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Actualizado: 22 jun 2018 / 23:00 h.
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Pocas escenas del cine han sido más realistas reflejando el drama de la inmigración que la llegada del joven Vito Corleone a la isla de Ellis, recibiendo a la Estatua de la Libertad sin nada en los bolsillos. En Italia ahora parecen no recordar a aquellos millones de compatriotas que partieron a América buscando una vida mejor, ni siquiera recuerdan la de aquel niño que se coló en la conciencia social de toda una generación buscando a su madre, emigrante italiana, desde los Apeninos a los Andes. Deberían recordar aquellos italianos que miraron al otro lado del Aquarius la historia de Marco, y aquellos españoles de moral y ética ejemplar que consideran que los que llegan en patera buscando ya no un futuro mejor, sino un futuro, sobran. Pienso en Marco, en Vito Corleone y en Neruda, y en aquel barco de la esperanza que a tantos refugiados españoles llevó a Chile huyendo de la guerra, y en los niños sirios, en las tiendas de campañas de su condición de refugiado y en sus pies mojados de fango mientras Europa mira hacia otro lado. Y pienso en Machado, aquel que nunca persiguió la gloria y que cruzó la frontera francesa a pie, con frío y empapado de melancolía evitando responderle a su madre cuánto faltaba para llegar a Sevilla. Pero sobre todo pienso en el monstruo de la hipócrita tierra de la libertad, aquel que separa a los hijos de sus padres solo por su condición de migrantes. ¿Cómo recibiría América hoy al niño Vito Corleone? Es insoportable ver cómo la realidad supera a la ficción, ahora que la estatua de la Libertad da la espalda a los emigrantes y a los pobres.

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