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Actualizado: 19 oct 2018 / 10:27 h.
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Hasta hace unos años, estuve abonado en el coso que se inauguró con el nombre de plaza de toros de Las Ventas del Espíritu Santo, la que ahora se conoce como Las Ventas de Madrid. Fueron muchos los años que disfruté de dos localidades en el tendido 7. Mucho sol y mucho conocimiento había en ese tendido. Fueron cientos de corridas que se sumaban a las que asistí, siendo estudiante y pobre como las ratas, en la andanada del 9, rodeado de abuelos que me enseñaron buena parte de lo que llegué a saber sobre la tauromaquia. Llegué a entender de toros. Supongo que algo queda. Por si era poco, compartí aula (yo tengo un master de esos que cuestan una pasta y cuestan un trabajo enorme sacar adelante, de esos en los que no regalan nada) con una compañera que era hija y sobrina de unos ganaderos salmantinos de enorme fama. Disfrutar del toro bravo en la dehesa es una las experiencias más fascinantes que el que escribe ha vivido. En fin, fui eso que se conoce como ‘taurino’.

Nunca he tratado de convencer a nadie de las maravillas del arte del toreo. Entre otras cosas porque nunca encontré datos objetivos para defender nada que tuviera que ver con una corrida de toros. Tampoco me ha gustado debatir sobre estos asuntos puesto que me parece que dos posturas tan distantes y tan ancladas a sus razones solo pueden rellenar espacios de discusión estériles.

El gusto por las corridas de toros, al menos en mi caso, tiene que ver con las sensaciones, con los sentimientos, con la piel. Pocas veces, poquísimas, me he emocionado tanto como viendo torear. Aquel natural de Curro Romero a la altura del tendido 4 a un toro colorao (que no tenía un pase) me sigue emocionando con intensidad. César Rincón frente al ejemplar del hierro de Baltasar Ibán, encaste Contreras, de nombre «Bastonito», que era todo fiereza, quedó grabado en la retina. Con toda su emoción, con todo su miedo, con todo lo que removió dentro de mí. Disfrutar de una faena intensa, inmensa e indescriptible arrasa con todo. Aunque entiendo que sean muchos los que no vean nada que no sea sangre, sufrimiento y barbarie.

Lo que uno siente no puede explicarse con exactitud; a veces no es posible ni acercarse. Nadie puede hacer sentir a distancia, imaginando algo que no sabe ni lo que es. Un nuevo aficionado solo puede ser el resultado del conocimiento directo, de vivir la experiencia; si es junto a alguien que pueda explicar, por ejemplo, la liturgia de la lidia, mucho mejor, pero si alguien no pisa una plaza de toros difícilmente podrá entender nada.

Pero para que alguien se aficione tiene que existir una intención y nunca una obligación. No se puede exigir que alguien se emocione con un capotazo. No se puede exigir a nadie que vea arte cuando ve sufrimiento. Del mismo modo que no se puede consentir un ataque frontal por parte de los que se hacen llamar antitaurinos sin saber qué es eso que quieren derribar. Si se quiere hacer desaparecer algo es imprescindible que se valoren las consecuencias y saber qué se logra o pierde con ello.

Digo todo esto habiendo abandonado mi afición hace años, habiendo conocido la zona oscura del mundo del toro, habiendo rehusado por completo. Pero siendo, también, un amante absoluto del toro bravo (no conozco animal tan precioso y majestuoso) y buen conocedor de la tauromaquia.

Los tiempos cambian, todo evoluciona o desaparece si no lo hace. Los debates actuales sobre la abolición de las corridas de toros están completamente justificadas y habrá que dejar que sea lo que tenga que ser. Pero hay que tener en cuenta que las prohibiciones son muy tóxicas, que no conocer el problema en profundidad nos inhabilita para tomar decisiones sin miedo a meter la pata, las dobles morales no funcionan y son estéticamente patéticas.

Este es un asunto que de forma natural, como suele ocurrir siempre, tenderá a solucionarse de una forma u otra. No hace falta discutir airadamente, ni señalar como asesino a nadie, ni dejar mensajes espantosos en las redes sociales. Hay que intentar entender las diferentes formas de ver las cosas y tratar de no generar mayores conflictos.