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Actualizado: 23 jun 2018 / 21:02 h.
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Hace ya bastante tiempo que soy capaz de defender una idea y su contraria sin plantearme ningún conflicto ético. No se trata de cinismo, sino más bien de la constatación de que la edad me está despojando de certezas absolutas y de que estoy obligada a batallar con mis propias contradicciones. Esto es justamente lo que me sucedió con la escena del presidente francés, Emmanuel Macron, encarado con un chaval de catorce años al que quiso enseñarle modales delante de una multitud y para que constara. Ahí, para que aprendas.

La bronca que el presidente francés le soltó a este adolescente durante un acto en París por dirigirse a él de forma inapropiada ha sido recogida por todos los medios de comunicación y luego se ha convertido en un vídeo viral. Emmanuel Macron consideró que el chaval se merecía una lección porque, desde detrás de una valla de seguridad tras la celebración de un evento en memoria de la Resistencia Francesa, saludó al paso de Macron entonando La Internacional y con un «¿qué pasa, Manu?» (así en francés, con acento en la u), lo que a monsieur le président de la V República francesa le molestó tremendamente. En lugar de ignorarlo, Macron lo reprendió: «Estás en una ceremonia oficial, así que compórtate como debe ser. Puedes hacerte el imbécil, pero hoy hay que cantar la Marsellesa y el Canto de los Partisanos (himno de la Resistencia francesa durante la ocupación alemana). Y a mí me llamas señor presidente de la República o señor, ¿vale?», le dijo en tono severo.

¿Verdad que cualquier adulto responsable diría que el presidente le dio una excelente lección de educación y respeto al chiquillo? Eso fue lo primero que pensé. Ya está bien de colegueo y de tuteo y de pasarse la autoridad por el forro. Muchos de nuestros jóvenes están faltos de valores y de normas, que hemos ido dejando por el camino de una educación cada vez más permisiva. El chaval metió la pata y fue un bocazas, por lo que mereció que el presidente le parara los pies.

Se ve que a Macron, por otra parte, le va la marcha. Son conocidas sus trifulcas en los actos públicos porque no duda en pararse a contestar y discutir con quienes le increpan, y su equipo de propaganda se apresura a divulgar las grabaciones de estos incidentes, al parecer porque han descubierto que son del gusto del público. Ruedan por ahí unas imágenes de Macron tan furioso por los silbidos de los agricultores en una feria agrícola que al final los mismos agricultores tuvieron que tranquilizarlo.

En definitiva, que si ven la escena de la reprimenda al chiquillo tal vez entiendan mi dilema. El jovencito se quedó lívido, tragó saliva y se disculpó: «Sí, señor presidente», pero Macron, con todas las miradas (y las cámaras) siguiendo atentamente el rapapolvo, continuó con la regañina: «Bien. Y haces las cosas en orden. El día que quieras hacer la revolución, consigue primero un diploma y aprende a ganarte la vida por ti mismo. ¿De acuerdo? Después ya podrás ir a darles lecciones a los demás».

Nada que objetar, ¿verdad? Un sabio consejo de una autoridad a un jovenzuelo descarado. Pues sí y no. Todos hemos conocido a algún maestro que, en el ejercicio de sus funciones, disfrutaba poniendo en evidencia a tal o cual alumno delante de sus compañeros, lo cual es un error y dice muy poco del carácter del profesor, por mucha razón que tuviera y muy merecida que fuera la filípica. No es que el niño se vaya a quedar traumatizado, es que ése no es un ejemplo de madurez.

Pues igual que esos maestros y desde su posición de poder, el presidente francés, que era consciente de la repercusión de sus palabras por la presencia de público y de las cámaras de televisión, le dio al adolescente una lección (necesaria) con una innecesaria divulgación. Le diera lo que le diera, lo que no le dio fue ejemplo. Y sé que es una contradicción. Lo siento, Manu.