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Actualizado: 19 ago 2018 / 07:00 h.
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El mar embravecido no ha sido nunca obstáculo para que el hombre se pusiera a merced de las aguas en busca de nuevos territorios. Muchas veces el gran peligro era la costa, sobre todo cuando era difícil identificarla. Para que la costa fuera visible desde mar adentro, nada tan simple como hacer fuego a mucha altura. Así que desde hace siglos se han construido torres para ser vistas desde el mar o, como hicieron los almorávides, para mirar hacia las olas temerosos de una invasión por mar. Ellos fueron los primeros en llenar la costa mediterránea andaluza de unas torretas pensadas más para ver que para ser vistos y, sobre todo, para avisarse rápidamente –encendiendo una gran hoguera– en caso de invasión a través de señales de fuego a través de la costa.

Pero antes de los almorávides, en Chipiona, Cádiz, se edificó una gigantesca torre. No es fácil imaginarse el impacto que causaría el faro de Chipiona hace más de 2.000 años en los habitantes de la época. Lo mando construir el Imperio Romano a través de su procónsul en Hispania, Quinto Servilio Escipión. La gran obra latina consistió en una gigantesca torre que rompía un paisaje completamente llano y virgen, para que las naves del imperio al verlas supieran dónde tenían que girar para subir por el Guadalquivir. De hecho, el faro de Chipiona sigue conservando en su haber el hecho de ser el más alto de toda España, el tercero de Europa y el quinto del mundo gracias a su torre que se eleva 69 metros sobre el terreno.

También es uno de los faros más antiguos de los que hay constancia histórica. El geógrafo e historiador de la antigua Grecia, Estrabón, habló de esta torre como una obra maravillosa que igualaba en majestuosidad con el mítico faro de Alejandría. Se mandó construir en el año 140 antes de Cristo, pero el faro actual no es de tiempos romanos. Se construyó mucho después, en 1863, hace ahora 150 años, aunque la forma de la torre si recuerda las torres conmemorativas romanas. Los materiales de construcción: sillería de arenisca y, como no podía ser de otra forma, piedra ostionera, la materia prima que mejor soporta la erosión en sitios de costa y que conocen perfectamente los gaditanos.

Septimio Andrés, el farero de Chipiona desde hace más de 25 años, es el cicerone que acompaña a los visitantes y quien explica que este faro, además de ser un mirador natural excepcional de este tramo de costa gaditana, conserva en su interior restos de otros faros que cuentan la evolución de esta tecnología. Junto a ese museo de la historia de los faros y del estuario navegable del Guadalquivir, la base del faro aloja a varias familias que tienen en el faro su casa.

Sin embargo, aunque el de Chipiona es el más alto, no es el faro habitado que se encuentra a más altitud de Andalucía. Hay que recorrer casi toda la geografía andaluza para encontrar el faro a mayor altitud de España. En uno de los puntos más altos del Parque Natural de Cabo de Gata Níjar está el faro de Mesa Roldán donde vive Mario Sanz, su farero, que además forma parte de uno de los grupos ecologistas con más calado en la zona: La Asociación de Amigos del Cabo de Gata.

Mario es farero vocacional, como atestigua la colección de maquetas de faro que atesora en el interior del su casa, el faro de Mesa Roldán. Curiosidades como una lámpara de 2.500 vatios, del tamaño de un balón de fútbol, usada pero no fundida, que era la que antaño se usaba en el faro. «Ahora utilizamos estas pequeñitas de 1.000 vatios y halógenas que son mejores porque concentran muy bien el foco», explica. La colección de Mario la completan piezas muy detalladas como el faro de Málaga, conocido como la farola o una reproducción de la Torre de Hércules, entre otros.

Pero Mario además de ser farero ha escrito libros sobre faros. «Una vez que llegué aquí, con esta tranquilidad, empecé a leer toda la documentación antigua y realicé mi primer libro que es una historia sobre el faro de Mesa Roldán que creo que es muy entretenido porque tiene la historia del pueblo en paralelo, la de Almería».

El faro de Mesa Roldán está dentro del Parque Natural de Cabo de Gata y Níjar y su vista privilegiada ha convertido a Mario en un vigía de tierra adentro. Desde la asociación ecologista de Amigos del Cabo de Gata, este farero se ha involucrado en la protección del Parque. Paradójicamente, estas estructuras que empezaron siendo torres vigía para defenderse de los piratas de la zona, vuelven de nuevo a cumplir en parte esa función, aunque ahora en contra de la piratería de tierra adentro. «La amenaza del urbanismo salvaje se ve mejor desde lo alto de un faro», sentencia.

Sin abandonar la provincia de Almería se encuentran los restos de otro faro devorado por las olas. El retroceso de la línea de costa, que según las previsiones de cambio climático seguirá avanzando, ya se cobró en el Sabinal su primera víctima arquitectónica. El nuevo faro del Sabinal se tuvo que construir de nuevo más alejado de las olas. Este faro además es la única construcción que se alza por encima del paraje natural protegido que lleva el mismo nombre: El Sabinal. Aquí además no hay farero... hay farera, Dolores Papis. «Yo vine a parar a un faro por casualidad y llevo casi 40 años de farera. Mi marido era farista y cuando salieron las oposiciones abiertas también para mujeres me presenté; tenía dos hijos y los dejé con los abuelos para prepararme... y saqué las oposiciones». Dolores adquirió la pasión por la vida en el faro gracias a su marido, farero, heredero de un oficio familiar que se remontaba a varias generaciones.

Inicialmente, en 1851, cuando se instauró el oficio de farero, entonces bajo el nombre de torrero, estaba reglamentado que para ejercer esta profesión había que tener los 21 años cumplidos, no más de 30, saber leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir y tener conocimientos de armas. En la actualidad para ser farero hay que aprobar una oposición específica de la Administración del Estado y, por supuesto, ya no se requiere el uso y destreza de armas. Sin embargo el asunto de la seguridad es el que ha llevado a Puertos del Estado a volver a estudiar la posibilidad de habitar sus faros, con el fin de evitar actos vandálicos y los robos en edificios alejados de núcleos urbanos como son estas estructuras.

Esta farera, una de las pocas de Andalucía, recuerda que en sus inicios los fareros eran una comunidad y entre fareros y fareras se daban alojamiento como si se tratase de una hermandad: «Estábamos más comunicados que ahora porque había reuniones de la asociación, nos visitábamos los fareros por regiones para vernos... Hoy como estamos en Puertos (del Estado), estamos como más distanciados; no tenemos asociación sino que cada uno pertenece a su puerto y ya es distinta la vida en el faro».

Dolores Papis, la farera de El Sabinal, es posiblemente una de las fareras –o faristas, como se llama a esta profesión en Almería– con más antigüedad de toda España. Los fareros más jóvenes se encuentran en uno de los extremos geográficos de España, en el Cabo de Gata, en el arrecife de la sirena. Cuenta la leyenda que los marineros acudían hasta este extremo de la Península con sus barcos y acababan naufragando siguiendo el canto de las sirenas. Probablemente los seres mitológicos no eran otra cosa que focas monje, una especie emblemática del Mediterráneo que tuvo aquí, precisamente a los pies del faro de Cabo de Gata, su último hábitat conocido en toda la costa europea.

El Faro de Cabo de Gata está en un lugar estratégico de la costa almeriense. De hecho está edificado sobre una antigua fortaleza, el Castillo de San Francisco de Paula, desde donde se evitaba la presencia en estas calas de los piratas que asediaron estas aguas. Armando Martínez, su farero, tiene en este faro su hogar junto a su mujer y sus tres hijos: Pablo, Pedro y Ana, los últimos niños fareros que quedan en España.

Cuentan los fareros que para ellos vivir en un faro es como vivir en una casa cualquiera. La imagen romántica el farero aislado, ermitaño y huraño nada tiene que ver con el perfil técnico y humano de estos profesionales de la luz, que iluminan la oscuridad del mar y marcan el rumbo desde la costa a los navegantes que, pertrechados en la actualidad de ingenios tecnológicos como el GPS, siguen contando con los faros como el enlace y la referencia con la realidad de tierra firme.

ESTRUCTURAS ESENCIALES

Aunque parezca que los faros hoy día están en desuso realmente no es así. La gente de mar los sigue utilizando. Aunque efectivamente existen el GPS y otros sistemas electrónicos, los faros siguen ofreciendo precisisas referencias de localización que pueden salvar en un momento crítico a embarcaciones en las que se averíen los sistemas electrónicos de navegación. Los faros también sirven para orientar a los aviones. En España hay 29 faros aeromarítimos cuya luz sirve a los pilotos para confirmar el rumbo de sus aeronaves. El de Chipiona es uno de ellos. En España se consideran faros aquellos cuya señal se ve a más de 12 millas (24 kilómetros). En la costa española en cada cabo hay un faro.

LA EVOLUCIÓN DE LOS FAROS

La evolución de los faros arrancó con la invención de la lente escalonada de Fresnel, en el 1820, quien diseñó una lente central con otras escalonadas que distribuían la luz de manera unidireccional. A partir de ahí la evolución de los faros se puede ver en las muestras que hay en el interior del de Chipiona, convertido en museo. El faro de gas, que estuvo operativo en el faro de Bonanza en Sanlúcar de Barrameda, es una de las curiosidades que conserva este faro-museo de Chipiona, de hecho, no fue hasta 1985 cuando llegó la automatización de los faros con la puesta en marcha del Plan de Alumbrado de las Costas de España, a lo que siguió la condena a muerte del oficio de farero, regulada por ley en 1992 declarándose a extinguir este oficio.

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