Se puede ganar, empatar y perder, pero no caer derrotado de la forma en que lo hizo el Sevilla el pasado sábado ante el Villarreal, dando una pobre imagen y, sobre todo, constatando un hecho: éste no es ese Sevilla que todo el mundo esperaba ver entrados ya en el mes de noviembre. La decepción fue tal que incluso mostró en sala de prensa a un Unai Emery especialmente afectado.

El propio técnico habló de «pequeña decepción», aunque quedó claro que más bien era grande, bastante grande. Quizá por ello Emery dejó uno de los discursos más llamativos que se le recuerdan desde que entrena al conjunto nervionense: «La Liga es lo más importante y debemos ser conscientes de ello porque es donde nos jugamos nuestra credibilidad. La capacidad de tener una mentalidad de constancia y exigencia muy alta no es fácil tenerla. La Champions es muy bonita, pero no la vamos a ganar. Lo que nos da de comer es la Liga».

No le falta razón al técnico cuando dice que el torneo de la regularidad es lo prioritario, porque es lo que conduce a todos los destinos y porque, en especial esta temporada, el Sevilla no está como para descuidarlo.

En estos momentos, camino del primer tercio de campeonato, el Sevilla tiene diez puntos menos que la pasada campaña a estas alturas. Ha ganado tres partidos, empatado tres y perdido cuatro, con 14 goles a favor (cinco de ellos en un mismo encuentro, al Getafe) y 14 en contra, lo que convierte al nervionense en uno de los conjuntos más batidos de la competición. Hace un año llevaba siete victorias, un empate y dos derrotas, 17 goles a favor y 10 en contra.

La mejoría experimentada en los últimos partidos no termina de alcanzar esa regularidad necesaria para pelear de verdad por los objetivos, y eso es lo que realmente tiene decepcionado a Emery... y a todos. En Villarreal, el Sevilla tiró los primeros setenta minutos y sólo apareció en los veinte últimos. Demasiado tarde, pese a recortar distancias y rozar incluso el empate en el tiempo de prolongación jugando con un hombre menos.

Entre la acumulación de lesiones, el bajo rendimiento de bastantes futbolistas –entre ellos, muchos de los que han llegado este verano– y algunas decisiones técnicas discutibles, lo cierto es que el Sevilla vive instalado en una montaña rusa, con subidas y bajadas continuas, y así es imposible. Emery, en cualquier caso, no ha dejado de ser ese gran entrenador que hizo bicampeón al Sevilla. Pensarlo sería absurdo, aunque tampoco se le puede eximir de responsabilidad con catorce partidos oficiales ya disputados.

GANARLA, NO; MOTIVAR, SÍ. Que el Sevilla no es candidato a levantar el cetro europeo es algo sabido, pero la frase lanzada por Emery tras el partido de Villarreal («No vamos a ganar la Champions») suena estridente si repasamos su línea a la hora de hablar en los medios de comunicación. El técnico vasco nunca lanza campanas al vuelo pero tampoco se le vio jamás restar posibilidades a su equipo de esa forma. Ni el Sevilla va a ganar la Champions, ni ésta puede ser un problema. Lejos de ello, disputarla no sólo supone una enorme alegría para la afición sino también para la entidad (por prestigio y repercusión económica) y para los propios jugadores y técnicos. Más que un peso, la Champions debe ser una motivación añadida, algo que no casa con el discurso del otro día, por realista que pudiera ser Emery.

Ahora llegan dos encuentros señalados. El primero, este martes frente al Manchester City, con muchas de las opciones de seguir vivos en la Champions en juego; y el segundo, el domingo, ante el Real Madrid, con necesidad de sumar puntos tras la derrota de Villarreal para no alejarse de los puestos altos. Y no hay excusa. Los jugadores están obligados a dar su mejor nivel. Se llamen como se llamen.