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  • Un día pensé...

Un día pensé que Twitter serviría para librar mil batallas contra las injusticias sociales y la desigualdad, que tendríamos una maravillosa herramienta al servicio de la paz entre las personas. Pero las redes se convirtieron en una gigantesca casa de citas con el odio que daría cabida a los más bajos instintos, una cloaca, una fábrica de bilis y complejos de rienda suelta y boca sucia. Twitter, por más que nos duela, es el refugio ideal para el desconsuelo de los acomplejados, el altavoz a medida de los necios, el terreno de juego sin árbitro para quienes necesitan con urgencia agredir al semejante que viste otro color. Es también un espacio para la genialidad de los honrados, cierto. Pero en las horas en las que necesitamos la paz del océano, los tiburones –sedientos de sangre– remueven el oleaje para sacar ganancia en sus tripas, asquerosas siempre.

Un día pensé que las redes sociales servirían como plataforma cultural universal, que no tendría rival a la hora de fomentar la belleza, las artes.

Un día pensé que el paraguas de la libertad de expresión servía para dar cobijo a las personas que quieren precisamente defender la libertad, sin odiar, sin insultar, sin herir.

Un día pensé que los héroes serían de carne y hueso y sus hazañas, reales, de mérito y hombría. Por eso me conmuevo cuando veo la foto del niño que recibió como regalo la última oreja que cortó Fandiño, acariciando con la manita la foto de un torero al que ya no verá jamás ni en la plaza ni en la calle. Es joven ya conoce la lección de la verdad, de la vida y de la muerte, de lo efímero y lo eterno. Todo en la tierra. Nada de mundos virtuales. En el toreo se muere ciertamente. Y por eso el niño llora de verdad, sin pantallas táctiles en los ojos. Sólo con el pañuelo. ¿Habrá algo más taurino, más humano que un pañuelo?

Un día pensé que las personas de bien harían leyes más justas, más ceñidas al sentido común y nos ofrecerían los mecanismos necesarios para que los vecinos de malas entrañas estuvieran a buen recaudo, sin libertad para escupir en el rostro de las caras limpias.

Un día pensé que nos íbamos a escandalizar ante las agresiones a vivos y muertos en esos nuevos canales que se utilizan para lanzar al mundo todos los vómitos de las malas personas que se escudan, se esconden, se tapan en el burladero de la inutilidad para tirar la piedra y esconder la mano.

Un día pensé, y hoy lo sigo pensando, querido y admirado torero Iván Fandiño –honrado matador–, que todas las personas que te insultan en las redes sociales y se ríen de tu muerte lo hacen porque no tienen los huevos que tuviste tú para luchar por un sueño.

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