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Actualizado: 22 jun 2018 / 23:27 h.
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Mientras nos llega el turno de la escapada de verano uno aplaca los rigores de esta leña que empieza a abrasar en la cucharadita de mar de una piscina junto al río. En uno de sus refrescantes bordes nos ampara un árbol y tras el árbol un seto y tras el seto un alto muro de ladrillos tras el que nunca se nos olvida que está Ella, tan cercana. Aunque no la veamos, aunque la sepamos de espaldas, aunque al mundo silencioso de su recinto apenas llegue la frivolidad de nuestros chapoteos, Ella está. Igual que el oculto Dios dentro de los Sagrarios cerrados. Alguna tarde se deja sentir con su campana, como abriendo en nuestra mente al menos, el portaje modernista de su capilla, doblegando otra vez los rectos tiralíneas de la arquitectura de su paso a la tierna inclinación de su cuello. Añoranzas de Jueves Santo que en este año no son sino vísperas de una fecha próxima escogida, de la que sus cipreses son manecillas de un reloj en cuenta atrás. Me lo dicen las palomas que suben hasta sus elevadas puntas y bajan hasta mis pies. Me lo dice este lento Guadalquivir en su trecho de lises a ambas orillas. La Dolorosa Reina de Reyes, Cigarrera sobre el barandal de su casa asomada al río, espera emocionada el salto de esta tregua de fuego, con su nombre prometido en las agendas de Octubre. Es un dormir alerta. Una antesala distraída. Lejos parece. Pero yo, cada tarde junto a Ella, sin verla la presiento. Que el calor de la piel se mitiga pero el de su ardiente embeleso crece día a día soñando contemplar mejor que nunca su Victoria.

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