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  • ¡Marchando una sonrisa gratis!

Seguramente es la segunda persona con la que anudas la convivencia cada mañana, la segunda a la que saludas y ofreces los buenos días, la segunda en verte la cara y el espíritu. Ha despertado hace poco, como tú, pero está dispuesto, después de lavar, recoger, ordenar, barrer, preparar y colocar, a darte la primera satisfacción de la jornada. Es el camarero. Y te pondrá delante el desayuno, un día más, como siempre.

El camarero que te atiende cada mañana tiene, como tú, su jefe y su deuda con el banco, su hija en la universidad y un chaval en el instituto que no acaba de apretar los codos. Su padre no quiere que termine dedicándose a la hostelería pero el niño no espabila. Tu camarero tiene que llevar el coche al taller y reunir el dinero de la mensualidad de ese préstamo para el dentista de la pequeña de la casa. Tu camarero, que no es tuyo, hará suyos tus problemas y echará los suyos por la alcantarilla con el agua de la manguera con la que baldeó nada más llegar la zona de los veladores para que estuviera limpia y fresquita. Te ha visto llegar de lejos y apenas pisas el bar ya tienes en la barra ese café tal y como te gusta, y la tostada en su punto, doradita, que servirá para que tu motor arranque y eche a caminar por la pista de un día nuevo.

Sabe que andas preocupado y te regala su mejor sonrisa aliñada con un comentario simpático. Te está sirviendo, trabajando para tu bienestar. Con tres euros mal contados pagarás el café y la tostada. Pero un día más te han regalado compañía, sonrisa, ánimo, deseo de suerte, mano tendida y augurios de mejora. Cuando estés por la tarde haciendo las compras o llevando a tu hijo a la piscina; cuando tu día se encuentre en esa fase tardía de reposo y frescor, tu camarero –que no es tuyo– andará todavía con la fregona en la mano buscando un cierre que necesita como tú necesitas la tostada de mañana temprano. Y allí estará cuando tú llegues, con la sonrisa y el café puesto para ti, dándote los buenos días y los primeros titulares de una jornada que para él comenzó a las cinco y media. Sólo te cobrará lo que consumas. El resto te lo regala, siempre.

Recuérdalo cuando mañana ese camarero, que no es tuyo, te sirva de nuevo el café. Respétalo, trátalo como él a ti. Pregúntale a él por sus hijos, que los tiene, y devuélvele la buena fortuna que cada día te regala cuando, de lejos, lo ves con la balleta en la mano preparando la mesa que a ti te gusta ocupar. Y que no se te olvide. No siempre es más caballero el que está sentado que quien sigue de pie. Uno de los oficios más nobles es el de servir a los demás. Mañana ese camarero te aguantará como siempre. A ti y a todos los demás. Pero pondrá sobre la barra, en la que apoyas todas tus cosas, lo mejor de su corazón. Un respeto.

Seguramente es la segunda persona con la que anudas la convivencia cada mañana, la segunda a la que saludas y ofreces los buenos días, la segunda en verte la cara y el espíritu. Ha despertado hace poco, como tú, pero está dispuesto, después de lavar, recoger, ordenar, barrer, preparar y colocar, a darte la primera satisfacción de la jornada. Es el camarero. Y te pondrá delante el desayuno, un día más, como siempre.

El camarero que te atiende cada mañana tiene, como tú, su jefe y su deuda con el banco, su hija en la universidad y un chaval en el instituto que no acaba de apretar los codos. Su padre no quiere que termine dedicándose a la hostelería pero el niño no espabila. Tu camarero tiene que llevar el coche al taller y reunir el dinero de la mensuaalidad de ese préstamo para el dentista de la pequeña de la casa. Tu camarero, que no es tuyo, hará suyos tus problemas y echará los suyos por la alcantarilla con el agua de la manguera con la que baldeó nada más llegar la zona de los veladores para que estuviera limpia y fresquita. Te ha visto llegar de lejos y apenas pisas el bar ya tienes en la barra ese café tal y como te gusta, y la tostada en su punto, doradita, que servirá para que tu motor arranque y eche a caminar por la pista de un día nuevo.

Sabe que andas preocupado y te regala su mejor sonrisa aliñada con un comentario simpático. Te está sirviendo, trabajando para tu bienestar. Con tres euros mal contados pagarás el café y la tostada. Pero un día más te han regalado compañía, sonrisa, ánimo, deseo de suerte, mano tendida y augurios de mejora. Cuando estés por la tarde haciendo las compras o llevando a tu hijo a la piscina; cuando tu día se encuentre en esa fase tardía de reposo y frescor, tu camarero –que no es tuyo– andará todavía con la fregona en la mano buscando un cierre que necesita como tú necesitas la tostada de mañana temprano. Y allí estará cuando tú llegues, con la sonrisa y el café puesto para ti, dándote los buenos días y los primeros titulares de una jornada que para él comenzó a las cinco y media. Sólo te cobrará lo que consumas. El resto te lo regala, siempre.

Recuérdalo cuando mañana ese camarero, que no es tuyo, te sirva de nuevo el café. Respétalo, trátalo como él a ti. Pregúntale a él por sus hijos, que los tiene, y devuélvele la buena fortuna que cada día te regala cuando, de lejos, lo ves con la balleta en la mano preparando la mesa que a ti te gusta ocupar. Y que no se te olvide. No siempre es más caballero el que está sentado que quien sigue de pie. Uno de los oficios más nobles es el de servir a los demás. Mañana ese camarero te aguantará como siempre. A ti y a todos los demás. Pero pondrá sobre la barra, en la que apoyas todas tus cosas, lo mejor de su corazón. Un respeto.

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