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Actualizado: 18 jun 2018 / 20:09 h.
  • Una trabajadora de una tintorería planchando una túnica. / El Correo
    Una trabajadora de una tintorería planchando una túnica. / El Correo

A su manera es un rito. Un rito todo lo profano que quieran. Pero rito al fin y al cabo. Antes o después de la Semana Santa todo cofrade pasa por una de ellas. Por una tintorería, que es de lo que hablamos hoy. La asociación que las une –si es que existe tal cosa– debería hacerle un monumento a Sevilla por inventarse una Feria, un Rocío y una Semana Santa. Porque la tintorería es ese lugar en el que se curan todos los males de la túnica. Ese sitio que rápidamente invoca nuestra consciencia cuando, en medio de la estación de penitencia, vemos cómo el nazareno de atrás está erre que erre echándonos en nuestra capa cera a granel.

No nos preocupamos porque sabemos que tintorerías existen en cada barrio. Y que solo sus trabajadores están en propiedad de la fórmula perfecta para eliminar la cera más pegajosa o la suciedad más infame en esa túnica que, en la tienda, nos dejaron unos poquitos centímetros por la ocurrencia de ver si crecíamos.

Los costes varían, hoy la puesta a punto de una túnica de capa puede oscilar perfectamente entre los 20 y los 30 euros; algo menos si es de ruán. Y sí, también proliferan en la red mejunjes con las que ahorrarnos el parné y quitar nosotros mismos la suciedad y la cera que nos han chorreado en la túnica. Pero cuidado con los experimentos vaya a ser que nuestro hábito acabe con más colores que el parchís.