Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado
Actualizado: 03 sep 2018 / 10:37 h.
  • El poeta alcalareño Juan Álvarez, la sorpresa poética de la temporada que comienza. / Nuria Cámpora
    El poeta alcalareño Juan Álvarez, la sorpresa poética de la temporada que comienza. / Nuria Cámpora

Lectores fieles de poesía y amantes de la buena literatura en general, anoten este nombre: Juan Álvarez. La revelación poética de la temporada viene de Alcalá de Guadaíra, cosecha del 74, y acaba de desembarcar en el mercado editorial con un debut deslumbrante titulado Por qué cortarse una oreja (Valparaíso). De él, una autoridad tan reconocida como Pere Gimferrer ha destacado su «dominio extraordinario de la métrica, de la rima y de los registros coloquiales».

La solapa del libro da algunas pistas sobre este autor desconocido hasta ahora: estudios de Filología en la Universidad de Sevilla y la pasión de la escritura compaginada con los más variados oficios: mozo de almacén, friegaplatos, pinche de cocina, quiosquero, guionista publicitario y lector para una conocida editorial. Cuando se le pregunta qué ha aportado al poeta Juan Álvarez el desempeño de empleos más o menos prosaicos, responde: «En mi caso, más que el empleo, fue su ausencia lo que me empujó a rescatar una antigua vocación que ya creía convenientemente sofocada. Demasiado tiempo libre, supongo».

Sin embargo, tras esa aparente ligereza asoma un autor en estado de gracia, y exigente como pocos en el panorama actual. «Siempre he flirteado con la poesía», reconoce el alcalareño. «Al menos desde que puedo recordar. También es cierto que jamás había dado el menor valor a lo que escribía. Algo cambió cuando me quedé en paro hace algunos años. Me gusta pensar que la inspiración, o como quieras llamarla, llegó a mí cuando más la necesitaba. Y, desde luego, me pilló trabajando; no soy de los que esperan sentados a que el poema llame a la puerta. Simplemente salgo a buscarlo. En aquellos momentos, era casi una cuestión de higiene mental».

El resultado es una gavilla de poemas conmovedores, de enorme fuerza y factura impecable, que convierten a Álvarez en una rara avis dentro de las corrientes actuales de poesía de tono conversacional y a menudo frívolo. «Ya durante la redacción del libro me reconcomía la idea de llegar al oficio con 20 años de retraso, o de empezar cuando otros lo dejan. Este estribillo se deja sentir aquí y allá por todo el poemario. Me he llegado a convencer de que esto, y quizás su evidente rigor formal, puedan llegar a salvar el hándicap de un mercado básicamente orientado hacia la juventud. Uno va con todo lo que tiene, esperando hacer algo de ruido. Poco más puede hacer».

«Por otra parte», prosigue Álvarez, «para cualquiera que se acerque a mis poemas, resultará obvio que no ando muy en la onda de las últimas tendencias poéticas. Trato de estar al día y leer cuanto cae en mis manos con respeto y sin prejuicios, pero confieso que apenas me reconozco, ni como escritor ni como lector, en lo que se estila por ahí».

De hecho, el poeta no rehúye la rima y demuestra un notable dominio de los metros clásicos, lo que ha llevado al citado Gimferrer a afirmar que «parece o puede parecer poesía de otros tiempos, pero es, en realidad, excelente poesía clásica en el mejor sentido de la palabra». Él trata de relativizarlo todo. «Lo moderno tiene ya bastantes años. Sin ser demasiado estrictos, podemos fechar el nacimiento del verso libre en torno a 1870. Por otra parte, autores de ayer mismo como Alberti, Blas de Otero o Borges se acogieron de continuo al verso clásico», comenta. «Mi clasicismo no es premeditado. Escribo lo que me gusta leer, y lo hago lo mejor que puedo. En este sentido, el esfuerzo es un valor para mí; algo que tiene mucho que ver con lo artesanal, supongo. Decía Robert Frost que escribir sin reglas era como jugar al tenis sin red. Sin ser tan categórico, diría que apuesto por una poesía lírica, esto es: por un honesto acuerdo entre la literatura, la música y la verdad», agrega el autor, para quien ese clasicismo no le lleva a poses esteticistas.

Por el contrario, los temas que aborda en Por qué cortarse una oreja tienen más que ver con lo cotidiano, el hoy por hoy, la vida del barrio. Un contraste que, «en principio, no he buscado», dice. «Sin embargo, reconozco que, a medida que avanzaba en la redacción del libro, empecé a vislumbrar el valor revulsivo de ese contraste. Evidentemente, no es nada que no hicieran ya Quevedo, Valle-Inclán y tantos otros. Yo sólo aporto mi particular y muy coyuntural variación del tema».

Cuando se trata de explicar el título de su poemario, Álvarez asevera que lo eligió «porque La realidad y el deseo ya estaba cogido», bromea. «La premisa es la misma: el choque entre la exaltada imaginación lírica y la realidad más cruda. En mi caso, tomé el truculento gesto de Van Gogh como símbolo del desgarro y la rabia. Me parecía, además, que la estética del holandés combinaba muy bien con el expresionismo de trazo grueso de mis poemas», agrega.

Respecto a las expectativas que Por qué cortarse una oreja le han permitido albergar, Álvarez opina que «por soñar, a uno le gustaría que sus versos llegaran al corazón de la gente, y que esta los hiciera suyos y los cantara y los recordara con emoción. Si lo merecen, claro», comenta.

Una última curiosidad antes de dar por concluida la entrevista: ¿Hay algo que se vea desde Alcalá de Guadaíra que se escape a quienes miran desde la capital hispalense? ¿Alguna ventaja de vivir en esa periferia próxima? «Probablemente, en Alcalá aún pervivan ciertos usos, costumbres y peculiaridades lingüísticas, más cercanos a lo rural que a lo urbano (o servidos en una curiosa mezcla), que ya se hayan perdido en la capital», asevera Álvarez. «No sé si se trata de una ventaja. Desde luego, añade un color más en la paleta del escritor», apostilla.