La épica de la lucha contra el fuego ya está en marcha como todos los veranos: bomberos, Infoca, Protección Civil, Policía Local, Guardia Civil, Unidad Militar de Emergencias (UME), hidroaviones, helicópteros, puestos avanzados de coordinación, ambulancias... en operativos eficaces de centenares de personas con un coste económico que va mucho más de la estadística de superficie quemada o los daños sufridos en propiedades privadas.
Los medios de comunicación han puesto el foco en el incendio de Mazagón por su envergadura, la proximidad al Parque Nacional de Doñana y al polo químico y la refinería de Palos, el trágico precedente del incendio de Portugal y el carácter turístico de la zona. Una vez más, el discurso se construye sobre el esfuerzo de los cuerpos de seguridad, la coordinación de las distintas administraciones, el impacto humano de la catástrofe y la dificultad de luchar contra los desatados elementos de la Naturaleza como el viento o el calor.
Sin embargo, no hay espacio para analizar cuestiones de fondo como el papel de la tecnología en las estrategias de prevención y el coste comparado entre evitar un incendio y apagarlo. Los ciudadanos deben saber que las cámaras térmicas (http://www.indracompany.com/sites/default/files/indra-deteccion_de_incendios_forestales_faedo.pdf) son la solución para la detección temprana del fuego en el campo y en los bosques, tanto de día como de noche.
El debate que debería estar ya en el Parlamento de Madrid y en los parlamentos regionales es el coste de la red de cámaras térmicas necesarias para cubrir el cien por cien de la superficie forestal: se necesita una por cada 700 kilómetros cuadrados de bosque a vigilar. No solo hay que hablar de ciudades conectadas e inteligentes (smarts cities), los campos y los bosques también tienen que estar conectados, monitorizados y cubiertos por las redes de telefonía móvil para que su seguridad sea la misma que la de los grandes núcleos urbanos. Los derechos humanos no distinguen entre el campo y la ciudad. ~