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Actualizado: 31 ago 2018 / 22:00 h.
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Siempre me he sentido privilegiado al pensar en cómo fui conociendo los diferentes tipos de música y a los diferentes intérpretes. Mis dos hermanos mayores eran mucho mayores que yo y tenían un gusto musical maravilloso. Uno más pegado al rock and roll, a la música de los Creedence Clearwater Revival o a la de James Brown (son un ejemplo). El otro a la clásica, al jazz o a la de los cantautores del momento. Ellos vivieron cambios brutales que para un niño de mi edad podrían pasar desapercibidos, pero que pude vivir con interés y, alguna que otra vez, con pasión. Así, de este modo tan improbable, me hice más de The Beatles que de The Rollins Stones. Así escuché la poesía de Leonard Cohen antes de que me tocase por la edad. Así escuché a la mítica Janis Joplin –sabiendo que era mujer blanca con voz de negra; intuyendo que esa forma de cantar se escondía Aretha Franklin– y me quedé fascinado con la guitarra de Jimi Hendrix.

Aprendí algo importantísimo: algunos artistas son imposibles de evitar y esos son genios. El arte de estos se impone hasta en las realidades más obtusas y estúpidas. Y si aprendía algo como eso fue, sobre todo, escuchando a Aretha Franklin. Porque, de entre los genios, ella era la que más me conmocionaba cada vez que la escuchaba.

Ahora la señora Franklin se me ha muerto. Es una noticia de las malas, malas. Siempre que fallece uno de esos artistas geniales, esos que tanto me conmocionaron y me hicieron creer que lo que me ofrecían justificaba toda una existencia, siento una enorme soledad. Aunque lo que me entristece más es que soy incapaz de encontrar a otros que hagan más llevadero el duelo. Es una mala noticia que va un poco más allá de todo esto que digo.

Con la muerte de Aretha Franklin se pierde para siempre un swing impecable, muy difícil de encontrar siendo tan puro. Y se pierde un blues infinito, una forma de cantar a la vida desde las zonas más tristes buscando ensalzar la belleza pura de lo que es existir. Con Aretha Franklin no se pierde una voz única o irrepetible (ahora que ha muerto la tendencia de muchos es decir cosas que son falsas o exageradas). La voz de Aretha no era algo portentoso. Pero sí era perfecta al convertir lo cotidiano en arte, lo normal en maravilloso. Se pierde el mejor soul de la historia, se pierde un icono de la lucha por los derechos de los afroamericanos en un tiempo en el que la segregación era constante y el racismo una lacra vergonzosa para un país como Estados Unidos. La señora Franklin, además, peleó con todas sus fuerzas y con toda su voz para que la música negra pudiera seguir siendo de los negros. Años antes, los blancos habían intentado hacer suyo el jazz y no podía repetirse algo así.

Nació en 1942. Memphis recibía a la Reina del soul. Ha muerto en Detroit, 76 años después. Su vida fue laberíntica, una verdadera montaña rusa. Comenzó a cantar en las iglesias y terminó fusionando la música de Dios con la música más secular. Aretha inundaba las ondas radiofónicas con una música que quería disputarse un lugar de privilegio con el jazz y el rhythm and blues. Rosa Parks no cedía su asiento a los blancos en un autobús. Aretha no se resignaba a que solo unas pocas formas de música tuvieran cabida en este mundo. Sin embargo, las discográficas convencieron a Aretha y cantó en un registro similar al de Dinah Washington. Grabó discos espléndidos de la mano de John Hammond (el mismo que descubrió a Billie Holiday y que estaba por descubrir a Bob Dylan). Uno de ellos es Runnin’ Out of Fools que no deja de ser un trabajo sobresaliente.

Pero a Aretha le iba causando cierta conmoción el trabajo de artistas como Sam Cooke o, más tarde, Ray Charles u Otis Redding. Aretha Franklin necesitaba encontrar el espacio que buscaba desde siempre y en 1966 firmó por Atlantic Records. Comenzaba lo bueno. Porque los discos que grabó la señora Franklin en esa discográfica son espléndidos e imposibles de igualar. La anécdota es que la sección rítmica con la que trabajó la cantante estaba compuesta por músicos de raza blanca. Me quedo con I never loved a man the way I love you. Aún me sigue envolviendo, abrazando. Ni un solo tema me parece algo más flojo que el resto. El resto son obras de arte (Lady Soul, Aretha arrives...). Eso que quede claro.

Después llegó el funk y la música disco atropellaba todo lo que se encontraba por delante. Y Aretha dejó de encontrarse cómoda. Decidió seguir a lo suyo, con sus rarezas, con sus excentricidades y el miedo a viajar en avión. Pero eso de pelear con otras músicas le quedó lejos.

A todo esto, yo me iba haciendo mayor. Escuchando siempre el soul de la señora Franklin. Tanto es así que mi mujer recuerda nuestros primeros viajes siendo novios escuchando los temas incluidos en I never loved a man the way i love you una y otra vez. Y me haré mucho más viejo escuchando el soul de la Reina del soul. Porque forma parte de la banda sonora de mi vida, porque me recuerda a mi niñez, y a mis hermanos siempre descubriéndome música con años de antelación, porque aún se me mueven los pies de forma inevitable con la música de Aretha Franklin.

Solo ella, Bill Evans y The Beatles me han logrado conmocionar tanto y tan profundamente. Solo ellos pueden transportarme a mundos desconocidos e improbables. Pero ella es la chica de la pandilla y eso tiene un peso especial. Buen viaje, Aretha.

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