Image
Actualizado: 11 sep 2018 / 22:30 h.
Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado

Supongo que en más de una ocasión habréis escuchado hablar de islamofobia, o lo que es lo mismo, el odio a la cultura islámica en general. Aunque presumamos de tolerancia y aperturismo, sólo hay que rascar un poco en la superficie para darnos cuenta que no somos ni tan justos, ni tan amables con la diversidad. Con el feminismo pasa un poco lo mismo. Cuántas veces, no habremos hablado de la necesidad de tratar el feminismo en plural, alejarnos de la idea de que como europeas blancas, nuestro discurso hegemónico es el modelo a seguir y sólo nosotras como feministas privilegiadas, sabemos sentar las bases de un movimiento estructural como éste. Mirarnos el ombligo, le ha valido al feminismo islámico para desvincularse de las acciones tomadas desde el feminismo hegemónico o euroblanco, al no verse ni representadas ni acogidas como mujeres islámicas y feministas. El uso del velo o Hiyab, por parte de algunas activistas feministas, ha sido la causa de tal desavenencia entre hermanas. A veces lo olvidamos, que todas estamos en la misma lucha, conseguir la igualdad real entre hombres y mujeres y disfrutar de la libertad de ser nosotras mismas, sin estructuras patriarcales que nos asfixien y condicionen. Pero los contextos sociales no son homogéneos y no podemos rendirnos a las simplicidades, ni caer en el adoctrinamiento político, que más que ayudar a la consolidación del feminismo, lo fractura. Esta islamofobia, se ha trasladado al movimiento feminista y desde Europa se está gestando una corriente peligrosa de odio y miedo al Islam, utilizando a la mujer musulmana como caballo de Troya.

Cuando escuchamos autodenominarse feministas a estas mujeres que defienden el uso del Hiyab, como marca de identidad cultural, las eurocentristas ponemos el grito en el cielo y con nuestro dedo acusador, las sacamos del debate feminista, o peor aún, en un intento de salvarlas de su marco cultural e ideológico, las arrastramos a que adopten el nuestro, mucho más civilizado que el suyo, sin tratar de entender el contexto en que se mueven y relacionan socialmente.

El debate contemporáneo sobre el Islam y su impacto en la vida de las mujeres, está siendo generado sobre todo por ellas, que buscan corregir las lecturas e interpretaciones patriarcales de los textos sagrados. No quieren sumisión ni marginalidad. Contradictoriamente, con el mismo ímpetu que trabajan para transformar las costumbres patriarcales, disfrazas de religiosidad, usan el velo en forma de protesta. Mujeres con estudios superiores, poder adquisitivo alto y empresarias, que aunque sus madres no hicieran uso del velo, ellas lo hacen como forma de reivindicación y resistencia cultural. Pero ahí estamos nosotras, para recordarles que son feministas de segunda división. ¿Qué se esconde debajo del Hiyab, una mujer ejerciendo su libertad individual o una víctima de la discriminación machista y patriarcal?

Particularmente, no creo que el uso del velo sea una forma de hacer a la mujer más libre. Es en base, incompatible con algunos de los principios del feminismo tradicional, que defiende la liberación del cuerpo. Es por ellos que, en vez de convertir este debate en una lucha de libertades, busquemos la fórmula de mantener la identidad cultural de todas las mujeres sin que esto atente a su dignidad humana y autonomía personal. Quizá el truco está en apartar a la religión de este camino en el que las mujeres, necesitamos andar solas. El Islam, el Cristianismo, el Judaismo... todas las religiones sin excepción, hacen un uso político, patriarcal y machista de sus textos sagrados para consolidar el poder masculino frente a todo los demás. Da lo mismo como nos vendan la película, con la religión es imposible construir feminismos. Básicamente, porque la religión habla de moral, formas de conducta, espiritualidad... no de igualdad entre hombres y mujeres. No habla de libertades individuales ni de pensamiento plural. Impone normas y patrones de comportamiento que discriminan y nos hacen vulnerables. A través de los ritos y las tradiciones, nos inoculan la necesidad de pertenecer a una comunidad de iguales donde nos respeten y valoren. Y vamos perpetuado estructuras difíciles de romper, tan interiorizadas que al final cualquier ataque a nuestro sistema de creencias, nos aleja de nuestro lado más racional.

Como dice Amin Maclouf, las tradiciones sólo merecen ser respetadas en la medida que son respetables, es decir, en la medida exacta en que respetan los derechos fundamentales de mujeres y hombres.

Antes de tragarnos los discurso interesados de la clase política que utiliza la islamofobia de género como estrategia de control social y ruptura del movimiento, hagamos un ejercicio de reflexión. No necesitamos una nueva colonización cultural, sino un feminismo alternativo que integre y defienda la diversidad.

ETIQUETAS ►