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Actualizado: 29 nov 2016 / 19:55 h.
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La palabra España —¡ay, banderita!— envenena los sueños de ese director cinematográfico que quiso poner cachondos a tres o cuatro progres de salón con una frasecita de catálogo ajado. Por lo visto no se había sentido español ni cinco minutos de su vida. No sabemos si se siente bielorruso pero sí que le sobraron los cinco minutos para trincar la tela que le ofrecía el Ministerio de Cultura, cinco quilos de las pelas de toda la vida, que han salido del mismo lomo de los españolitos que han pasado de retratarse en la taquilla de los cines que proyectan su película. Ya lo saben: el buen señor abjuró de la patria que le ha dado oficio y hacienda sin recordar que todos los santos tienen octava. Y esa pose trasnochada le ha jugado una mala pasada. El tal Trueba anda penando con la secuela de un exitazo –La niña de tus ojos- que ha encallado en su estreno. Donde las dan las toman.

Los excesos de locuacidad y gestualidad prestan estos lances. Algo parecido le ha ocurrido a la grey podemita después del fallecimiento de Fidel. La enésima perfomance parlamentaria -que acompañó el famoso minuto de silencio en memoria de Rita Barberá- les ha servido de mordaza a la hora de tiznarse la cara de ceniza por la muerte del tirano. Aunque la verdad es que en la oportunidad de modular el luto por el dictador de Santiago de Cuba, nadie ha dado pie con bola, tampoco al barandeo pepero que ha llorado lágrimas negras por la desaparición de la alcaldesa ché. No sabemos con qué cantidades en la mezcla de pena y arrepentimiento.

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