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Actualizado: 20 abr 2018 / 22:37 h.
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Era finales del siglo XX, cuando había pronosticado André Malraux, el amigo de Picasso y Matisse, que en el tiempo político siguiente nos dominaría el fundamentalismo, en el sentido de corriente de pensamiento vinculada al sometimiento absoluto, y a determinada doctrina muy práctica e intransigente, especialmente sirviendo a algo tan básico como el dinero en todas sus variables, Malraux, el escritor de las utopías consoladoras, que además fue premonitorio.

Efectivamente hay serios síntomas que lo avalan, duro es el hambre, el frío, la falta de techo, de empleo, de libertad, pero es igualmente ensordecedor no tener referentes en lo que fue la noble política. Tenemos en el deporte, en la novela, en la poesía, en la pintura, en la música, en el cine. Este país ha tenido, tiene grandes: Nadal, Gasol, Mireia Belmonte, José Luis Sampedro, Caballero Bonald, María Galiana, Carmen Laffont... y una interminable lista. Pero en este instante sombrío, donde casi todos los mitos, de casi todos los colores, y de casi todas las categorías se han desmoronado. Es la paz, Siria y conflictos de tamaño interés, los que provocan la atención para saber cómo actuar, no olvidando que siempre debemos hacer justo lo contrario de lo que los belicistas y los ávaros hacen allí, y aquí.

Es este eternizado segundo de la historia reciente y actual de España donde rebuscas referentes también en la política, entendiendo que es el gran escenario del mundo, donde se puede aprender lo mejor y lo peor del ser humano. Dramáticamente necesitas hacer demasiados kilómetros, hasta Uruguay, uno de los países más pequeños de la tierra, para encontrar un referente de carne y hueso, reconciliarte con la política, y envolviéndote en su viejo presidente Pepe Múgica, el último mohicano, recordar cuando al final del libro dice Tamenund: «He vivido para ver al último guerrero de la sabia raza de los mohicanos».

Pepe Múgica no es solo un político tan pobre como su pueblo y tan sabio como su gente, además no miente, ni roba, ni aparenta, ni malversaba con los impuestos, y los votos. Cuando asistía a la Asamblea General de Naciones Unidas, la mayoría de los mandatarios internacionales abandonaban la sala, no resistían el impacto del espejo que les reflejaba, y en cambio, sus discursos se convertían en trending topic.

Pepe Mujica dice algo sencillo: «Ocupamos el templo con el dios Mercado, él nos organiza la economía, la política, los hábitos, la vida y hasta nos financia en cuotas de tarjeta, la apariencia de felicidad».