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Actualizado: 20 jul 2018 / 21:51 h.
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He terminado de leer, hace unos días, la novela de Édouard Louis Historia de la violencia. Es uno de los relatos que resultan áridos al lector, difíciles de encuadrar dentro de eso que solemos llamar novelas bonitas. El texto trata sobre los diferentes tipos de violencia con los que nos podemos encontrar y, también, sobre la dualidad que el ser humano comparte con el resto de la realidad. Porque todo es dual y simbólico. Todo es sí y es no. Un ser humano puede ser verdugo y, poco después, víctima. O justo al contrario.

El protagonista de la historia que cuenta Louis es Èdouard es él mismo. Sufre un intento de homicidio tras una violación por parte de un joven que ha conocido unas horas antes. El narrador toma mucha distancia para relatar lo que sucedió, intenta descargar de emociones el relato, se desnuda por completo aunque de una forma gélida. Tanto es así que deja que sea su hermana la que explique lo que sucedió la noche del 24 de diciembre. El autor utiliza hasta tres voces narrativas distintas buscando ese efecto que marca una enorme distancia entre la voz y la acción. Y esa es una de las causas por las que el relato se endurece y comienza a ser molesto, irritante, a no gustar aunque se siga leyendo. ¿Cómo vamos a creer, cómo vamos a empatizar, cómo vamos a entender (sencillamente entender) lo que nos quiere decir una víctima que no llora amargamente sobre nuestro hombro? ¿Cómo vamos a fiarnos de un homosexual que es capaz de recordar la belleza de su violador mientras narra un episodio terrible? ¿Cómo es posible que nos presenten las características de víctima y verdugo tan parecidas? ¿Cómo vamos a fiarnos de un gay que invita a subir a un sujeto a casa la noche del 24 de diciembre por que se enamora de su aliento? Sí, que nadie se lleve las manos a la cabeza. En España siguen existiendo unos enormes prejuicios con las personas que forman el colectivo LGTBI. Quien crea lo contrario estará cometiendo un error. Y el autor de este libro lo tiene clarísimo.

No puedo evitar recordar la novela de Albert Camus El extranjero. Su personaje principal, Meursault, será condenado a muerte por no llorar durante el funeral de su madre. Ha matado a un árabe y deberían condenar a Meursault por ese asesinato. Pero, sin embargo, un asesinato puede llegar a justificarse y se convierte en la excusa perfecta por la que condenar a muerte al protagonista. No llorar la muerte de una madre no tiene razón de ser. En el caso de Èdouard Louis, ser violado siendo gay, no termina de ser aceptado por su hermana, por su cuñado, por los policías... Subes a un sujeto a casa. Pasas la noche con él en la cama. Antes de irse ¿te viola? No puede ser, eso es imposible. Este es el razonamiento habitual, el primero que viene a la cabeza de las personas. Y claro que puede ser. Reda (el violador) intenta ahogar con una toalla al protagonista y, después, le viola. Le viola de forma salvaje como es toda agresión sexual.

En todos los casos, si no hay consentimiento es violación. Y ser frío al contarlo, al recordar eso que sucedió, es una forma de entender la realidad. Solo es una forma de ejercer la mirada sobre un aspecto de la realidad que no cambia lo que pasó.

Como siempre he defendido, la explicación de lo que nos ocurre se encuentra en la literatura. La única forma de entender el mundo es crear otro de ficción en el que sucedan cosas que nos preocupan y ante las que los personajes tendrán una reacción u otra. La única forma de entender la realidad es cuestionarse una y otra vez cada cosa. Y eso es lo que se hace en la literatura y lo que es la literatura.

Una violación no es lo que el violador quiere que sea. Es lo que es. Y le puede ocurrir a cualquiera. Eso es lo que es y se puede contar de mil y una formas diferentes. Es lo que es y el agredido puede ser un hombre o una mujer; es lo que es y la condición sexual del violado no se convierte en agravante o atenuante. El violador es un salvaje y no hay que dar más vueltas al asunto.

¿Quiere conocer la zona más árida de todo esto? Acérquese a esta Historia de la violencia de Édouard Louis. Con paciencia y sin juzgar. Merece la pena el esfuerzo y la reflexión posterior a la que invita el libro cuando es cerrado.

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