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Actualizado: 20 mar 2018 / 08:36 h.
  • De la nobleza a la resistencia vecinal
    Detalle del patio porticado central de la Casa Grande del Pumarejo. / Jesús Barrera
  • De la nobleza a la resistencia vecinal
    Fachada principal de la Casa Grande del Pumarejo. / Jesús Barrera
  • De la nobleza a la resistencia vecinal
    Este lugar fue declarado Bien de Interés Cultural en el año 2003. / J. Barrera
  • De la nobleza a la resistencia vecinal
    Vista de la escalera. / J. B.
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  • De la nobleza a la resistencia vecinal

El relato de la Casa Grande del Pumarejo es la historia de sus vecinos, de un barrio y de una parte importante de los avatares políticos y sociales de Sevilla. Declarada Bien de Interés Cultural en 2003, en las últimas décadas sin embargo han sido más bien las crónicas de la pobreza y la exclusión social las que han copado las crónicas alrededor de un edificio, de casi 2.000 metros cuadrados, que fue la residencia del conde Pedro Pumarejo, caballero veinticuatro del Cabildo de Sevilla.

Todos estos palacios nacieron, en efecto, como residencias de las familias más prósperas de un Siglo de Oro en que las artes se daban la mano con una sociedad burguesa que nadaba en la prosperidad que le otorgaba todo lo que provenía del Nuevo Mundo. Hoy, la mayoría sobreviven en el callejero de Sevilla, algunas conservando todo el esplendor que un día alcanzaron: Dueñas, Pinelo, Salinas o Lebrija, entre otras. No es el caso del Pumarejo. Una casa, esta, que nunca recobrará el oropel de antaño, que jamás entrará en ninguna ruta para turistas de caché y que, sin embargo, Sevilla... o una parte de la misma, quiere como uno de sus tesoros más rotundamente propios.

Con total seguridad mucho ha tenido que ver en ese proceso de socialización del Pumarejo el hecho de que el lugar se convirtiera en casa de vecinos en 1883. La planta alta se reformó para albergar pequeñas viviendas, y en la baja se establecieron talleres y comercios. Antes, ya en el siglo XIX, muchas de sus estancias se reformaron para servir como el Colegio Hospicio de los Niños Toribios. Contra todo pronóstico, según el arquitecto Jacinto Téllez, «la estructura del edificio prácticamente permanece inalterada lo que permite al visitante comprobar, o más bien imaginar, todas las características que hicieron de este lugar una de las casas de más alta nobleza de Sevilla».

Levantada en el último tercio del siglo XVIII sobre una casa vecinal que adquirió al Monasterio de San Jerónimo de Buenavista, una vez comprada la casa, Pedro Pumarejo en 1775 ordenó derribar más de 70 casas circundantes para tener así el espacio suficiente que diera realce al edificio y facilitase el acceso. De esa forma es como quedó configurada la zona con una plaza frente a la casa palacio.

Pumarejo fue un exitoso mercader de productos de las Indias que rindió hidalguía en Santoña (Cantabria) en 1753 y que se establecería finalmente en Sevilla pocos años después. En 1785 vendió la casa que pasó a ser propiedad municipal antes de ir rotando su propiedad por diversas manos, ninguna de las cuales le prestó atención. «Evolucionó como una casa sin raíces, una moneda de cambio, simplemente una mera inversión que fue desvencijándose con el tiempo», relata Téllez.

Poco o nada ayudó el hecho, hoy olvidado, de que durante la Guerra de Independencia (1808-1814) el inmueble fuera ocupado por las tropas francesas, que la utilizaron como cárcel de la población sublevada. Después pasaría a ser biblioteca, escuela dominical de menores y casa de vecinos, hasta que en 1886 la adquirió otro comerciante, Aniceto Sáenz Barrón, que urbanizó los terrenos de huertas y jardines. Tras su muerte, la Casa del Pumarejo volvería a ser ocupada por artesanos y personas que echaron raíces en sus dependencias. Hoy propiedad municipal, en 2011 un convenio permitió a la Asociación Casa Pumarejo la gestión y la utilización de un espacio que, por sus peculiaridades, es único en Sevilla.

La Casa Grande, como la conocen en el barrio, es de esta forma un lugar abierto de par en par y, al mismo tiempo, un espacio privado en el que conviven los vecinos que habitan en su interior con las múltiples actividades sociales que se desarrollan en las variadas estancias asociativas que hoy tejen la vida del Pumarejo. Apuntalado y en muy mal estado de conservación, la Casa del Pumarejo encierra en su interior un patio central con un importante zócalo de azulejería y unas características columnas de caoba de Cuba, un material rara vez usado en la arquitectura sevillana. «A nadie se le niega la entrada porque los vecinos son los primeros que saben y aprecian que están en un edificio con mucha historia y que merecería recobrar parte de su belleza», opina Manuel Negrín, vecino de San Gil.

Todo en ella es característico de una casa-palacio del siglo XVIII. Desde su altura de dos plantas a la presencia de dos patios porticados; el patio noble de la casa que recibe al visitante y el de servicio. A lo largo de toda la infraestructura pueden advertirse elementos decorativos de estilo mudéjar muy elaborados. En el exterior destaca la portada con balcón. El resto de la enorme fachada está muy cambiada por los diversos avatares del tiempo. Y solo en la esquina de la calle fray Diego de Cádiz existe un balcón en ángulo donde, fijando bien la vista, podremos contemplar el escudo de armas de la familia Pumarejo, primera propietaria del inmueble. Tristemente, todas las yeserías y molduras que adornaban la cara exterior del edificio se han ido retirando con el paso de los años para evitar desprendimientos.

A pesar de su espíritu de lucha e incluso del ánimo revolucionario que destilan sus moradores y sus muchos simpatizantes, de la Casa del Pumarejo emana cierta sensación de nostalgia, puede que incluso de tristeza. El tiempo corre en contra de este lugar. Demasiados años de desidia que solo ahora parecen tener una fecha aproximada de caducidad. En febrero conocíamos que el Ayuntamiento de Sevilla alcanzaba un pacto con la Asociación Casa del Pumarejo para impulsar una rehabilitación por fases que debe arrancar este mismo año. Quizás las únicas que han sacado tajada de este semiabandono son las almas en pena que pululan por aquí. Aunque no son del todo fantasmagóricas. Nos referimos a las rutas teatralizadas en clave de terror que la empresa Molarte realiza, de noche (¡y de madrugada!) en las estancias interiores de una Casa Grande del Pumarejo cuyos vecinos y amantes (que los tiene, en un número mucho mayor que otros palacios de mayor solera) continúan esperando que este corazón de la Sevilla alternativa y militante renazca con fuerza.

UNA ENTIDAD COMBATIVA EN «LUCHA Y FIESTA»

Una Casa Palacio del siglo XVIII en el casco histórico de Sevilla convertida en casa de vecindad. Esas son las señas de identidad de la Casa Grande del Pumarejo, un lugar del que incluso se intentó expulsar a sus vecinos para hacer de él un hotel de lujo. Protegido como Bien de Interés Cultural por la Consejería de Cultura y auto-gestionado por los vecinos del barrio a través de la Asociación Casa del Pumarejo, esta organización «tejida colectivamente por una diversidad promueve multitud de actovidades culturales, artísticas, politicas, sociales y artesanales». Siempre con la doble premisa «lucha y fiesta».