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Actualizado: 21 abr 2018 / 17:56 h.
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Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos hoy el domingo del Buen Pastor. El Evangelio nos presenta a Jesucristo como el pastor que llama y reúne a sus ovejas, las conoce por su nombre, las cuida, guía y conduce a frescos pastizales, busca la oveja perdida y da la vida por ellas. Él es al mismo tiempo modelo y espejo de los pastores de la grey que Él adquirió con su sangre.

En este domingo, celebramos también la LV Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. En ella se nos recuerda que en la tarea salvadora, que nace del misterio pascual, el Buen Pastor necesita colaboradores para cumplir la misión recibida del Padre y que Él confió a sus apóstoles. A través de humildes instrumentos humanos, el Señor ha de seguir predicando, santificando, perdonando los pecados, sanando las heridas físicas y morales, consolando a los tristes, enseñando a los ignorantes y acompañando a quien se siente solo o abandonado. Son las distintas vocaciones que el Espíritu suscita en su Iglesia para seguir cumpliendo la misión del Buen Pastor al servicio del Pueblo de Dios.

En el mensaje que el Papa Francisco nos ha dirigido con ocasión de esta jornada nos dice que el manantial de la pastoral vocacional es Dios y su gracia. En este domingo damos gracias a Dios por la vocación y el testimonio de tantos sacerdotes y consagrados, que en el ministerio pastoral, en la oración, el trabajo y el silencio del claustro, en el servicio a los pobres y marginados, en el acompañamiento a los enfermos y ancianos y en la escuela católica están gastando generosamente su vida al servicio de Dios y de sus hermanos. Es incalculable la riqueza que aporta a la Iglesia el ministerio sacerdotal y la vida consagrada en sus múltiples carismas e instituciones. Que en esta Jornada y siempre les acompañemos con el afecto y la oración para que sean fieles a la llamada recibida y el Señor nos conceda muchas, santas y generosas vocaciones.

Consciente de que la oración es el alma de la pastoral vocacional, invito a todos los fieles de la Archidiócesis a pedir insistentemente, hoy y todos los días, “al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Os pido también que os impliquéis en esta pastoral, que es tarea de toda la comunidad cristiana, especialmente de los sacerdotes, consagrados, catequistas, educadores y padres. Las familias cristianas han sido siempre el manantial del que han surgido las vocaciones. Un clima familiar sereno, alegre y piadoso, iluminado por la fe, en el que se acoge y celebra el don de la vida, y en el que se vive la comunión y la unidad entre sus miembros, favorece el florecimiento vocacional. De ahí la relación estrecha entre la pastoral vocacional y la pastoral familiar.

Me dirijo ahora a los sacerdotes y consagrados, a quienes urge antes que a nadie esta pastoral preciosa. Os recuerdo con el Papa Francisco, que el testimonio de nuestra entrega suscita vocaciones. Invitad a los jóvenes a plantearse su futuro vocacional, orad con vuestras comunidades por las vocaciones, cultivad la pastoral de los monaguillos, que ha sido siempre venero de vocaciones sacerdotales y, sobre todo, procurad que vuestra vida sencilla, entregada, pobre, casta y alegre, suponga una invitación expresa para que muchos jóvenes se decidan a seguir nuestra vocación.

No puedo concluir sin decir una palabra a los jóvenes, que están viviendo una etapa trascendental, en la que tratan de diseñar su futuro. Yo os propongo un camino apasionante y fecundo para vuestra realización personal: seguir a Jesús en el sacerdocio o en la vida consagrada. Como san Pablo después de su conversión, preguntad también vosotros al Señor: “¿Qué quieres que haga?”, ¿qué quieres que haga con la vida que me has regalado?, ¿qué quieres que haga por ti?, y mostradle vuestra entera disponibilidad, sin planes previos y con una gran confianza.

Un amigo de Jesús no diseña su existencia sin contar con el Señor. Las grandes decisiones sobre nuestro futuro hemos de tomarlas con Él, con espíritu de fe, obediencia y amor, arriesgándonos a ponernos a su alcance para que Él tome y conquiste nuestra vida, la convierta, posea y oriente al servicio del Evangelio, de la Iglesia y de los hermanos. Esta es la única forma de acertar. Esta es la puerta estrecha que da acceso a la felicidad, de la mano del Señor. Es la mejor forma de emplear la vida, guiada y poseída por Él y abierta a los hermanos con su mismo amor.

Él nos ha dicho que “no hay amor más grande que el de aquel que da la vida por sus amigos”. Él ha prometido recompensar con el ciento por uno a quien entregue su vida por Él y por el Evangelio. A Él le pido que os conceda un corazón generoso.

Para todos vosotros, mi saludo fraterno y mi bendición.