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Actualizado: 30 jul 2018 / 23:00 h.
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En todos los capítulos importantes de la Historia de cualquier país, los jefes o héroes que los protagonizaron se distinguían del común de los mortales por tener valor ante el poderoso y llamar a seguir su ejemplo consiguiendo con él los objetivos previstos y, además, pasar a las páginas de esos libros que seguirían cantando sus hazañas por los siglos de los siglos. Eso es lo que sucedió siempre, desde la batalla de las Termópilas a Juana de Arco o Agustina de Aragón. Ahora, sin embargo, las cosas han cambiado radicalmente y son muchos los líderes –o individuos con pretensiones de serlo– que apelan al miedo y hacen lo posible y lo imposible para que a la gente le entre por el cuerpo, se acobarde y los siga.

Eso es lo que hacen cotidianamente en Estados Unidos, Polonia, Hungría, Austria, Chequia e Italia sus gobernantes actuales y con lo que intentan llegar al poder partidos ultraconservadores en Francia, Alemania... o, en España, el PP que está articulando Pablo Casado ante la llegada diaria de inmigrantes y refugiados. Todos ellos saben perfectamente que el problema precisa una solución internacional que encuentre fórmulas con las que desarrollar las tierras de aquellos y, al mismo tiempo, frenar el progresivo envejecimiento de la población de las nuestras pero proponer objetivos en ese sentido y esforzarse en conseguirlos dejaría claro que nada tienen que ver con los que fueron protagonistas de la Historia. No son más que simples ambiciosos que infunden un miedo irracional al desvalido para crear un clima de pánico que los haga poderosos.

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