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Actualizado: 25 feb 2017 / 12:28 h.
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  • Envidian nuestra suerte

El calendario ha querido que, a cinco días del Miércoles de Ceniza, fecha en la que se da el pistoletazo de salida a la ansiada Cuaresma, Sevilla se detenga para disfrutar de otra de sus fiestas. Porque lo que hoy ocurre en Sevilla es una fiesta. O al menos así los sentimos los de aquí, por mucho que alguno se haya empeñado en estropearla o maquillarla para que parezca lo que no es. Un derbi no es más que otra de las grandes celebraciones de esta Sevilla dual que permite llorar en Triana o la Macarena por una misma Esperanza.

Hoy el mundo se detiene para los que aquí habitan, la pasión futbolera de esta bendita tierra cara a cara. Noventa minutos en los que no hay más que rojo o verde, en los que la palabra Sevilla y Betis se pronuncia más que nunca y tras los que media ciudad se acostará feliz, mientras la otra se lamenta. Así somos aquí, exagerados y de extremos. Es lo que tiene poder elegir y disfrutar de un sentimiento como sólo esta ciudad sabe hacerlo. El fútbol, el Sevilla, el Betis, el Betis o el Sevilla –ordénelo como mejor le parezca– son señas de identidad para los sevillanos. Da igual si no le gusta el fútbol. Ser de uno de los nuestros es parte de nuestra cultura.

Una rivalidad tan sana como mal entendida por otros muchos, que desconocen que una cosa es la guasa entre béticos y sevillistas y, otra bien distinta, la maldad o el enfrentamiento. En casi todas las ciudades hay duelos de máxima rivalidad, pero como el nuestro, permítame decirle, ninguno. Como vivimos esto aquí, pocos podrán entenderlo si no han sido partícipes de esta locura que parte Sevilla en dos.

En ciudades como Córdoba, Granada o Málaga –por nombrar las más cercanas–, el derbi se juega cuando les toca enfrentarse a uno de los nuestros. Entiendo que por cercanía, pues, en realidad, el único derbi que existe en Sevilla es el que juegan sus dos equipos. Tan envidiado como deseado, ha dejado a esta ciudad con los pantalones por los tobillos en alguna que otra ocasión. Y es que la ceguera del fútbol nos impidió ver que lo que se manchaba era el nombre de la tierra que pisaban unos y otros. Por suerte, ese tiempo quedó muy atrás y ahora la película es bien distinta. Ha costado, pero poco a poco vamos recuperando lo que siempre ha sido un derbi. Echo de menos, no lo voy a negar, ver a sevillistas en la grada de Heliópolis o viceversa. Con naturalidad y sin malos rollos. Para usted que lee, para mí y para cualquier mortal, ir al coliseo verdiblanco con la camiseta del Sevilla o al revés sería impensable. ¡Qué pena! Algo tan nuestro y que no disfrutamos por miedo. Esa no es la Sevilla que me enseñaron, la que usted y yo conocemos y a la que deberíamos volver por el bien de todos.

En esta ciudad somos diferentes y especiales; en lo bueno y en lo malo, pero, por encima de cualquier otra cosa, siempre fuimos ejemplares. Sigamos siéndolo, ¿por qué no? ¿Qué o quién nos lo impide? Un derbi no es más que la exaltación de dos pasiones que conviven día a día, que puede que incluso comparta colchón en alguno de los casos. Que España y el mundo se enteren de que esto es Sevilla y éste, su derbi. ¡Disfrútenlo!