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Actualizado: 15 dic 2017 / 22:34 h.
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El anonimato está bien para el Lazarillo de Tormes, pero para cagarse en los muertos de alguien y para proponer vandalismos surtidos a la muchedumbre sería de desear que se exigiera, al menos, el DNI. Corre por ahí la extraña creencia de que todo muro de contención que se le coloque delante a la marabunta es un acto de liberticidio, y no falta en las redes sociales un Calimero que se haga la víctima en nombre de los pobrecitos oprimidos por culpa de esa cosa tan espantosa e inhumana conocida como ley. Desde los speaker’s corners de internet se nos da todos los días el alto en nombre de la ilegalidad, y nosotros, que somos unos pazguatos capullos, vamos, nos detenemos y levantamos las manos en señal de rendición, deseosos de conciliar, de hiperdemocratizar, de meter en la túrmix la rueda de molino a ver si así cuesta menos tragársela. Pues no, corazones. Francia y el Reino Unido, los países menos sospechosos de tramar algo contra las libertades, llevan tiempo intentando cogerle los dobladillos a internet, que aparte otras bondades es territorio del rumor y la noticia falsa, del acoso, del lumpemperiodismo, de la estafa, del espionaje global, de la indefensión y fragilidad del ciudadano, de la vulnerabilidad de la infancia, de la exposición incontrolada de la intimidad, del terrorismo, de nuevos modelos de criminalidad en continua expansión y en constante mutación. Consentir que cualquiera, bajo cualquier identidad, haga lo que quiera y divulgue lo que le plazca sin una mínima garantía no tiene que ver con la libertad de una civilización, sino con su decadencia y su degradación. Que en las redes sociales se jalee el golpismo, se rían las violaciones, se aplaudan los asesinatos y se calumnie sin descanso requiere medidas severas. Y lo que es más difícil a día de hoy: tener valores y principios desde los que aplicarlas. ~