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Actualizado: 19 ago 2017 / 09:37 h.
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  • Venceremos pero habrá muchos más muertos

Lo que nosotros llamamos terrorismo islámico es una guerra que un sector fanatizado del Islam nos ha declarado. Por lo que observo, no hay que ser un lince para darse cuenta de que en el seno del mundo islámico se están dando, para simplificar, dos conflictos: uno lo mantienen entre ellos y otro con nosotros. El asunto es más complejo porque la historia islámica es compleja desde que murió Mahoma o antes incluso. El mismo Mahoma tuvo que huir de los segmentos sociales hegemónicos de su tiempo para evitar ser destruido pero al final resultó victorioso y con su victoria comenzó otro conflicto dentro de lo que él mismo había creado. Nosotros también llevamos toda la vida matándonos entre nosotros hasta que las dos culturas se han encontrado –ayer y hoy– y las matanzas siguen. Ha muerto ya mucha gente en sus territorios y en los nuestros y vamos a seguir muriendo, es el riesgo de la vida y una realidad que, por lo vivido y estudiado, va a seguir así no sé hasta cuándo. No es el ser humano quien controla su realidad sino que es ésta quien manda sobre su razón.

¿Cuál sería la solución al conflicto para que nadie recibiera la noticia de que un familiar cercano o cercanísimo acaba de morir a manos de un yihadista? Puede que fuera muy simple: que cada cual viviera en su casa y Dios–Alá en la de todos, que se maten entre ellos y que nos matemos entre nosotros, de esta manera que cada cual sufra con sus muertos y busque soluciones para que las matanzas cesen. Pero esto, desde que comenzó la expansión contemporánea de Occidente –sobre todo en el siglo XIX– con sus liberalismos, sus revoluciones industriales, colonizaciones, diversificación y concentración de capitales, búsqueda de materias primas, etc., parece que no es posible. Y menos posible es ahora cuando los países se desvanecen y va apareciendo un solo país llamado Mundo.

En realidad, lo que llamamos terrorismo islámico es un ejemplo de resistencia radical, armada, desesperada, por conservar unas señas de identidad que el viento de la Historia (occidental) se llevó hace siglos. El terrorismo –con toda su crueldad– es un miedo a la libertad, una resistencia a aceptar la realidad de la especie humana que es lo que nos muestra Occidente y es de lo que se ha contagiado el resto del planeta. Al mismo tiempo que un tipo mata a occidentales con una camioneta o con un camión y en Arabia Saudita ajustician salvajemente a presuntos delincuentes o a mujeres infieles, al mismo tiempo que no dejan conducir a las mujeres en algunas partes del mundo árabe o que los maridos no permiten que su mujer acuda a un ginecólogo, las esposas de los altos dirigentes árabes se sienten atraídas por las modas de Occidente igual que les ha sucedido a chinos, rusos y africanos. Pero otros ciudadanos o súbditos del Islam no desean sucumbir ante lo que consideran decadencia occidental. Lo mismo estimaban los regímenes comunistas y miren dónde están, la diferencia es que el comunismo fue un paréntesis en la evolución humana cristiano–mercantil y el islamismo otra cultura en sí.

¿De dónde viene el terrorismo islámico contra Occidente? Lo he insinuado antes y ahora lo digo abiertamente: lo hemos creado nosotros con nuestra cultura de avaricia y de ambición desmedida. Entonces, ¿debemos sentirnos culpables? No, de ninguna manera. Nosotros hemos actuado históricamente, de acuerdo con la sangre, sudor y lágrimas de Churchill pero eso no significa que no debamos realizar autocrítica y propósito de la enmienda. ¿Debemos avergonzarnos por lo que hemos hecho? No. Nosotros nos hemos ido desprendiendo de esa dependencia de lo imaginario para pensar por nosotros mismos, eso hicimos con el Renacimiento, con la Ilustración, con las actuales revoluciones tecnológicas. Hay que conservar esa cultura, la nuestra, porque nos ha costado mucha sangre concretarla y nos va a costar más, dado el miedo a la libertad que también existe en Occidente (se ve en el apoyo al fascismo). Pero tenemos que seguir en esa línea, criticándola: «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» pero no mezclarlos.

Podemos desarrollar autocríticas pero no defender lo otro a costa de lo nuestro, como hacen ingenua y simplonamente desde determinados medios de comunicación y desde los llamados movimientos solidarios. Solidarios, ¿con quién? En el momento en que retiramos o tapamos con flores a los mahometanos que yacen bajo la alegoría del caballo y la espada de Santiago, estamos empezando a perder la guerra. ¿Cómo explicar entonces bien la Historia a las nuevas generaciones?, ¿tapándola, como simples puritanos del sexo? En el momento en que aplicamos buenismos a los demás y nosotros nos colocamos como los malos de la Historia, seguimos perdiendo la guerra porque en la Historia no hay buenos ni malos, sólo hechos, la bondad y la maldad son interpretaciones morales, culturales, los que para nosotros son terroristas para otros son luchadores por la libertad o mártires. No podemos defender otras culturas menospreciando la nuestra, eso es perder la guerra, eso es ser débil, no saber cómo funciona el mundo, sin que ello signifique rechazo absoluto a lo islámico porque le debemos mucho. Sin ir más lejos, nos enlazaron con los clásicos de Grecia y Roma.

No obstante, hay que saber, hoy, dónde se está, la vida empuja a un bando u otro. En el momento en que condenamos la unión Putin–Trump para combatir el terrorismo islámico estamos perdiendo la guerra aunque esta guerra la hayamos iniciado nosotros pero si así ha sido ahora hemos de cargar con las consecuencias, esto va para largo, moriremos muchos más porque, por ejemplo, todos los días tiramos a la basura millones de envases de plástico y de cartón, todos los días necesitamos objetos que cubran nuestros caprichos y nuestras necesidades, creadas en gran parte de forma artificial desde el mercado, no toleramos el más mínimo sufrimiento ni la más mínima arruga, ni la imperfección... Esta adicción a la comodidad y a la inmortalidad necesita productos que mitiguen nuestro mono respecto a una droga llamada inconsciencia, inmadurez. Y esos productos salen del petróleo, del gas que está en el mundo islámico, entre otros lugares. Para tener esas materias primas hemos matado, manejado la política de otros, esquilmado sus recursos, han muerto y siguen muriendo seres inocentes, lo que sucede es que no en todas las partes del mundo tienen una CNN, una BBC, una RTVE. Los árabes consultan una televisión, Al Jazeera TV, que enfoca las noticias de manera muy distinta a como lo hacemos nosotros, hasta su aparición en 1996 el mundo islámico se veía a sí mismo con los ojos de los medios de comunicación occidentales.

Sin embargo, los periodistas de Al Jazeera son perseguidos, primero por las autoridades islámicas y luego por Occidente porque han denunciado bastantes casos de corrupción dentro del propio mundo árabe. Y en estos momentos, a pesar de que se ha descafeinado bastante, aún se pretende acabar con esta cadena que, por cierto, no lo olviden, es la misma que daba a conocer los comunicados de Bin Laden y la misma que nos ofrece fútbol a través de su filial Bein Sport.

Al Jazeera TV nació, sorprendentemente, en Qatar, un pequeño emirato aliado de Occidente y sospechoso de apoyar al terrorismo islámico, un país cuyas empresas son accionistas de empresas relevantes de origen español. El jeque qatarí Sheikh Hamad Bin Jassim Bin Jaber Al Thani, pagó en el verano de 2015, 1.000 millones de euros para hacerse con el 10 por ciento de El Corte Inglés. El jeque catarí Jalid Tani Abdulá Al Tani posee (2016) un 8,2 por ciento del Grupo Prisa en representación de International Media Group.

Por otra parte, una empresa de Egipto es el mayor accionista en la actualidad –junto con la NBC– de la cadena Euronews TV, fundada en 1993 por la Unión Europea con vocación de ser una cadena Todonoticias genuinamente europea para que el mundo comprobara adónde iba Europa, a la concordia bajo una sola bandera. Sin embargo, hoy, su máximo accionista es Media Globe Networks, una empresa propiedad de la familia egipcia Sawiris.

¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué en buena medida somos responsables de este terrorismo? Está pasando que el mundo de los negocios es así, que el dinero, como se ha dicho siempre, no tiene ideología, que todo está mezclado y confuso, que esa dinámica mercantil no presupone que ninguna de las empresas citadas sea terrorista ni sospechosa de serlo pero los hechos nos dan una idea de lo resbaladizo que es el terreno sobre el que caminamos.

Repito: ¿por qué en buena medida somos responsables de este terrorismo? Como indica el periodista Roberto Savio, fundador de la agencia Inter Press Service (IPS), todos los países árabes son artificiales. En mayo de 1916, François Georges–Picot, por Francia, y Mark Sykes, por Gran Bretaña, acordaron cómo repartirse el Imperio Otomano al final de la Primera Guerra Mundial (1914–1918), mediante un tratado secreto que contó con el apoyo del Imperio Ruso y el reino de Italia. Los países árabes actuales nacieron como resultado de un reparto entre Francia y Gran Bretaña sin considerar las realidades étnicas, religiosas o históricas. Algunos de esos países, como Egipto, tenían una identidad histórica, mientras no la tenían los otros, como Arabia Saudita, Jordania, Irak, o incluso los Emiratos Árabes Unidos.

«Las potencias coloniales –afirma Savio– instalaron reyes y jeques en los países que crearon. Para dirigir estos estados artificiales, se exigió mano dura. Por lo tanto, desde el principio, hubo una falta total de participación ciudadana en un sistema político que estaba fuera de sintonía con el proceso democrático que estaba en curso en Europa. Con la bendición europea, estos países quedaron congelados en la época feudal».

Savio ha resumido muy bien nuestro papel en el mundo árabe. Según su análisis, las potencias europeas nunca hicieron inversiones en el desarrollo industrial o en un verdadero desarrollo. La explotación del petróleo estaba en manos de empresas extranjeras y solo después de la Segunda Guerra Mundial (1939–1945) y el consiguiente proceso de descolonización, el petróleo quedó en manos locales.

Cuando las potencias coloniales se retiraron, los países árabes no tenían un sistema político, infraestructuras y gestión local modernas. Cuando Italia abandonó Libia (sin saber que tenía petróleo), únicamente tres libios tenían grado universitario. En los estados que no proporcionaron educación y salud a sus ciudadanos, la piedad musulmana asumió la tarea de dar aquello que el Estado negaba. Fueron creadas grandes redes de escuelas religiosas y hospitales.

Cuando las elecciones fueron finalmente autorizadas, éstas se convirtieron en la base de la legitimidad y el voto para los partidos musulmanes. Por tomar el ejemplo de dos países importantes, Argelia y Egipto, donde los partidos islamistas ganaron, los golpes militares con la connivencia de Occidente pasaron a ser el único recurso para detenerlos.

«Esta síntesis de tantas décadas en pocas líneas –sostiene Savio– es por supuesto superficial y omite muchas otras cuestiones. Pero este proceso histórico abreviado es útil para la comprensión de cómo la ira y la frustración cunde ahora por todo Oriente Medio y la forma que asume la atracción hacia el movimiento extremista Estado Islámico (EI) en los sectores pobres».

De ahí, a los muertos de Francia, Alemania, España... De ahí, a los migrantes que llegan desde Siria, Irak, Afganistán, Libia. En estos países no tenía protagonismo el fundamentalismo islámico, eran en cierto sentido laicos, el partido baasista de Siria o de Saddam Hussein permitía a las mujeres ir sin velo y acudir a la universidad.

Olga Rodríguez, también periodista, escribió: «El ISIS nació al calor de la ocupación y la fragmentación de Irak. El desmantelamiento de las fuerzas armadas iraquíes por parte de EEUU contribuyó a su fortalecimiento. Y la guerra siria fue clave para su crecimiento. Turquía y Arabia Saudí, aliados de Occidente, son territorios epicentros de la financiación del ISIS. Turquía ha permitido el flujo de camiones que cruzan la frontera cargados de petróleo procedente de los campos sirios controlados por el «Estado Islámico».

Vale, hemos sido malos, y, entonces, ¿qué? Antes de llegar nosotros a zonas islámicas o americanas (colonización española) sus habitantes eran malos entre ellos, se asesinaban, como nosotros en Occidente. No es maldad ni bondad, son hechos, es la evolución o involución histórica. Porque hay una constante en la Historia: unos pueblos, unas culturas, invaden a otras y esas otras se resisten. Hemos decidido que tanto en Libia como en Siria o Irak, teníamos en el poder a representantes de Lucifer (y eso que Saddam fue aliado nuestro un tiempo), había que eliminar a esos tiranos que eran una amenaza para nosotros. ¿Ha sido peor el remedio que la enfermedad? ¿Para quién eran una amenaza?

No obstante, y para terminar, a lo hecho, pecho. Autocrítica, sí, pero no rendición ante quienes representan aquello que costó a Europa y EEUU mucha sangre superarlo y aún cuesta porque, por ejemplo, a Darwin siguen prohibiéndolo en el sur de EEUU. Ahora la situación es terrible, no queremos irnos de aquellos territorios, nadie asegura que si nos vamos cese el terrorismo, no nos podemos ir porque hemos creado un mundo lleno de intereses empresariales, consumismo y derroche y como no nos decidimos a cerrar del todo las puertas a las energías fósiles, precisamos no sólo las riquezas energéticas del mundo islámico sino las de Venezuela. En España, desperdiciamos 7,7 toneladas de comida al año, en EEUU, 40 millones de toneladas.

Personas más capacitadas que yo deben saber cómo salir del atolladero, desde luego, así, no, en este contexto depredador con la complicidad del ciudadano occidental, nunca. Con un ciudadano adicto al consumo innecesario que no escucha ni a su conciencia ni a su religión ni a sus economistas más cabales ni a sus intelectuales más informados y sensibilizados, nunca. Y, aún así, Occidente vencerá pero a costa de mucha irracionalidad, de muchos cadáveres. Claro que, para eso, no hay que renunciar a quienes somos porque, a pesar de todo, si me aprietan, dejo a un lado el rigor para afirmar que somos los buenos, en un mundo pestilente y abrasador. Lo que no voy a caer nunca es en los enfoques elementales de la mayoría de los medios de comunicación masivos, menudo periodismo de pacotilla, menudo servicio público que no aporta apenas nada cognitivo y apuesta por emociones, manipulación, morbo, y por dar a los receptores lo que quieren recibir para no perderlos como clientes.