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Actualizado: 29 oct 2016 / 11:27 h.
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  • Consummatum est

A lo largo de esta mañana, cuando este periódico y este artículo estén a su disposición, España habrá salido, dicen, de la mayor de las incertidumbres posibles y el mundo respirará tranquilo. Se estará a punto o se habrá investido ya al presidente del Gobierno para la XII Legislatura. Mariano Rajoy Brey. Nos gobernará de nuevo el Partido Popular. Todo está cumplido.

A partir de hoy, el partido que gobernaba desde 2011 con mayoría absoluta arrolladora; que aplicaba medidas austericidas a las capas más débiles, a los trabajadores, a los pensionistas; que recortaba y ponía en serio peligro la sanidad y la educación pública; que legislaba contra las libertades constitucionales; que permitía los desahucios promovidos por las mismas entidades bancarias a las que se les inyectaban decenas de miles de millones de euros; ese partido que pasea sus siglas, sus ex altos cargos, sus exdiputados y sus exdirigentes por los juzgados de media España; ese partido que se jacta de crear empleo precario y con salarios cada vez más bajos, nos volverá a gobernar durante la legislatura que comienza y lo seguirá haciendo con las mismas recetas.

Pensar que su minoría parlamentaria actual va a hacerle cambiar es una banalidad. El PP tendrá el control de la situación desde el Gobierno. Ante un supuesto bloqueo permanente desde el Parlamento –en la práctica, el PP sacará adelante la inmensa mayoría de sus propuestas, lo excepcional será lo contrario–, el PP disolvería el Parlamento y convocaría elecciones cuando más le interesara. Además, haciendo recaer –con éxito– sobre el resto toda la responsabilidad de ese bloqueo. Plantear a la ciudadanía que se puede gobernar desde el Parlamento, que desde ahí puede legislarse una política de izquierda e imponérsela a un partido de derechas, es una auténtica falacia, un engaño.

Lo cierto, y hay que decirlo por más que duela, es que la izquierda política ha desaprovechado una oportunidad única para restablecer derechos e iniciar una nueva senda más social. Ello a pesar de la movilización y la respuesta protagonizada por los movimientos sociales, que han estado presentes combatiendo esas políticas. Ese esfuerzo lo han tirado por la borda y en buena medida han decepcionado a quienes han librado la pelea.

La izquierda política no ha sabido –al parecer tampoco ha querido– encauzar toda esa respuesta social y traducirla en capital político para, desde las instituciones –el Parlamento, en este caso– facilitar un nuevo rumbo orientado a reforzar los derechos sociales y económicos de los sectores más castigados por la crisis.

El sorpasso como obsesión compartida, retroalimentándose los unos a los otros, a costa de la gente y de la izquierda social.

El PSOE obsesionado con evitarlo, poniendo los intereses de partido por encima de los de la mayoría social, acomplejado y a la defensiva, sin confianza en sí mismo y en la sociedad, hizo como partido todo cuanto pudo –más allá de las posiciones personales que han podido o pueden ser diferentes– para que no se conformara un gobierno alternativo que como prioridad desalojara a la derecha del gobierno.

Podemos, obsesionado con materializarlo, dando conscientemente munición a los sectores más intransigentes del PSOE y poniendo igualmente por delante los intereses de partido, alargando con cálculos electorales erróneos el sufrimiento de la ciudadanía.

El papel de IU quizás ha sido más comprensible y próximo a las prioridades del país. Su principal problema: su debilidad y escasa influencia, así como una presencia cada vez más desdibujada, cuando no diluida, en la nueva coalición. Éxito éste atribuible con todo merecimiento a Julio Anguita. El único esfuerzo notable, el de Compromís.

Como resultado, de la crisis sale beneficiada no solo la derecha económica y financiera sino también la derecha política. Una muestra más de que es de imbéciles minusvalorar al PP y a Rajoy, que han sabido esperar y manejar los tiempos con extraordinaria maestría.

El PSOE, tras una lucha cainita y suicida –derivada de supuestos incumplimientos de compromisos internos–, nuevamente por intereses de partido, y sólo por intereses de partido, decidió en su Comité Federal facilitar la investidura de Rajoy con la abstención de sus diputados. Lo que, con toda seguridad, se materializará esta mañana de sábado.

Lo hacen, y así lo han reconocido, en el convencimiento de que el tiempo que transcurra durante esta legislatura les permitirá convencer a su electorado, y a su contestataria militancia, de lo acertado de su decisión, en contraposición con el riesgo de un peor resultado en unas terceras elecciones. Lo cual demuestra la ausencia en sus determinaciones de ese cacareado patriotismo, enarbolado con tanto énfasis como oportunismo en tierras meridionales.

No creemos que sea así de fácil la cosa. Con su abstención el PSOE sufrirá un desprestigio social muy severo. Quedará con esta versión española de la gran coalición a merced, rehén del PP, que, como ya hemos dicho, se podrá permitir disolver las cámaras y convocar elecciones cuando contemple una buena situación para sí y antes de que se produzca la hipotética recuperación del PSOE.

Conste que lamentamos profundamente la crisis del PSOE. Sólo los insensatos podrían alegrarse. Esa grave crisis lo es, por extensión, para el conjunto de la izquierda y para la mayoría social.

Como tampoco nos alegramos de que Podemos ande entretenido en sus debates internos (galgos o podencos) mientras la ciudadanía continúa sufriendo las consecuencias y su influencia práctica en la resolución de los graves problemas nacionales sigue siendo anecdótica. Entretanto, la última ocurrencia, lamentable, de Podemos –Iglesias dixit– es querer cabalgar a lomos de las movilizaciones sociales para ampliar su espacio político y electoral.

Las movilizaciones tendrán inexorablemente que continuar –si como es previsible continúan las agresiones de la derecha– pero nadie, ni Podemos, ni tampoco el PSOE –que pudiera más adelante tener esa tentación–, deben interferir en la agenda de las organizaciones sociales para condicionarla. La movilización social, si se produce en caso de ser necesaria, lo será por iniciativa propia, no porque se supedite a intereses electorales de nadie.

Si el repaso de lo que hemos dejado atrás ha sido duro, lo que queda por venir no tiene buena pinta: nuevos recortes impuestos desde la Comisión Europea, que el nuevo/viejo gobierno derivará hacia las pensiones, la educación, la sanidad, la dependencia... En definitiva, contra lo social y lo público.

Se hace por tanto imprescindible una profunda regeneración de la izquierda política española –también de la europea–. Que haya disputa electoral es legítimo pero construyendo puentes de entendimiento, colaborando y respetando los espacios propios. Lo que hay en la izquierda política y cómo está no responde a lo que se necesita. O se entienden o la derecha continuará campando a sus anchas; aún cuando, como estamos viendo, ni los votos la hagan representativa de la mayoría electoral, ni su número de diputados le den la mayoría para gobernar.