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Actualizado: 26 may 2017 / 23:20 h.
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Delicias de ultramar tras el escaparate abierto a los adoquines del eje Castelar, Padre Marchena, Gamazo y Harinas, donde esperan las palas enterradas en los sacos de legumbres, las chacinas al corte y la esencia de los jamones que aromatizan el epicentro de Casa Moreno.

En la trastienda, el papel de estraza donde se posa la quintaesencia gastronómica del local, el montaíto de chorizo picante con cabrales, recoge versos, ajenos o propios, de esos que surgen espontáneos tras las barras de bar, por donde se bebe la vida de la mejor manera, sin prisa; «en la vida hay que tomarse todo con calma menos la cerveza, que se calienta», sugieren desde el mostrador, generoso, donde se despacha poca conversación.

Carteles de toros, recuerdos diversos, fotografías de ilustres; Curro Romero, Morante fumándose un puro o la Virgen de la Estrella, La Valiente.

Entre latas de espárragos, anchoas del Cantábrico, caviar de erizo y melva canutera se esconde la Filología en conserva, esa que Emilio, el tabernero serio que sonriendo lo justo, siempre está en su sitio oyendo sin escuchar, recoge con su pluma forrando con ellas, las paredes sin sitio de su taberna.

Frases robadas, palabras entregadas al aire que huyeron de cualquier conversación o pensamientos en voz alta tomados prestados para siempre. «Coleccionar citas ajenas es la mejor manera de formar el ingenio propio», me dijo una vez Emilio, allí donde acudo a reencontrarme con esa literatura que espera inesperada, donde el mismo don Antonio Machado se asomaba, invitándome a vivir; «Hoy es siempre todavía».

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