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Actualizado: 17 dic 2017 / 20:52 h.
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Llega la Navidad y me da la impresión que los ciudadanos, auténticos moradores de la ciudad, somos considerados como una especie de homo economicus, una especie de sujeto para el consumo, para el negocio en el que se ha convertido la fiesta y a cuyo servicio se ponen las ciudades y sus recursos.

Las ciudades toman cada vez más una identidad de especie de centro comercial abierto y parece que todo vale con tal de reactivar el comercio. Ese es el discurso y ese es el mensaje que diseña la ciudad desde una perspectiva economicista, por no hablar de las tracas y alharacas a la hora de hablar del precio del marisco o de las excentricidades de los cotillones de fin de año.

Todo esto justifica la pérdida de espacios públicos, la invasión de plazas y calles de actividades económicas y la pérdida de identidad y realidad de lo que debe una ciudad en unas fiestas como éstas.

Al margen de la religiosidad, que ese es otro tema, la Navidad se caracteriza por el disfrute de la calle, los paseos y por un uso del espacio urbano como quizás en ningún otro tiempo del año; es un tiempo de simbiosis de la ciudad y su gente... Pero parece que ese valor social de la ciudad se entiende mal; los ayuntamientos nos limitan el uso de las plazas, nos llenan las calles de obstáculos para el paseo y el disfrute y hacen del espacio urbano un espacio económico la más de las veces tedioso. Pienso que si la ciudad en Navidad se pensara desde la perspectiva ciudadana sería socialmente más respirable y económicamente más rentable. No nos quiten las plazas, por favor.