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Actualizado: 16 sep 2018 / 07:00 h.
  • Pedro Peña Dorantes, en el patio de su casa tocando la guitarra. / A.G.
    Pedro Peña Dorantes, en el patio de su casa tocando la guitarra. / A.G.

La vida de Pedro Peña Dorantes (Lebrija, 1968) está atravesada como un rayo de luz inmarcesible por el flamenco. Nació en plena noche durante la tercera edición de La Caracolá de Lebrija, mientras su padre tocaba la guitarra sobre las tablas del festival y su madre daba a luz a escasos metros, en su casa. Nieto de la Perrata, hijo de Pedro Peña y sobrino del inolvidable Juan Peña Lebrijano, del que durante muchos años fue guitarrista y director de sus trabajos, estaba claro que aquel augurio de su nacimiento marcaba un destino inequívoco en su vida. Curiosamente, explica el guitarrista, «esa misma Caracolá durante la que nací y que siempre ha formado parte de mi vida, tuve la suerte de que me eligiera para dirigir la que fue su quincuagésima edición, así que sí, claro, tanto la fecha como el festival han marcado mi vida».

Hoy día, a sus 50 años, Pedro María Peña, nombre que adoptó artísticamente por su padre y su abuela, se enfrenta a un momento crucial de su carrera. Tras pasar toda una vida dedicado a la dirección, la producción y la guitarra de acompañamiento, el de Lebrija se enfrenta por primera vez en su vida a la variante de guitarra solista de concierto, algo que según él, «no es tan extraño ya que mis inicios fueron como guitarrista y toda mi preparación desde la infancia iba encaminada en ese sentido». El hecho de dar este paso al frente, continúa, «viene a raíz de la muerte de mi tío Juan a quien estuve estrechamente ligado durante los últimos 20 años, tanto como guitarrista de cabecera como de director de sus trabajos discográficos y escénicos».

Ese salto del que habla en el que por fin «me dedico a mí y no a trabajar para otros», tiene un nombre propio, Paseo de las Delicias y tuvo ayer su estreno sobre las tablas del teatro Joaquín Turina dentro de la XX Bienal Flamenco de Sevilla. El título, según alude, «está dedicado a Sevilla, mi ciudad, y es un lugar que además de reunir toda la belleza de la ciudad más hermosa del mundo, me sirve para expresar de manera simbólica lo que quiero transmitir, mis vivencias personales y profesionales». Un espectáculo que para él, «es el más importante al que me he enfrentado en mi vida», y en el que ha estado acompañado «por una serie de músicos maravillosos, como mi hermano Faiçal Kourrich, o Anabel Valencia, que no se puede cantar mejor, entre otros, y habrá alguna sorpresa que no podemos desvelar».

Llama la atención también la puesta de largo en el marco del festival sevillano, un sitio que Peña conoce bien: «La primera vez que estuve en la Bienal fue en 1984, actuamos en el Lope de Vega con mi hermano y mi padre». Además, ha participado desde entonces en muchísimas ediciones («en el 90 estuve con mi hermano David en un concierto a guitarra y piano»), dirigiendo varios espectáculos que alcanzaron a llevarse el prestigioso giraldillo. Ahora sí, tiene claro que «esta Bienal es la más importante que me enfrento, sin duda, aunque han sido muchos años trabajando en ella, esta vez me presento a mí mismo sin artificios y con mi propio nombre y responsabilidad total sobre lo que hago».

Su actuación se encuadra dentro de un ciclo que la cita sevillana ha dado en llamar Templo de las seis cuerdas, que llevarán al espacio Turina a otros compañeros y que sirve a Pedro Peña para reflexionar sobre el mundo de la guitarra en la actualidad, que para él, «está atravesando una etapa maravillosa y muy interesante en la que la guitarra se ha enriquecido de otras disciplinas y ha avanzado hacia un lugar impensable hace unos años». Sin embargo, el de Lebrija se queja de que este mismo avance, «a su vez lo aleja un poco de su esencia. Un guitarrista flamenco, más si se es solista, tiene la obligación de conocer el flamenco profundamente. Con el máximo respeto a todos mis compañeros, me resulta un poco inquietante que hoy día se conozca mejor el último trabajo de Pat Metheny, por poner un ejemplo muy valorado entre los guitarristas flamencos, y que a mí encanta por supuesto, y que por lo contrario se desconozcan los cantes de Marrurro, Silverio, Cagancho, Chacón o la Andonda, por nombrar a algunos de nuestros más importantes creadores. Sinceramente, creo que ni siquiera interesa, aunque a decir verdad tampoco veo a nadie que lo exija, lo cual es aún todavía más preocupante. En otros géneros de igual relevancia e importancia eso no ocurre. No se puede evolucionar con paso firme desde la inconsciencia, obviando el valor de nuestro verdadero legado, el que fundamenta los pilares básicos del flamenco, de su grandeza. Hay que conocerlo con profundidad».