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Actualizado: 16 may 2016 / 10:44 h.
  • Máquinas flamencas llenas de magia

Aunque por una de esas absurdas convenciones de la madurez no le prestemos excesiva cuenta, la imaginación es una de las capacidades que empoderan al ser humano. Nos acompaña desde que nacemos y hasta que nos marchamos. El sevillano Ignacio Rodríguez Llinares decidió hace años exprimirla. Sacar todo el jugo a las ideas imposibles que rondaban en su cabeza. Hoy, reconvertido en Pelícano Mecánico, tiene un taller en el Corral de Artesanos de la plaza del Pelícano. «Por aquí me conocen como el inventor aunque para mí inventores somos todos porque todos somos protagonistas del escenario en el que vivimos, lidiando con las dificultades y rodeándonos de las personas que más y mejor nos hacen crecer», dice tirando de modestia.

No es fácil ir al grano con él. «Cada vez que me enfrento a un nuevo proyecto pienso: ‘Si soy capaz de imaginarlo entonces puedo hacerlo realidad’. Esto no quiere decir que sea fácil, de hecho la solución casi nunca está a la vuelta de la esquina y para recordártelo están los mecanismos. Estos no engañan, si no funciona correctamente es que no has dado con la mejor solución. Hay que seguir buscando..», cuenta.

En su taller de ingenios nació el año pasado Carmen, que dista mucho de ser la novia de Frankenstein. Es un sorprendente invento, un imponente instrumento musical mecánico compuesto por 20 bolas de madera percutidas a través de mandos y engranajes que permiten reproducir los ritmos, compases y variantes de las bulerías, desde la más lenta soleá hasta las alegrías y las seguiriyas. Instalada en el Museo del Baile Flamenco, el artilugio se ha convertido en una máquina fundamental para explicar de manera muy clara los distintos ritmos jondos.

«Me motiva e interesa que mis invenciones sean útiles, funcionales y evocadoras en el plano artístico. Mis máquinas de flamenco están en funcionamiento; y tengo en proyecto su aplicación en escenarios formando parte de diferentes propuestas artísticas relacionadas con el flamenco experimental», cuenta.

«Sería interesante que todos los colegios de Andalucía tuvieran una máquina de palos flamencos que permita transmitir a los niños los conocimientos más básicos de este maravilloso arte», dice poniendo sobre la mesa la nada accesoria cuestión de si se puede o no vivir del aire, o de la imaginación, en su caso. «Hay un punto de quijotesca locura en lo que hago, pero me identifico plenamente con ese lado romántico de la vida. No obstante, Ignacio Rodríguez es un empresario. Inusual, atípico, modesto, pero empresario.

Actualmente su prioridad pasa por responder a algunos encargos formulados por academias de vale, y también trabaja en una versión adaptada para su uso educativo. «...Y en cuanto pueda me pondré manos a la obra para fabricar una máquina de números primos», adelanta.

«Cuando trabajo en el taller siento que el tiempo transcurre de manera diferente. Estar aquí, en el corralón, en este lugar tan singular de Sevilla me permite divagar sin presiones y conectar con mi propio mundo interior. Creo que este rincón es el único lugar en el mundo en el que me siento completamente libre; y a veces reflexiono y me convenzo de que esa, la libertad, es mi máxima motivación como inventor», razona. Sin fijarse en ningún modelo concreto ni hilvanar ningún discurso alambicado, este creador de cosas imposibles tiene como axioma que «si podemos imaginar algo, podemos hacerlo realidad». «Cuando era niño tenía acceso al taller que mi padre tenía en casa. No había consolas, ni redes sociales, había pocas cosas con las que entretenerse. Y si no queríamos aburrirnos teníamos que usar la imaginación, divagar y conectar con el universo. Fue en aquel taller y en aquella época cuando me convertí en inventor. Pero, por otra parte, pienso que todos somos inventores al enfrentarnos a diario a las adversidades de la vida», reflexiona.

Madera de olmo, hierro, latón, aceite de liza y cera son los ingredientes con los que dio vida a Melquiades, otro de sus inventos. También con dos elementos que suenan casi a brujería: mansonia y sipo. Haciendo girar la manivela la máquina reproduce diferentes palos flamencos. Además lleva una claqueta que marca el tiempo y una contraclaqueta para añadir los contratiempos a voluntad del ejecutor.

Pero Ignacio también tiene en mente al consumidor de a pie: las maquinitas de taconeo. «Es la versión simplificada de mis grandes máquinas flamencas, como un souvenir. Curiosamente empecé por ella, fue la concreción material de mi idea. En septiembre pondremos a la venta una versión mejorada de esta simpar maquinita, que percutirá a manivela el compás de bulerías; y adicionalmente a discreción los contratiempos del compás», explica con delectación.

Para este constructor los objetos mecánicos son «poesía en estado puro», como cuando se refiere a una máquina de calcular que tiene en su estudio, un objeto vintage que parece caído del planeta Urano a mediados del siglo pasado y que él mira con amor. «Intuyo que con el tiempo iremos rescatando del olvido maravillosos ingenios mecánicos, no solo musicales. Hoy día la tecnología crea cosas increíbles que no tienen magia porque, como usuarios, no podemos ser parte del proceso. Los teléfonos móviles de ahora son capaces de escribir lo que hablamos y sin embargo no transmiten magia. Imagina una caja misteriosa de madera con un orificio por donde puedas hablar y que, en su interior, una vieja máquina de escribir imprimiera las palabras en un papel que saldría por una ranura... ¡eso sí que sería fantástico!».