dedica en sus ratos libres, que han de ser los más, a ir reuniendo los elementos de lo que en términos humanos se llamaría la canastilla del bebé, pero claro, nada que ver. En su caso, se trata de ir haciendo acopio de presas para que sus hijitos tengan algo que llevarse a la boca al nacer. La susodicha construye su nido en troncos huecos y los va compartimentando como haría cualquiera con su pisito: un cuarto para cada niño. En cada uno de ellos pone un huevo, le deja una araña para que se la zampe cuando venga al mundo y como especie de puerta, para que no entre nadie a molestar a sus rorros, cada uno de esos dormitorios los sella con un montón de hormigas muertas a modo de barrera química que, según los entendidos, aleja a los depredadores. Que ya habría que tener ganas para depredar semejante cosa, pero la naturaleza es tan diversa como asquerosa. Pues esa es la avispa, esa.

Entre los hallazgos de las últimas anualidades destaca uno del año pasado que tiene su gracia, aunque su protagonista sea una araña. Una araña acróbata y cobardica, por más señas. Vive en el desierto del Sáhara bajo el nombre científico de Cebrennus Rechenbergi, que no es de los peores que le pueden caer a uno, visto lo visto. La singularidad de esta radica en que cuando advierte algún peligro o amenaza, se hace la chula levantando las patas de delante y enseñando los quelíceros, que es como decir los dientes, pero como el otro animal se le encare y haga amago de irse para ella, la araña sale pitando de allí dando volteretas a toda prisa y sin mirar para atrás. Como técnica disuasoria es de las peores que se han conocido en el reino animal, lo cual tal vez explique cómo es que hasta ahora no se había encontrado a nadie de esta especie. Pero lo más llamativo del caso de este arácnido, cuyo nombre se le puso en honor (llámenlo honor, llámenlo equis) del profesor Ingo Rechemberg, es que fue este quien estudió este especimen en el desierto del Sáhara e inspiró un estudio de bio-robótica que dio como resultado un robot que rueda o camina según lo requieran las circunstancias. Para que se vea lo importante que puede llegar a ser toparse en esta vida por primera vez con una araña aspaventosa y huidiza.


Misterio resuelto

Estos hallazgos son útiles incluso para acabar con algunos de esos misterios sin resolver que aparecen de vez en cuando en los programas del ramo. Cuántas veces, en algún documental de los canales de abajo de la TDT, no se habrán atribuido a seres de otros mundos ciertas extrañas construcciones. Pues bien, tras veinte años de darle vueltas al asunto sin encontrar solución, en los fondos marinos de la isla volcánica de Amami-Oshima, que está al sur de Tokio, uno de esos enigmas, originado por unos extraños y trabajados círculos, ha quedado resuelto con la identificación de su protagonista y autor: el macho de una modalidad de pez globo catalogado como Torquigener albomaculosus. Lo mismo no es que un habitante de Ganímedes, es verdad, pero a cambio ofrece nuevas perspectivas de lo fascinante que es la diversidad biológica. Esos espectaculares círculos geométricos que superan los dos metros de diámetro en el lecho marino no son otra cosa que una especie de nido plano con crestas y surcos que este animalete diseña y construye para atraer a las hembras, que garantizan así que sus huevas quedarán protegidas dentro de esos palacetes.

Y de un pececillo orondo y cautivador a un insecto repugnante por partida doble: el que su nombre científico sea Ampulex dementor no presagia nada bueno, para quien haya leídos los libros de las aventuras de Harry Potter o visto sus películas. Los dementores, como se recordará, eran esa especie de espectros andrajosos voladores de gran tamaño que, envueltos en sus hábitos negrucios y cubiertos con capuchas, se alimentaban de la tristeza ajena hasta el extremo de arrebatarles el alma a sus víctimas. Los tenían de carceleros en la prisión de Azkabán. Pues bien, hace un par de años descubrieron a tan simpático morador de las espesuras tailandesas. El nombre se le asignó como resultado de una votación pública organizada por el Museo de Historia Natural de berlín; a lo que se ve, ante la contemplación de la avispa a muchas personas se les venían a la cabeza esos dementores debido a la forma terrorífica en la que, literalmente, se metía en la cabeza de su presa. Según cuentan los naturalistas responsables del top ten, las hembras de esta especie ponen huevos dentro de la cabeza de una cucaracha, convirtiéndola en una incubadora zombie. Las crías de la avispa se comen la incubadora al nacer para poder salir de ella. Otro claro caso de instinto maternal elevado a ene.


Grandes preguntas

Qué mundo este. Si verdaderamente el guion de la creación está escrito por un ser superior, estamos ante un maestro del género de terror. La sorprendente variedad de formas de reproducirse, nacer y sobrevivir da que pensar acerca de muchas grandes preguntas que los elevados humanos nos hacemos pensando que la vida no es otra cosa que la nuestra, la del Homo sapiens (voilà Linneo, de nuevo), pero a poco que uno abra los ojos comprende que en los planes del universo hay muchas más opciones. Están el pececito que hace ruedas de filigrana en el lecho marino, la avispa de Harry Potter, la cobardica araña saltimbanqui... y los hay también que no se ven por ningún lado porque son unos genios del disfraz. Afirman los doctores del Instituto Internacional para la Exploración de Especies que es muy posible que muchas de ellas no hayan sido descubiertas aún precisamente debido a esa cualidad mimética imperante en el reino animal. Es la evolución, Darwin. Y prueba de ello es que hasta ahora había pasado inadvertido para todos la existencia de un animal que en ocasiones sobrepasa incluso el medio metro; una variedad de insecto palo llamado Phryganistria tandaoensis. El nombre le viene por haber sido hallado en la región de Tan Dao. Tan dao un palo, que diría el castizo.

Los asesores científicos del IISE explican que cada año se descubren en el mundo entre 18.000 y 20.000 especies nuevas, de las que estas selecciones anuales, tan divertidas, son solo una ínfima muestra. Muchas de ellas aparecen ya en riesgo crítico de extinción, y todas aportan información importante para comprender los ecosistemas planetarios, con aplicaciones importantes para la vida de los seres humanos. Algunas se encuentran por casualidad mientras se investiga algo diferente; otras veces, la sorpresa aparece nada menos que en las redes sociales, como ha pasado este año al ver que en Facebook se publicaban fotos de una planta que se usaba para decoración y de la que no se tenía ni idea a nivel científico. Y aun así, todavía se calcula que quedan doce millones de especies por descubrir, cinco veces más de las que se conocen. Probablemente eso no garantice un conocimiento exhaustivo del mundo que nos rodea, pero sí que cada año saldrá un nuevo lote de diez asombrosas especies que harán pensar en la necesidad de cuidarlo y conocerlo.