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Actualizado: 26 mar 2017 / 23:00 h.
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Hay una España que lleva muriendo más de cincuenta años y hoy se nos muestra ante el mundo civilizado como la agonía de un problema de difícil solución. La España rural se muere ante la pasiva mirada de millones de españoles que desde la ciudad sólo encuentran en esa España una especie de exotismo parecido a las reservas de indios en Norteamérica. Ya existen en España amplios espacios en los que la densidad de población es menor que en Laponia, provincias enteras se despueblan en favor de los grandes focos urbanos de la periferia peninsular o de Madrid.

Dentro de unas décadas, si no se soluciona el problema, gran parte de Castilla o Aragón olerá a «decrépitas ciudades» o a «sombrías soledades» como dijera Machado y miles de pueblos habrán seguido desapareciendo como lo vienen haciendo desde los años sesenta. Parece como si a nadie le importara, como si este país pudiera permitirse el lujo de perder para siempre un sabio bagaje cultural que siempre le dio pluralidad y razón de ser a nuestras gentes.

Pero no debe ser recuperado sólo el espacio, no se trata de convertir cada casa, cada pueblo, en un hotelito rural en potencia, en el espacio antiestrés de fin de semana del urbanita. Lo rural es mucho más que eso y el pensamiento único urbanita que se impone debiera ser respetuoso con la forma de vida del mundo rural, que hoy no lo es. Es curioso comprobar cómo se pretende imponer el sentido urbano de las relaciones con la naturaleza y se legisla para el campo lo que se ve desde la ventana de la ciudad. Algún día seremos una reserva india. ~