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Actualizado: 12 sep 2018 / 09:58 h.
  • José Valencia durante su actuación en el Real Alcázar. / Manuel Gómez
    José Valencia durante su actuación en el Real Alcázar. / Manuel Gómez

Resulta que José Antonio Valencia Vargas, aquel chiquillo que iba con su abuelo a las peñas flamencas de la provincia de Sevilla, que cantaba ya como un viejo y que ahora se hace llamar José Valencia –antes era Joselito de Lebrija–, tenía inquietudes musicales y literarias. No lo sabía y me alegro, porque siempre he pensado que tenía condiciones para hacer algo más que cantar en los cuadros, una faceta en la que es una de las primeras voces. La combina con sus recitales en solitario, pero no logra alejarse del baile definitivamente. Anoche presentó en la Bienal, en el Alcázar, una primera aventura musical y literaria de sus inquietudes, Bashavel, palabra romanés que significa reunión.

Una de las cosas buenas de la Bienal es que ayuda a los artistas a hacer realidad sus sueños y a desarrollarse como músicos o danzantes. Si no fuera por el festival sevillano, ¿qué empresario le iba a dar el Alcázar a José Valencia para que estrenara una obra basada en poemas gitanos de Europa? No muy novedosa, porque ese camino lo recorrieron ya otros cantaores como Enrique Morente y Lebrijano, por citar solo a dos, y en concreto su maestro, Juan Peña Fernández, que aparecía anoche como por arte de magia. Hubo momentos en los que vi a un Lebrijano con cuarenta años, con una fuerza brutal y pasado de compás.

José Valencia tendrá que perfeccionar algunas cosas si quiere seguir por este camino, porque esto no es cantarle a La Yerbabuena. No es que no esté capacitado para hacer lo que hizo anoche, sino que es otro mundo y hay que saber estar entre músicos, vocalizar mejor, olvidarse de los cuadros, no permitir que una bailaora te tape, si eres el protagonista, o evitar hosquedades tonales que no van acorde con violines o acordeones. Seguramente que irá mejorando todo esto, porque José tiene un gran talento natural, pero anoche cantaron demasiado algunas carencias, aunque el público no las notara.

¿Era una obra de flamenco la de anoche? Bueno, sí, hubo algunos palos tradicionales como la farruca, las alegrías, las malagueñas con abandolaos –retorciendo a Enrique el Mellizo–, las soleares –interesantes, por cierto, con buenas aportaciones y muy rítmicas-, las seguiriyas o las bulerías. Lo mejor de todo las seguiriyas, además de lo más flamenco. El trabajo de Juan Requena y Rafael Fernández tiene un gran mérito, porque no es nada fácil hacer algo nuevo musicalmente, con palos tradicionales, sin que parezca una fiesta de disfraces. Al igual que la labor de adaptar los poemas romanés a la métrica flamenca tradicional.

No entendí muy bien lo del baile de Karime Amaya, y no por ella sino porque rompía un poco la propuesta musical, que era lo que nos interesaba. Encima, como ya he señalado, lo tapaba de una manera inexplicable, cuando podría haber bailado en un lateral del escenario. Digamos que le restó elegancia a la obra, que destacaba precisamente por una originalidad poco común en los espectáculos de flamenco enfocados como reunión.

Quitando estas cuestiones ya expuestas, lo cierto es que José Valencia obtuvo un triunfo importante. No lo digo porque el público se pusiera en pie y aplaudiera con fuerza, ya que el de la Bienal es generoso con casi todos, sino porque cantó estupendamente y sacó un aprobado claro. No lo veo por este camino, sinceramente, sino por otros donde tenga más libertad y esté menos sujeto a reglas ajenas al cante jondo. Sería una pena que José se uniera al ya extenso grupo de flamencos que se aburren con el flamenco.

Ficha técnica:

Reales Alcázares. 11 de septiembre. Bashavel. Cante: José Valencia. Guitarra Flamenca: Juan Requena. Baile: Karime Amaya. Dirección musical: Juan Requena y Rafael Fernández. Entrada: Lleno. Calificación: Tres estrellas.