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Actualizado: 22 abr 2018 / 23:28 h.
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  • El planeta de los simios

Mi almohada estaba empapada como si la hubiera metido dentro de la bañera y mi respiración acelerada como si hubiera acabado de correr una maratón. Pocas veces me había alegrado tanto al comprobar que todo había sido una pesadilla. Además, era una de esas pesadillas de las que recuerdas perfectamente hasta el más mínimo detalle. Recordaba perfectamente que Pablo Iglesias era el presidente del gobierno y recibía en Moncloa a Maduro con todos los honores, los dos con un impecable chándal. Echenique era el vicepresidente del gobierno. Como ministro de defensa teníamos al de las rastas y de interior a Monedero, que le había retirado a los Cuerpos de Seguridad las armas y les había dado para defenderse matasuegros, que son como los matasuegras, pero la ministra de igualdad, Irene Montero decía que por qué había que matar suegras y no suegros. Como ministro de Turismo teníamos a Diego Cañamero, que había puesto en marcha una campaña para promocionar el turismo rural por Andalucía con el eslogan «Asalte fincas de señoritos andaluces este verano y por cada finca asaltada le regalamos un lote de productos del Mercadona».

En la pesadilla me encontraba huyendo de España, acompañando al rey Felipe VI, que escapó por los pelos de la Zarzuela cuando el palacio fue expropiado por el gobierno para destinarlo a albergar la sede de la embajada de la República Catalana en España. El embajador catalán por cierto era Piqué. Como entenderán, mi almohada no estaba chorreando por gusto.

Y cuando llegamos a la costa de Cádiz, con el objetivo de subir al primer barco que saliera para América, fue cuando caímos de rodillas en la arena, gritando de desesperación, al ver semienterrada en la arena la Giralda. En ese momento fue cuando abrí los ojos y me incorporé en la cama sudando y con la respiración a revienta calderas.

Hay que ver lo que es la mente. Unas horas antes de sufrir esa terrible pesadilla había estado leyendo en un periódico que en 2018 se cumplen 50 años de la adaptación al cine del libro La Planète des singes, escrito por el francés Pierre Boulle. Esa película alberga una de las escenas más impactantes que recuerdo y que muchos de mis coetáneos recordarán. Ese momento en el que Charlton Heston ve semienterrada en la arena de la playa a la Estatua de la Libertad y comprende que no está en otro planeta sino que está en la Tierra, es uno de esos momentos del cine que no te esperas ni por asomo. Fue un final insuperable, tan sólo al alcance del final de Los Serrano. Por si acaso alguien no lo ha pillado, esto último es ironía, claro.

Recuerdo como si fuera ayer la noche en la que televisaron en Sábado Cine El Planeta de los Simios. Me di una duchita, me puse mi pijama y tras una buena cena, me tumbé en el sofá del salón y creo que no llegué a ver ni terminar los títulos de créditos. Efectivamente, me quedé frito. Cuando mi madre me despertó para que me fuera a la cama me llevé un disgusto tremendo al darme cuenta que me había perdido la película. Iba zombi por el pasillo, tambaleándome de un lado al otro, sin caerme porque mi madre que sujetaba. Y durante todo el trayecto del sofá a la cama iba repitiendo una y otra vez «¡ojú, ¿por qué no me has despertado?!».

No sé cuánto tiempo tuve que esperar para ver la película porque aquellos tiempos no eran como los de ahora, que ves lo que quieres en el momento que quieres. Pero finalmente la vi y quedé impactado, como decía anteriormente. Y lo más curioso es que Charlton Heston tuvo en su poder el guion de la película tres años y medio, sin decidirse a ser el actor principal. Y es que eso de monos hablando y gobernando la Tierra provocaba carcajadas en Hollywood, hasta tal punto que tanto Ursula Andress como Raquel Welch rechazaron el papel. Las dos divas tenían ya el ego demasiado crecidito como para pegarse toda una película sin decir ni mú. Sin embargo, Linda Harrison sí aceptó el papel. Aunque no creo que el hecho de que fuera la amante del productor de la cinta Richard D. Zanuck tuviera algo que ver. Eso sí, posteriormente se casaron y tuvieron dos preciosos hijos, humanos claro.

Otra de las curiosidades de aquella película fue que había dos monos con cara de simpáticos que ayudaban a Charlton Heston para que escapara. Incluso la mona se enamoró de él, pero porque no sabía que era de la asociación del rifle. El mono era Roddy McDowall. Debe resultar un tanto descorazonador que toda tu carrera como actor sea recordada por un papel en el que estás todo el tiempo disfrazado de mono.

Sospecho que aquella mítica película será una obra de culto para los animalistas. Algunos tendrán sueños húmedos imaginando un gobierno dirigido por monos. Y la verdad, no sé yo qué es peor, si estar dirigido por simios o por Ada Colau, el Kichi o Puigdemont. Lo cierto y verdad es que si mi pesadilla la hubiera tenido hace años me habría reído por lo absurdo de esta. Pero debo reconocer que en la actualidad ese escenario terrorífico que mi mente creó ya no lo veo tan surrealista. Basta con escuchar a Gabriel Rufián.

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