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Actualizado: 22 abr 2018 / 17:36 h.
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Hace unas semanas mis alumnos de bachillerato me miraban con cara de suecos cuando les explicaba el impacto del terrorismo de ETA en la industria del País Vasco. Muchos no sabían ni de la existencia del terrorismo vasco o del llamado impuesto revolucionario. No son incultos, lo que ocurre es que han vivido cuando ETA dejó de ser y nadie les ha contado el terrorismo en España. Hoy parece que nunca fue el olor a goma dos o el 9mm parabellum. Y digo esto porque la pasada semana pasó inadvertido que la organización terrorista pedía perdón por tanto dolor y afirmaba que “no debió de producirse jamás”, algo que me parece excepcional. No cabe duda que estamos ante una gran noticia, que no se la tenemos que agradecer, pero creo que como sociedad la debemos celebrar.

Quizás los enormes pasos hacia la pacificación estén siendo silenciados, cuando no desprestigiados, como estrategia de negociación del Estado –eso no lo sabremos nunca- y la esperada disolución definitiva de ETA en mayo junto a la entrega de arsenales, sea respondida como tufo de derrota, como humillación del enemigo vencido. Quizás sea así. Pero creo que como sociedad nos merecemos una satisfacción, una gran alegría en todo este asunto. Entiendo las estrategias de negociación, pero como sociedad, como ciudadano, quiero ahora disfrutar de saber que no habrá más muertos, más terror, más olor a goma dos, quiero sentirme satisfecho y quiero contarlo. Contarlo para que las generaciones venideras conozcan, sepan y puedan comprender nuestra compleja historia; sólo por eso merece la pena.