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  • El rostro imperfecto de la fe
  • El rostro imperfecto de la fe

Un día entenderemos que el arte no es cuestión de gustos –le sucede igual que al amor– sino que se trata de un viaje al corazón que a veces se queda a medio camino, incluso en la estación antes de embarcar, y otras veces llega a su destino en una especie de vuelo mágico que hace sentir a las personas las emociones más indescriptibles que puedan recorrer los espíritus de los seres humanos. Si una obra de arte no te gusta, no quiere decir que sea mala. Su autor no la hizo para separar el bien del mal, la belleza ortodoxa de la fealdad. El artista recorre otros caminos, transita por una búsqueda que va mucho más allá. Pero a nadie se le puede obligar a buscar con inquietud por beber, por saber, por aprender lo que no quiere conocer, más preocupado posiblemente por afilar las uñas para arañar, sin más. Deberíamos hacer menos heridas y escudriñar más el alma de las cosas, el sentimiento, el corazón, esa verdad profunda.

He leído comentarios estos días sobre la obra que aportó Jesús Méndez a la exposición de la Macarena totalmente desmerecidos y a veces tan crueles que la propia Esperanza se habrá extrañado de unos latigazos fuera de lugar, nacidos más del odio que del análisis. La Macarena, sí, esa Reina de San Gil que, aunque no sea perfecta tiene la cara más hermosa del planeta. A mí esa cara sí me parece maravillosa por más que unos especialistas en belleza me digan que los rasgos no están «conjuntados», logrados del todo. ¿Y qué? ¡Es la Macarena, la que manda, la Madre! También su hijo, el que vive en San Lorenzo, es imperfecto y fíjate la que tiene liada quien todos sabemos que es Dios.

A una madre le basta con que sus hijos hagan las cosas con amor hacia ellas. Y si le basta a Ella, ¿quién eres tú? ¿Quién soy yo para traspasar la barrera de la crítica lógica y atacar directamente el corazón de las personas que, por otra parte son capaces de hacer con sus manos lo que tú y yo no haremos jamás?

No te ha gustado la obra de Jesús Méndez, pues perfecto. No te ha gustado. ¿Y qué más? ¿Hay que reírse, insultar, llevar las cosas al límite y hacerle daño al autor? ¿Cual es la siguiente estación del odio? ¿Será quizá una que se llama envidia?

Jesús Méndez Lastrucci quiso que la mujer, como reina del universo y madre de todas las cosas, posara para la eternidad en esa actitud de ser primera, única, nuclear, fundamental, definitiva. Y puso a la Esperanza Macarena. ¿Que la cara de la Reina que vive en San Gil no acaba de gustarte porque no está lograda, no es perfecta? De acuerdo. La Maestranza no es siquiera redonda...y es la Maestranza.

Veamos en la obra lo que Jesús quiere decir, lo que siente. Y escuchemos lo que dice Ella. Igual nos está riñendo por tanta maldad

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