Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado
Actualizado: 16 sep 2018 / 12:13 h.
  • Una escenografía austera, con aperos de labranza y unas sombras que nos llevaron a la Andalucía de hace medio siglo. / Fotos: Manuel Gómez
    Una escenografía austera, con aperos de labranza y unas sombras que nos llevaron a la Andalucía de hace medio siglo. / Fotos: Manuel Gómez

Cuando el dramaturgo sevillano estrenó Quejío, en 1972, el cante había perdido ya las pelusas de lo folclórico y contábamos con artistas muy comprometidos socialmente desde lo jondo, como eran Enrique Morente, José Menese y Manuel Gerena, por citar solo a estos tres, aunque hubo muchos más. En el baile, el granadino Mario Maya, con una obra que hizo historia, Camelamos naquerar. Antonio Mairena era la gran figura del cante más clásico y otros maestros como Fosforito, María Vargas, La Paquera, Lebrijano o Camarón llenaban los festivales de los pueblos de un público que le había dado ya la espalda a los últimos espectáculos de la ópera flamenca.

Sin embargo, aún quedaban en Sevilla algunas ventas a las que algunos cantaores de aquella etapa de Vedrines y Monserrat, como el Niño de Fregenal o el Niño de Aznalcóllar, iban cada noche con la esperanza de que algún señorito aficionado los metiera en un reservado a echar un rato para poder poner el puchero al día siguiente. La célebre Venta Vega, en la carretera de Cádiz, cerca de Bellavista, era una de aquellas ventas, en la que, además de los cantaores citados, te podías encontrar al guitarrista Antonio Sanlúcar, al Gordito de Triana o al Niño de Arahal.

Quejío, de Távora, representó un cambio en la concepción del flamenco, sobre todo en el terreno del teatro. Curiosamente, la obra, que alcanzó fama internacional en poco tiempo, pasó los férreos controles de la censura franquista, cuando era una clara denuncia de la opresión y la explotación en el campo andaluz. El cante, la guitarra y el baile unidos para llamar la atención, sin diálogos ni artificios escénicos. Cuando hace unos meses vi esta obra en el propio teatro de Távora pasé un mal rato, aunque cuando de verdad sufrí fue hoy en el Teatro Lope de Vega, hasta derramar algunas lágrimas y sentir como un nudo en la garganta porque de niño viví esa Andalucía de Távora, la del poco pan, la esclavitud de mi abuelo y de mi madre, la de la falta de libertad y el ahogo. Me emocionaron los cantes, el martinete, las tonadas campesinas, las seguiriyas y el taranto, la alboreá y las bulerías. Lo de menos era la calidad de esos cantes que interpretaron Manuel Vera El Quincalla, Florencio Gerena y Manuel Márquez de Villamanrique. Lo que importaba era el sentimiento que transmitieron todos, sobre todo El Quincalla, quien nos dejó seguramente la mejor seguiriya que vaya a haber en esta Bienal tan sosa y fría como un témpano.

El bailaor Juan Martín transmitió también mucho, quizá por su esfuerzo físico y la dramatización de todos sus movimientos. Increíble su manera de comunicar e interpretar. No es una obra de individualidades, sino de grupo, de unidad, musicada por el buen guitarrista sevillano Jaime Burgos. Y de calidad teatral, con una escenografía austera. El teatro no se llegó a llenar, pero hubo un público que, en general, sabía a lo que iba. No se escuchó ni un olé, ni uno solo, porque creo que enmudecieron o enmudecimos cuando se iluminó el escenario y se vieron los aperos de labranza y esas sombras que nos llevaron medio siglo atrás.

Pero al final, el público se levantó a aplaudir y observé cómo había personas con las lágrimas en la cara. Alguien gritó ¡Viva Andalucía libre! cuando salió Távora a decir unas palabras, que nadie escuchó porque no funcionaba el micrófono. En la Andalucía actual no funciona casi nada.

Ficha de la crítica ****:

Teatro Lope de Vega. 15 de septiembre. Obra: Quejío. Dirección: Salvador Távora. Cantaor 1: Manuel Vera ‘Quincalla’. Cantaor 2: Florencio Gerena. Cantaor 3: Manuel Márquez de Villamanrique. Guitarra: Jaime Burgos. Bailaor: Juan Martín. Mujer: Mónica de Juan. Flautista: David Calvo. Idea, concepción, escenografía, iluminación, ordenación dramática de los cantes: Salvador Távor. Asistente de dirección y supervisión artística y técnica: Lilyane Drillon. Letras: Salvador Távora y Alfonso Jiménez Romero.