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Actualizado: 29 jun 2018 / 22:22 h.
  • Mujeres ataviadas con mantilla posan para el fotógrafo de espaldas en el Puente de Triana. / Diego Arenas
    Mujeres ataviadas con mantilla posan para el fotógrafo de espaldas en el Puente de Triana. / Diego Arenas

En su muy recomendable libro La religión de los andaluces (Editorial Sarriá), el antropólogo sevillano Salvador Rodríguez Becerra dedica todo un capítulo a uno de los asuntos esenciales de la religiosidad popular: el ritual. Bajo el elocuente título de La fuerza de los rituales y la debilidad de las creencias, el profesor de la Hispalense expresa cómo la Iglesia católica ha hecho girar estas manifestaciones ceremoniales en torno a los sacramentos, encontrando en ellas una participación que muchas veces responde más a la convención social que al impulso espiritual: por ejemplo, las bodas por la Iglesia de personas no practicantes. Pero de entre toda esta fenomenología, Sevilla ha hecho un arte de los rituales ligados al sacramento de la penitencia, que aquí se expresa anualmente con las procesiones de Semana Santa y todo cuanto estas llevan aparejado desde mucho antes de que comience la Cuaresma hasta al menos el Domingo de Resurrección. Los sevillanos perciben su fiesta como un bien patrimonial personal y, por lo tanto, hereditario, así que no solo reconstruyen las costumbres de sus padres sino que las transmiten a sus hijos: desde la gastronomía hasta la vestimenta; desde las ceremonias privadas (preparar la túnica, obtener la papeleta de sitio, escuchar marchas...) hasta las públicas (las citas con los amigos, el abono de las sillas, las visitas a los templos, la obtención de la ramita de olivo...), Sevilla se colma de pequeños y grandes rituales con tantas variaciones como familias hay, y que a menudo llaman la atención de los visitantes en su intento –no siempre exitoso, la verdad– por desentrañar qué está pasando en la ciudad por primavera. ~