Pensaba que las golondrinas eran agradecidas. Con la llegada de la primavera una parejita muy enamorada comenzó a hacer su nido en mi patio, encima de un farol. Pensé en evitar que acabaran el nido por la suciedad que dejan, pero me hacía ilusión ver el espectáculo. Se llegaron a familiarizar tanto que se posaban en la reja del salón y me preguntaban a veces lo que estaba comiendo. Me maravilló su manera de hacer el nido, con bolitas de barro, aunque se hayan cargado el farol. Cuando nacieron las crías, una de ellas se salió del nido y murió de la caída, por lo que decidí poner una red debajo del fanal para evitar otro accidente. También una estructura de cartón con idea de que la caquita no estropeara el terrazo. Como cada vez que salía de noche y encendía el farol, los papás me miraban mal, lo hacía a oscuras para no molestarlos y una noche acabé en el suelo. A pesar del esfuerzo y la paciencia, ayer de mañana salí a recoger ropa y esta simpática familia se había marchado sin dejar siquiera una nota de despedida. Los espero el año que viene, pero las condiciones van a ser otras.