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Actualizado: 01 dic 2016 / 11:12 h.
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  • Enrique Morente en la Alameda

Recuerdo cuando hablar o escribir en Sevilla sobre Enrique Morente era arriesgarse al desprecio de los puristas, mandamases del mundo de las peñas flamencas y prebostes de la flamencología local más rancia. Recuerdo que una noche en Lora del Río, una gran figura del cante, de Jerez, llegó a decirme que a Morente y a mí tendrían que fusilarnos. A él por asesinar al cante jondo y a mí por defenderlo en este periódico y en un programa de radio, El duende y el tárab. Hoy casi todo el mundo es morentista, aunque sigan sin saber nada de él, de su obra y de cuál fue su verdadera filosofía flamenca. Se han cumplido veinte años de la salida al mercado de Omega, uno de los mejores discos del maestro, y la noche del martes fui a ver el documental que se ha hecho sobre esta magnífica obra, en un cine de la Alameda que está pared con pared con la casa donde vivió el gran Silverio Franconetti. Fue muy emocionante el reencuentro con el artista flamenco al que más he admirado, Enrique, y al que echo tanto de menos que me duele hasta el aliento cuando lo escucho cantar.

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