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Actualizado: 21 abr 2018 / 22:41 h.
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  • «Alegraos y regocijaos», un nuevo mensaje del papa Francisco para un mundo mejor

El papa Francisco llama a la santidad en el mundo actual en la exhortación apostólica Gaudete et exsulate (Alegraos y regocijaos), un mensaje con base evangélica (Mateo 5, 12). Nos dice el Papa que el Señor «nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada». Nos manifiesta el Papa: «Mi humilde objetivo es hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades». El Señor «nos eligió para que fuésemos santos». La Iglesia, a través de su santos, nos ha realizado una llamada continua a la santidad en el quehacer diario. Recordemos la insistencia de «la santidad en la vida diaria», que realizaba San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei. El papa Francisco nos trae este mensaje de nuevo, de forma intensa, renovada y contextualizada a la realidad mundial actual, en un momento crucial del mundo, de la sociedad y el planeta; que incluye la realidad de España sin duda, y sus desequilibrios sociales muy lacerantes para una cantidad en aumento de la población. Una llamada necesaria y universal a la santidad en un mundo lleno de contrariedades, desajustes, injusticias, descartes, guerras, opresión, corrupción y un largo etcétera de sustantivos que delimitan un grave escenario planetario con consecuencias que vemos a diario, en un marco local y global.

El mensaje de Jesús es claro: «Alegraos y regocijaos» dice Jesús a los que son perseguidos o humillados por su causa. La causa de Dios es la justicia, la paz, la fraternidad, la bondad universal, el reparto, la equidad, el cuidado del medio ambiente, y alcanzar el Reino de los Cielos. Dios creó el mundo, al ser humano, al resto de las especies, a la sociedad. ¿Cómo puede haber personas y sociedades que atenten contra la Creación de Dios? Quien no facilita la paz y la justicia social, la igualdad y la fraternidad, y la conservación del planeta y sus criaturas está pecando de forma muy grave. Hace falta una santidad globalizada en el planeta y sus sociedades, y una santidad localizada en el diario. Y a ello nos llama el Papa. El papa Francisco dice: «Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad ‘de la puerta de al lado’, de aquellos que viven cerca de nosotros». Esta santidad de la vida corriente es la que hay que llevar a la práctica en cada lugar y con ello, con esta santidad militante por la justicia tratar de construir una sociedad mejor y un planeta más equilibrado sin desajustes medioambientales ni sociales.

No podemos deslindar la religión, nuestras profundas convicciones religiosas, de la actividad diaria, muy especialmente los que tiene la capacidad económica o política de cambiar las cosas. No podemos defender una idea de trascendencia compatible con vender armas a países en guerra, donde los seres humanos sufren; o ser corruptos. El papa Francisco llama al encuentro con los otros en un mundo de profundos desencuentros: «No es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio. Todo puede ser aceptado e integrado como parte de la propia existencia en este mundo, y se incorpora en el camino de santificación». El encuentro con los otros es lo contrario al desapego y al desencuentro social o cultural. Todos los seres humanos somos de la misma especie y tenemos que cuidarnos unos a otros y cuidar el planeta, nuestra casa común, y al resto de las especies con las que convivimos.

El encuentro con los otros, y la mirada con la mirada del otro, no implica la ausencia de momentos propios de quietud interior, necesaria para buscar lo mejor de nosotros. Lo expresa el papa Francisco: «Esto –el encuentro con los otros– no implica despreciar los momentos de quietud, soledad y silencio ante Dios. Al contrario. Porque las constantes novedades de los recursos tecnológicos, el atractivo de los viajes, las innumerables ofertas para el consumo, a veces no dejan espacios vacíos donde resuene la voz de Dios. Todo se llena de palabras, de disfrutes epidérmicos y de ruidos con una velocidad siempre mayor. Allí no reina la alegría sino la insatisfacción de quien no sabe para qué vive». Vivimos una sociedad del miedo líquido, como dice Zygmunt Bauman, inmersos en una modernidad líquida donde se desvanecen lo sólido y las instituciones por la precariedad, la ambición de poder o dinero, la angustia, la celeridad de los acontecimientos en un marco dinámico extenuante, con una marcada tendencia al aislamiento que no genera en ningún caso sociedad. La santidad a la que nos llama el papa Francisco es una santidad militante en un mundo real que hay que cambiar más pronto que tarde. Un santidad que pueden vivir también los no creyentes, el mensaje de Jesús era –y es– manifiestamente inclusivo.

El desafío es vivir la propia entrega individual y social de tal forma que , de acuerdo con el Papa, «los esfuerzos tengan un sentido evangélico y nos identifiquen más y más con Jesucristo». Identificarse con Jesús de Nazaret es alinearse con la justicia, la paz y el amor, no hay otra interpretación en el plano humano. Algunos de los últimos documentos del papa Francisco hablan de diferentes formas de espiritualidad, conviene recordarlos, ya que para algunos la espiritualidad es un invento de otras religiones, ignorando con ello la espiritualidad evangélica, de gran contenido humano y trascendente, cuestión que habría que analizar por qué ocurre, ¿porqué nacidos en enclaves geográficos donde el documento base es el Evangelio de Jesús buscan otras formas de espiritualidad? Así dice el papa Francisco, en la exhortación que comentamos: «En Evangelii gaudium quise concluir con una espiritualidad de la misión, en Laudato si’ con una espiritualidad ecológica y en Amoris laetitia con una espiritualidad de la vida familiar. Tenemos un camino, aplicable a todos los ámbitos de la vida, y nos lo indica el papa Francisco: «el desarrollo de lo bueno, la maduración espiritual y el crecimiento del amor son el mejor contrapeso ante el mal». El mal se instaura en muchos rincones del mundo con muchas caras, guerras, especulación corrupción, armas químicas y bacteriológicas, muerte de niños, mujeres explotadas, migraciones injustas, egoísmo, avaricia, crueldad, daño al medio ambiente, por citar algunas de las caras actuales del mal. El mal tiene muchos nombres y claros causantes, quizás nuestros países no deberían ser cómplices de los que hoy en el planeta representan el mal. Con Laudato si’, un mensaje sobre la importancia de cuidar la casa común y Amoris laetitia, un mensaje sobre lo esencial de cuidar la familia como esencia de la sociedad, de lo global a lo local, el papa Francisco nos envía un mensaje que culmina con el documento más reciente, la exhortación apostólica Gaudete et exsulate, (Alegraos y regocijaos), con un importante contenido espiritual y social, de cuidado a y amor a lo próximo y a lo lejano que conduce a la posibilidad de, a pesar de todo lo que vemos hoy en el mundo, construir un planeta y una sociedad más justa.

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