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Actualizado: 29 nov 2016 / 18:55 h.
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  • La sonrisa

Por Teresa Olmedo. Ganadora de la XII edición

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Una pecera. Muchos peces. Todos nadan dando vueltas. No saben a dónde van, pero tampoco se lo cuestionan; simplemente se limitan a hacer lo que les marca el instinto, lo que hace el resto del grupo. Algunos se chocan contra el cristal, no aprenden. Siguen y siguen luchando por salir, pero siempre se topan con el mismo obstáculo invisible. En cuanto alguien les da de comer, todos los peces se lanzan a la superficie para conseguir algún trozo de pienso. El más fuerte sale ganando y el más débil, al final, muere. Cada poco tiempo hay que cambiarles el agua, porque si no se envenenarían en sus propias sustancias de desecho. Después de este recorrido, da la impresión de que son unos animales bastante inútiles: en su breve paso por la vida ni siquiera son conscientes de su propia existencia. De hecho, para ellos la muerte de un hermano es un acontecimiento trivial más.

Los seres humanos somos también animales, pero mucho más complejos, elaborados e inteligentes. Aun así, nuestra vida no se diferencia mucho de la de los peces. Al menos no externamente. Pero hay un gesto que sí que nos hace diferentes al resto de los animales. Además, poseemos inteligencia y voluntad para descubrir y aprehender las virtudes morales de las que carece cualquier otro ser vivo. Pero, como he dicho, hay un gesto que el resto de los animales no son capaces de imitar, aunque a veces pase desapercibido incluso para aquel que lo ejecuta.

Parece estúpido pensar que el único gesto que nos separa de la vida de un ser no inteligente es el hecho de que estiremos la comisura de los labios en una sonrisa. Reír, llorar, cantar, bailar, arquear las cejas e, incluso, imitar el habla está al alcance de algunos animales, pero la sonrisa no, porque sonreír conlleva emociones que a ellos se les escapan.

Que alguien sonría significa que esa persona es consciente de su propia vida y de la vida de aquel a quien le dirige su expresión. Sabe lo que significa vivir y también amar, porque no se puede amar y no sonreír.

Escribo, claro, acerca de una sonrisa verdadera, de esas en las que los ojos se iluminan y que es capaz de transformar hasta el lugar más frío e inhóspito en un sitio cálido y acogedor. Así, la sonrisa puede definirse como la belleza concentrada que espera a ser liberada.

Mucha gente piensa que la sonrisa es el resultado de la felicidad, pero no es así. La sonrisa es el camino más rápido y seguro para alcanzar esa felicidad que anhelamos y de la que tampoco los animales tienen noticia.

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