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Actualizado: 06 jul 2018 / 22:12 h.
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¿Existen esas rachas malas, espantosas y terribles, de las que nos quejamos con tanta frecuencia? No, claro que no. Lo que existen son distintas formas de recibir las cosas. A veces, nos encontramos deprimidos, tristes, negativos, y cualquier pega que encontremos en el camino nos parece que forma parte de esa racha de mala suerte que parecía interminable y casi mortal. Eso sí, la misma cosa, unos días antes nos hubiera parecido algo sin importancia, insustancial. Las rachas nos las inventamos para que la realidad nos dé la razón y sean la constatación de que nuestra forma de entender las cosas es acertada. Al menos de vez en cuando.

Hace muchos años, tantos que me impiden ser más exacto de lo que soy, estando en Toledo, soportando la canícula sin rechistar, un pájaro negro se coló en la casa de mi abuela. Comenzó a revolotear por una de las habitaciones, más tarde por otra; no sabía salir de allí y yo era incapaz de ayudar al pajarillo. Iba de pared a pared moviendo con rapidez las alas. Se golpeaba contra la lámpara, contra la cama, contra el armario. Mi abuela apareció con un paño de cocina estirado entre las manos. Espero a que se estrellase, otra vez. Le echó el trapo encima (a la primera), con mucho cuidado agarró trapo y pájaro, salió al patio y dejó lo que ya era un paquete en el suelo. Levantó el trapo y el pajarillo echo a volar de inmediato. Mi abuela entró en la casa sin decir ni una sola palabra. Seria, con cara de malas pulgas. Antes de acostarnos me dijo que un pájaro dentro de casa no llamaba a la suerte. Igual que los peces dentro de una pecera. No soy especialmente supersticioso, pero jamás he tenido ni pájaros ni peces en casa.

Unos días después se fundieron los plomos un par de veces, se fundieron un par de bombillas de la lámpara de mi alcoba. El calor era insoportable y comenzaba a convertirse en una tortura asomar la cabeza por la puerta de la calle antes de las ocho de la tarde. Un grifo comenzó a funcionar con problemas y hubo que avisar al hijo de la señora Concepción. Era un manitas y un mal encarado. Por si era poco, unos días más tarde, enfermé. Fiebre. El médico no supo diagnosticar mi mal y a los tres o cuatro días estaba como nuevo. La abuela se pasó quince días diciendo que ya lo sabía ella, que ya lo sabía. Ah, olvidaba apuntar lo más catastrófico: de camino al médico, perdió un duro de cinco pesetas. Al cambio, hoy serían 2,5 céntimos de euro o algo así. Y, aunque parezca imposible, ese duro daba para comprar el pan, por ejemplo.

¿Una racha espantosa? Pues claro que no. Durante los años que pasé los veranos en Toledo con mi abuela, sucedieron cosas mucho más graves, mucho más alarmantes y mucho más pegadas en el tiempo unas a otras. Pero nunca más escuché nada de malas rachas ni nada por el estilo. La abuela era una mujer divertida, agradable, siempre dispuesta a salir adelante. Aquella mala racha provocada por el pájaro fue una invención y perder un duro se convirtió en una tragedia en la cabeza de la abuela, que yo tuviera fiebre inexplicable se convirtió en una especie de maleficio.

Un problema insignificante se puede convertir en lo más grave que se haya conocido jamás, y dos o tres se pueden convertir en la peor de las rachas que un ser humano haya tenido que pasar en la historia. Si alguien lee el periódico puede pensar que se está viviendo la peor de las rachas de la historia. Aunque podría pensar, también, que bastante poco sucede siendo la cantidad de personas que somos. Son dos formas de recibir la misma cosa, de entender la realidad. Una conduce a la desesperación total. La otra a ver una oportunidad en todo lo que sucede a diario.

¿Existen malas rachas? No. ¿Y las buenas? No. Que no, que no. Lo que existe es nuestra forma de mirar, de pensar, de decir, de amar, de imaginar. Y somos nosotros los que colocamos las cosas en su sitio, los que colocamos cada elemento de la realidad. Por eso, si nos dejamos llevar por las invenciones que provoca nuestro estado de ánimo, lo único que logramos es apilar los problemas convirtiéndolos en un solo asunto de tamaño descomunal e inabordable.

Pensar en positivo es la solución. Es gratis y efectivo.

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