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Actualizado: 09 may 2016 / 12:54 h.
  • La puesta en escena de un imperio
    Sala del Trono del Palacio Real de Nápoles, una muestra monumental y elocuente del ceremonial de la corte en los tiempos de grandeza.
  • La puesta en escena de un imperio
    Cubierta de la obra de Attilio Antonelli objeto del presente reportaje.

La publicación en estos días del libro Ceremonial de la corte española en Nápoles 1503–1622 del doctor Attilio Antonelli, donde se rescata el manuscrito completo de Miguel Díez de Aux conservado en la Biblioteca Colombina de Sevilla, propone una curiosa reflexión sobre cómo y cuánto necesita el poder de símbolos para imponer su autoridad. En codificar y transmitir esos símbolos de forma clara y eficaz reside el éxito de todo imperio. Así ocurrió, por ejemplo, en Roma, donde la grandeza de cada época se mide por la magnitud de sus celebraciones. También saben mucho de liturgias y de ceremonias las religiones. Una mezcla de símbolos, leyendas y rituales ordenan meticulosamente el sentimiento espiritual de los creyentes, dotando a la fe de un código específico para cada ocasión.

Las monarquías siempre han tenido muy claro que el protocolo es una especie de escudo entre ellos y el pueblo, para bien y para mal. La supervivencia de las monarquías tiene en el ceremonial su mayor aliado. Pensemos por un momento en la monarquía británica y en su representación pública. El hecho de que la reina Isabel II lleve, por ejemplo, la corona puesta es, en sí mismo, un mensaje. Es parte del ceremonial de su corte y de los códigos que su sociedad entiende. La corona española, al contrario, ha relajado, en los últimos años, gran parte de su protocolo, en busca de un acercamiento popular a una sociedad que así parece que lo demanda. Más allá de justificaciones que se busquen en el principio de los tiempos o en antiguos títulos ganados en el campo de batalla, ¿qué es hoy por hoy una monarquía si no una convención, una especie de acto de fe hacia unos individuos que damos por bueno que sean nuestros reyes? Ya no hay súbditos, solo ciudadanos, pero sobreviven las monarquías. Y lo hacen en aquellos lugares donde han sabido adaptar su proyección pública, su ceremonial, a la sociedad donde reinan. Aquí reside la importancia del libro del doctor Attilio Antonelli. A través del testimonio directo de Miguel Díez de Aux, maestro de ceremonias durante más de cuarenta años en Nápoles, viajamos en el tiempo para descubrir la sociedad española del siglo XVI y XVII. Su rigor filológico y su riqueza iconográfica la convierten en una obra capital en la historiografía española. Es una herramienta importante también desde un punto de vista sociológico porque nos ayuda entender el boato de las celebraciones reales de aquella época, diseñadas para impresionar a una sociedad que las aceptaba, las necesitaba como reafirmación propia y participaba de ellas activamente.

El lector debe entrar en el juego de trasladarse a la España de aquella época, al mayor imperio global que ha conocido la historia, en lo que significaba ser rey literalmente de medio mundo y cómo, a través de sus manifestaciones públicas y las de sus representantes, es decir, los virreyes, se comunicaba la grandeza de su poder. No como imposición, sino para hacer partícipes a los ciudadanos de lo importante que era pertenecer al Imperio Español, para que se sintieran orgullosos. Todo el ceremonial es un gran juego simbólico en el que los dos participantes, corte y súbditos, participan con un papel determinado. Este juego es especialmente rico en el Nápoles español, una ciudad en la que buena parte de sus edificios, de sus calles, de su idiosincrasia actual, tienen su origen en la etapa histórica que recoge este libro.

El libro es una fuente continúa de sorpresas: bodas, procesiones religiosas, almuerzos, funerales, estilos de decoración, diseños de cartelería, estrategias políticas de representación, estructuras de los edificios, etc. Todo el potencial comunicativo del Imperio español, de forma sistemática y sin dejar nada al azar. Todo estaba calculado y protocolizado, desde una ceremonia de cambio de virrey hasta un paseo fuera del Palacio Real. No conocían a McLuhan, pero se puede afirmar que para ellos el medio también era el mensaje.

La corte española de Nápoles era un centro de poder político y religioso estratégico para el Imperio Español. Los virreyes tomaban decisiones fundamentales y autónomas. Felipe II lo afirma con una frase lapidaria: La cabeza del virrey es nuestra persona. El virrey era el rey y por tanto la corte del virrey era la corte del rey. Así, por ejemplo, este libro explica como el protocolo obligaba al virrey entrante a esperar fuera de la ciudad de Nápoles hasta que el virrey saliente hubiera abandonado el lugar. No podía haber dos reyes en el mismo sitio. Este protocolo da un ejemplo de la importancia que se le daba a los gestos en la corte española.

Esta obra de Antonelli nos brinda la oportunidad de conocer cómo se las gastaban desde el I duque de Alcalá (1559–1571) hasta la llegada (1622) de don Antonio Álvarez de Toledo, V duque de Alba. Lo hacemos de la mano del buen Miguel Díez de Aux, que permaneció durante más de cuarenta años, junto a todos los virreyes españoles, primero como secretario y, más tarde, como ujier mayor y maestro de ceremonias, asistiéndoles tanto en el antiguo palacio virreinal, erigido por don Pedro de Toledo, como en el nuevo palacio mandado a construir por Felipe III. Todo hay que decirlo, Díez de Aux desapareció bruscamente de la escena pública con la llegada del V duque de Alba, su deseado pero no logrado mecenas, a quien dedicó su obra con la esperanza de verla impresa. Bueno, algunos siglos después, su deseo se ha cumplido y podemos disfrutar ahora de su manuscrito, el cual, siguiendo con el característico desorden de este tipo de libros de ceremonias, se abre con las glorias de la casa de Toledo con los Habsburgo, y en el que se detallan las ceremonias de toma de posesión de los virreyes, el orden de las audiencias, las celebraciones en la Capilla Real, la atención a los grandes de España, entre otros acontecimientos, y se enumeran los actos notables, edificios y memorias de los virreyes a partir del Gran Capitán.

Interesante es la información que descubrimos acerca de virreyes como los condes de Lemos, Fernando y sus hijos Francisco y Pedro, y el de Benavente (1603–1610). También se relatan las aventuras reales vividas en los viajes a Amalfi, Sorrento y Loreto, o acontecimientos más luctuosos como los funerales, entre ellos el de Carlos V en Bruselas. Especialmente enriquecedor resulta la lectura del intenso intercambio de correspondencia con las otras cortes europeas, las visitas oficiales de dignatarios y la presencia de embajadores y artistas extranjeros, reafirmando la centralidad e importancia de la corte española en Nápoles. No menos interesante resulta la forma en que las grandes familias aristocráticas españolas competían por ocupar el cargo de virrey, cómo trazaban sus estrategias y planeaban con mucho tiempo el camino para conseguir un puesto de tantísima trascendencia.

La obra es fruto de una larga y difícil investigación académica de años. En la sociedad en la que vivimos de la imagen y los símbolos, de la inmediatez y la globalidad, de lo efímero y relativo, bucear en la historia se antoja un acto de rebeldía. Pero merece la pena bajarse por unos instantes de este mundo que veloz se dirige a ninguna parte, para ver de dónde venimos. Ahora que celebramos el cuarto centenario de la muerte de Cervantes, merece la pena recordar su deseo obsesivo y misterioso de regresar a Nápoles, única ciudad en la que reconoce haber sido feliz. La Nápoles de Cervantes es la ciudad española de las ceremonias y festejos, donde en 1570 se alista en la Infantería de Marina, donde siempre pretendió volver. Tenemos ahora la oportunidad de hacer ese viaje, como particular homenaje a nuestro genial escritor.

DE LOS ÓSCAR A LA SUPERBOWL

Hoy en día, si miramos a la civilización occidental como un modelo de imperio, odemos descifrar también toda una simbología y manifestaciones que reafirman su poder. La publicidad, la industria cinematográfica o musical, la moda y los mass media, en general, formarían parte de ese ceremonial que occidente utiliza para transmitir su poder frente a otras tentaciones de vida alternativas. La Superbowl, la ceremonia de los Oscar de Hollywood y los Premios Nobel, por citar solo algunas notorias expresiones, podrían verse como manifestaciones litúrgicas de este imperio que retroalimentan a los ciudadanos para dar por buena la idea de que las cosas son como son.