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Actualizado: 16 oct 2017 / 21:45 h.
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La derecha catalana se ha disfrazado de progre para dar un golpe de estado aprovechando (porque esperaba la ocasión) aquella spanish revolution del 15M de 1911. Cuando aun no había comenzado el tsunami escribí en estas páginas una columna titulada Los idus extraños en la que, aunque esté feo citarse a uno mismo, decía: «La fecha ha sido escogida... para protestar contra bancos y partidos políticos, unidos en una sagrada familia bastante más extraña que aquella en la que Marx y Engels criticaban a Bruno Bauer y consortes, o sea, al idealismo alemán. Aún no sé si se trata de algo nuevo en el sistema, de un remake de las rebeliones de los países árabes o de una nueva versión ácrata».

Todavía no sabemos qué significó pero sí a dónde llevaba. Independientemente de la voluntad de sus promotores, el «no nos representan» y la «democracia real» del 15M, primero, dieron a la derecha la victoria en las municipales, luego, le sirvieron en bandeja la de las generales y, por último, desataron la irracionalidad que, desde la Edad Media, de tanto en tanto sacude el mundo. Hoy no solo Cataluña sino toda España es un país irracional dividido por cientos de miles de banderas con los mismos colores –rojo y amarillo– aunque repartidos de forma distinta por la tela. En este bosque ha desaparecido el azul de una Europa que debería marcar al mundo el camino de las libertades sociales e individuales y el verde y blanco de la Andalucía que, viniendo desde abajo, luchó por la igualdad de todos los territorios españoles, o sea, por el federalismo.