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Actualizado: 16 oct 2017 / 20:49 h.
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Las hojas del calendario van avanzando y José las va arrancado cada vez más despacio. Aquel eterno Fray Leopoldo de la pared, se va haciendo mayor y la alcayata que lo sostiene cada año parece estar un poco más alta. Sentado en su sillón, recuerda cuando subido en una silla su madre le reñía por arrancar los meses, días antes de acabar. Vivía con prisas la vida, sentía necesidad de explorar el destino. Hoy con 82 madrugadas todos sus recuerdos, sus vivencias, su amores están macados en la memoria. Su mejor legado en esa otra pared. En el centro él con su esposa vestido de nazareno. Su antifaz verde en las manos de ella, su túnica de merino con los bajos de la capa negros de arrastrase, un cirio consumido, muy agarrados y con una sonrisa de oreja a oreja. Sus dos hijas, vestidas de novias ante la Virgen de la Esperanza y cogidas de su brazo. En el aparador, todos sus nietos, unos de monaguillo al poco de nacer, otros con él en el atrio, el Juanillo que por fin pudo estrenarse con lo “armaos” y su nieta, Esperanza, con su novio vestido de costalero ante el Señor de la Sentencia. Las túnicas de todos ellos guardadas en los cajones de ese aparador, custodiados como si fuera el Arca de la Alianza. Los meses pasan despacio y José, en su soledad, se siente acompañado de ese cirio verde “chorreao” que junto a él todo el año está esperando ser renovado por el siguiente. Ya no cuenta días, ni años , ni minutos sólo cuenta madrugadas delante de Ella. Hazme un favor, sé feliz.