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Actualizado: 04 sep 2018 / 19:55 h.
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En el extranjero, los españoles tenemos fama de ser ruidosos, de gritar al hablar, de montar una juerga en cualquier lugar sin tener en cuenta las normas de educación más elementales, de dejar todo manga por hombro. Y no hace falta decir que aquellos que piensan de ese modo, al mismo tiempo, creen pertenecer a sociedades más que civilizadas que están a otro nivel en las que no se tolerarían jamás comportamientos tan paletos, desagradables y molestos como son los de los españoles.

Sin embargo, ambas creencias son radicalmente falsas. Ni los españoles somos un tostón inaguantable y una banda de vándalos; ni lo franceses, belgas, suizos, etc., son un portento de formas exquisitas. Los españoles no somos ruidosos. Los hay muy mal educados. Eso sí. Y los extranjeros deberían saber que entre los suyos, los mal educados, resultan molestos, desagradables y ridículos. No hay grandes diferencias. Porque del mismo modo que la alegría invita a reír o bailar, la mala educación arrastra a algunos a dar voces o a molestar con actitudes patéticas o a ser verdaderos cochinos tirando al suelo desperdicios de todos los colores. No es cosa de pasaportes. Es cosa de educación elemental.

Y ya les digo yo que fuera de España andan tan justitos como podemos estarlo nosotros aquí. Muchos de los turistas a los que tenemos que soportar durante todo el año me dan la razón. Sí, esos que se dedican a beber sin ton ni son y luego se lanzan desde los balcones a las piscinas. Que yo sepa en ningún lugar del mundo pueden avergonzarnos con imágenes en las que los jóvenes españoles muestren actitudes similares.

Pues eso. Que se acabó el mito.