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Actualizado: 29 may 2016 / 22:32 h.
  • La Algaba de Frida
    El pintor Fausto Velázquez posa junto a algunas de sus obras dedicadas a la artista mexicana en la Sala del Apeadero del Ayuntamiento de Sevilla. / José Manuel Vidal (Efe)
  • La Algaba de Frida
    Fotografía de la pintora y poetisa mexicana Frida Kahlo (1907-1954).

Fausto Velázquez Clavijo, un pintor natural de un pueblo tan significativo como es La Algaba, encontró en el rostro de Frida Kahlo la perfecta justificación con la cual encerrarse en su estudio a pintar. Asegura que la mexicana es una de sus personas favoritas; «Fue una mujer intensa, valiente y espléndida que nos dejó un gran legado no solo con sus pinturas sino también con sus palabras, enseñanzas y el valor de su constante lucha. Una mujer que revolucionó el mundo con su actitud ante la vida, rompiendo no solo con los convencionalismos del siglo pasado en México sino en todo el mundo. De hecho aún hoy resultaría revolucionaria y rompedora. Fue una mujer a la que quisieron encasillar de surrealista pero nunca dejó que lo hicieran, pues tal y como afirmaba ella no pintaba sueños sino su propia realidad». El resultado de dicha perfecta justificación fueron una serie de cuadros de la artista apasionada y revolucionaria, dueña de una vida marcada por el infortunio, por su propia existencia y por el inmenso amor que profesó hacia Diego Rivera, acontecimientos que nunca la doblegaron. Unos cuadros que viajarán por México, Tokio, París, Madrid y Nueva York y que ahora se exponen en el Salón del Apeadero del Ayuntamiento de Sevilla.

Frida Kahlo no deja a nadie indiferente cuando nos observa, es su mirada la que te hace reflexionar, y en su obra pictórica se esconde el exponente de cómo transcurrió su vida, durante la cual libró una intensa batalla contra el dolor convirtiéndolo en fuerza para seguir amando pasionalmente y mostrar así con su pintura, tanto su dolor como la pasión irracional que la acompañó pese a todo, en su día a día. Se ha descrito a esta exposición como «pintura suFrida» por la capacidad de captación del detalle de la mexicana a través de los pinceles del artista. Sus ojos, sus flores en el pelo, sus pendientes, sus anillos, sus colores. Su libertad y su dolor, atributos característicos de una de las mujeres más libres que existieron, pese a ser presa de sus circunstancias. Un pintor que en su estudio, en la sevillana, secreta y silenciosa calle San Isidoro, recoge inclinado en su mesa de trabajo, todos los detalles de un personaje embrujador. No usa caballete, pinta directamente sobre el lienzo, como si estuviese leyendo el alma de aquellos a los que inmortaliza con sus pinceles.

Asoman Stalin, Marx, Cernuda y de fondo, Bob Dylan nos canta la vida del boxeador Huracán Carter mientras recordamos la mística de San Juan de la Cruz, un genio también capaz de hacer de su pasión, una obra de arte; Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera.

Una acogedora estancia, tres vitrinas de cristal que esconden tres pares de manoletinas de torero en bronce, y una venus de mármol que desde su silencio pétreo, nos escucha ausente pero presente a través de la ventana por la que asoma una luminosa mañana de mayo.

«Tiziano, Rembrandt... siempre hay un cuadro para un estado de ánimo, así como una lectura». Son muchos los libros que nos rodean, mientras Dylan avanza por los sones de Mozambique y Fausto, por su obra pictórica. En algunos lienzos hay hasta cuatro rostros de Frida en distintas actitudes, con vestimentas distintas, introduciendo elementos de su propia realidad inventada, como una Frida vestida con un característico mantón de Manila. También vemos a Frida con la cabeza envuelta en un pañuelo blanco, asistiendo a la manifestación del 1 de mayo, un mes antes de su muerte, llevada en silla de ruedas, con el rostro marcado por el dolor.

Fausto fue un agitador cultural que hizo teatro en su pueblo, donde se concentraron estudiantes y gente con inquietudes y conciencia social para representar en Navidad obras al amparo de la iglesia. Hecho que derivó en conferencias, recitales, conciertos, la fundación de una biblioteca y el germen del que depararía en el Teatro Algabeño, que durante los años 1965 a 1978 llegaron a representar obras como el Canto de la muerte, Asamblea general y Cantos de trigo y esperanza, una obra inspirada en el caciquismo andaluz que se llegó a interpretar en el Lope de Vega el 13 de febrero de 1976.

Frida Kahlo no era una mujer guapa, aunque encerraba el atractivo de la libertad y una mezcla en la sangre que la hacía única; era hija de alemán y de una mexicana descendiente de española. Gran personalidad, ejemplo de lucha por la vida contra las adversidades, poseedora de una belleza enigmática capaz de ponerse el mundo por montera cuando más costaba hacerlo. Es por ello que su imagen se convirtió en uno de los iconos más representativos de la reivindicación de la libertad femenina. Ejemplo para la liberación de la mujer, fue una mujer que disfrutó de un amor sin condicionantes pese a amar a su marido, el también pintor mexicano Diego Rivera, sobre todas las cosas, y que de cuya relación nunca se sintió esclava. Ya lo cantaba Pedro Guerra: Ay Diego mi Diego, ay Diego mi amor, por qué pienso que eres mío si eres solo tuyo y Diego...

Frida Khalo. La vida como obra de arte se expone en el Apeadero del Ayuntamiento, muy cerca de su casa–estudio, antes de partir por medio mundo para regresar a La Algaba, cuadratura para el círculo de este pintor admirador de Dylan y de Manolo Caracol, y en cuya casa se destila arte por todas las esquinas. Un busto de un nadador que nos observa, un niño Jesús montañesino que agarra una manzana, libros, silencio y ese frescor característico que dan las construcciones antiguas. Fausto fuma mientras Bob Dylan avanza por los temas de su Desire entre aperos de pintura y diversas miradas de una Frida que nos habla con sus ojos. «El espíritu de Frida es lo que me interesa, está en cada uno de los pliegues de las telas, de los abalorios, de los mantones. En la posición de sus manos, entre el vacío de sus dedos, en sus anillos, en sus collares, en las flores de su pelo. Me interesa sobre todo como personaje, por lo que significó para la liberación de la mujer. Ella fue una mujer que tuvo amantes de ambos sexos y aunque amó a su marido, nunca fue esclava de ese amor, que vivió su amor pese a tener su vida rota, la cual supo recomponer porque como ella dijo; donde no se puede amar no hay que detenerse mucho tiempo».

Fausto, más cerca de La Algaba que de Goethe, es artista desde niño. Con siete años leía a Zola y Flaubert, mientras intentaba desprenderse de la timidez que encerraba al genio de la imaginación que llevaba dentro y que despertó a la vida en La Algaba, un pueblo alegre donde la ciudadanía lo circula en bicicleta, donde la mezcolanza entre razas lo hace diferente, ya que corre por sus venas sangre morisca, tartésica, bizantina, judía y árabe. Al-Gaba, que en árabe significa el bosque, y que baña las orillas de un Guadalquivir vivo por donde el azahar de sus magníficas naranjas huele eternamente. Un lugar cerca de Sevilla y al mismo tiempo, lo suficientemente lejos como para sentirse en otro lugar; cercanía y lejanía para los sentimientos, donde resulta perfecto el empezar a vivir la vida de cada uno bajo la sombra de una torre que recuerda un pasado esplendoroso de nobles y guerreros. Es en ese pueblo y en esa Torre de los Guzmanes donde Fausto tiene puestas sus miras, ya que desea crear en ella un museo con la intención de dejar su colección de arte allá donde tiene sus raíces. Unas raíces que le hicieron ser una persona sensible, comprometida y polifacética. Dramaturgo, galerista, actor, músico, coleccionista de arte y profesor de dibujo, para acabar regresando a la pintura, de donde nunca salió del todo.

Pese a ser de una familia que en La Algaba es más que un apellido, él se conforma viviendo con poco para ser feliz, porque en el fondo este pintor que le robó el alma a la libertad de una mejicana única para llevársela a La Algaba, se considera un bohemio, un filósofo de pueblo, un hippie romántico, de los que ya, no quedan.