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Actualizado: 14 ene 2017 / 23:02 h.
  • Miguel Rosa Castejón, director del colegio San Jose Obrero. / Jesús Barrera
    Miguel Rosa Castejón, director del colegio San Jose Obrero. / Jesús Barrera

Si usted quiere tener referencias sobre las encrucijadas del sistema educativo en la vida diaria de aulas y patios de colegio, ahora que se albergan nuevas esperanzas de un Pacto de Estado para la Educación, le doy un consejo: en lugar de escuchar a los tertulianos faltones, es mejor que vaya en Sevilla al Polígono Norte y conozca a Miguel Rosa Castejón. Leyendo esta entrevista, y acudiendo mañana lunes 16 a un acto muy emotivo: A propuesta de él, a la biblioteca del Colegio Público San José Obrero le han puesto el nombre de su alumno Rubén Darío Ávalos, paraguayo, de 12 años de edad. Niño con impresionante fuerza de voluntad y pasión por la literatura, que sufre histiocitosis, una enfermedad rara que requiere quimioterapia, lo que le ha impedido muchas veces ir al colegio. Pero ha recibido apoyo educativo en casa y en el hospital. Es un niño que ha escrito ya dos libros, que lee y comenta autores como Roa Bastos, Sábato y García Márquez. Colosal ejemplo para los demás escolares y para toda la comunidad educativa.

Miguel Rosa atesora numerosos premios por los logros al frente de dicho colegio. “El que más valoro es el Premio Andalucía de Migraciones, porque es para todo el claustro. Fue en 2007, y nos vino muy bien como espaldarazo para consolidar la progresión del colegio”.

¿Cuáles son sus orígenes?

Nací en Dos Hermanas hace 59 años. Soy el mayor de cinco hermanos. Mi padre era albañil y mi madre se dedicaba a la costura. Cuando yo tenía 7 años, nos afincamos en Sevilla porque mi padre se fue con mi abuelo de alquiler a un chalecito de Heliópolis, de los muchos que estaban abandonados o en malas condiciones. Ahorrando poco a poco, lograron hacerse con la propiedad de la casa, donde viví hasta los 25 años, cuando me casé y me convertí en vecino de la Alameda, dondo sigo residiendo. Mi esposa es trabajadora social y ejerce en un centro de salud mental. Nuestros dos hijos se están preparando oposiciones para conseguir empleo, él en la Policía y ella a través de Magisterio.

¿En qué colegio estudió?

Estudié en el Claret. Mi padre no tenía dinero para pagarlo, pero en verano le hacía las obras en todo el colegio a los curas, y cuando hacían la liquidación, le quitaban el coste de la matrícula de los niños de Miguel Rosa para el curso siguiente. Nosotros éramos hijos de albañil pero estábamos en el Claret. Y para mí fueron unos años muy buenos. Después pasé al Instituto Fernando de Herrera y, como me gustaba muchísimo la enseñanza, y sentía que era mi vocación, opté por la carrera de Magisterio.

¿Dónde se fogueó como docente?

Tardé doce años en conseguir empleo para dar clases. Entré en la docencia con 32 años. Había terminado Magisterio en 1982, era una época en la que no salían ni interinidades. Yo tenía que buscarme el sustento y me metí en una empresa de construcción. Hice de todo: montar mamparas, fontanería, electricidad,... lo que echaran. Conseguí plaza en 1993 para Educación Física y estuve en colegios de Huelva, Los Palacios, Sevilla, y en 1997 me dieron destino definitivo en el Colegio San José Obrero.

¿Cómo era este centro hace 20 años?

El año 1997 ocurrió un tsunami en este colegio. Las autoridades decidieron acometer la escolarización de los niños que vivían en las chabolas del Vacie. 280 niños, repartidos entre seis colegios ubicados entre la SE-30 y la Ronda de Pío XII. Muchos no habían estado nunca en un aula. Era una decisión positiva y en favor de esos niños, claro. Pero no se había reforzado a los colegios ni preparado a sus profesores para ese reto. Me duele decirlo, pero eran ñiños asalvajados porque vivían sin que los padres les educaran ni les marcaran norma alguna. Cuando bajaban del autobús que los dejaba al lado del colegio, algunos llegaban descalzos, sucios, y se dedicaban a tirar piedras, a romper cristales de los coches. Parecían salir de la España de los años cuarenta y entrar en un ambiente de los años noventa. Y un colegio normal, de hijos de albañiles, de fontaneros, de mecánicos, etcétera, se convirtió en uno desastroso donde esos niños agredían a los demás, les contagiaban de piojos,... Centenares de familias se llevaron a sus hijos a otros colegios. De 1997 a 2001, el San José Obrero pasó de 700 alumnos a solo 400. El ambiente en el claustro de profesores se hundió.

¿De qué manera buscaron soluciones?

En el curso 2001-2002, se jubiló el director del colegio y llegaron a la zona dos nuevos inspectores educativos, Isabel Álvarez y Jaime Pérez Aranda, los dos sensacionales. Yo pensaba pedir cambio de destino, estaba muy desanimado, y me sorprendieron ofreciéndome asumir la dirección. Les dije que no me veía en ese puesto, pero me convencieron. Y acepté si me nombraban por un solo año, me liberaban de dar clases y me otorgaban autonomía, porque era totalmente prioritario dedicar el 100 por cien del tiempo a reorganizar y levantar el colegio. Mi primera decisión: llamé a los demás directores de colegios de la zona, y juntos fuimos a la Delegación Provincial de Educación para proponer tres premisas que nos permitieran solucionar una situación tan grave: no aumentar en ni uno más la cifra de alumnos procedentes del Vacie, para que fueran repartidos entre muchos más colegios; que solo siguieran entrando en cada colegio los procedentes de las mismas familias que ya tenían a sus hijos mayores. Y un inmediato refuerzo de las plantillas, de los recursos económicos y de la formación al profesorado en compensación educativa. Aceptaron, y desde entonces se ha respetado a rajatabla ese acuerdo. Y también han querido que yo siguiera de director de mi colegio.

Cuando las medidas son propuestas por quienes trabajan sobre el terreno, ¿se acierta más?

Si el acuerdo se ha mantenido es porque ha funcionado muy bien. Eso ha permitido que el Polígono Norte no sea noticia de las que alarma a las autoridades. Y es una zona de Sevilla que también tiene muchísimas dificultades socioeconómicas, como el Polígono Sur, y no tiene un Comisionado. Pero evitamos convertirlo en un gueto. No soy racista, pero para encauzar a niños así es básico repartirlos por muchos más colegios y que no superen el 1 por ciento o el 2 por ciento del censo de un centro, y en ese momento eran más de 12 por ciento en nuestras aulas.

Detalle cómo afrontaron ese desafío.

Creamos un gran ropero para dotarlos de prendas. Habilitamos duchas para asearlos nosotros cuando llegaban. Empezamos a forjar una red de entidades colaboradoras: Fundación Gota de Leche para darles el desayuno, el Movimiento por la Paz (MPDL) para ayudar a su integración entre el asentamiento chabolista y el colegio, la Asociación Fakali para la mediación con las familias, y así otros acuerdos con ONG’s. Y en las aulas remontamos el nivel educativo. Y hemos logrado encauzar a niñas extraordinarias, buenísimas.

Vayamos a la raíz: el chabolismo del Vacie no ha desaparecido.

Se calcula que aún quedan unas 300 personas, de las que 100 son niños. No hay la miseria de antaño pero siguen sufriendo muchísimas carencias y están en una situación social extrema. A nuestro colegio ya están llegando niños de antiguos alumnos. Tenemos que seguir luchando para romper el círculo vicioso. Alumnas buenísimas, con vocación de hacer Magisterio, o Medicina, y sus padres las casan cuando tienen solo 14 o 15 años, y han de vivir en las chabolas. Les truncan todas sus expectativas de vida. Y confío en que esas alumnas que ya son madres, cuando sus propias hijas acaben su periodo escolar obligatorio, lo tengan claro: «Lo que me hicieron a mí no lo voy a hacer contigo, tú no te vas a casar, tú vas a ser médico». Cuando eso ocurra una vez, y otra, y otra, se estará culminando el proceso de integración y normalización, del que se dieron los primeros pasos 30 años antes. Creo que lo conseguiremos.

¿Qué le ha aportado más fundamentos para dirigir el colegio, hacer la carrera de Pedagogía o sus años como profesional de la construcción?

Las dos me han servido mucho. Me metí en Pedagogía por mi vocación social, y haber trabajado con mi propia empresa en la calle me ha dado mucho oficio para enfrentarme a todo tipo de problemas y sacarlos adelante.

¿Cuántos alumnos tiene el colegio en este curso?

Ahora hay 402 alumnos y 30 profesores. Se inauguró en 1972 y llegó a tener más de 1.000 alumnos. La cifra más baja fue 370 en el 2003. Desde entonces, está remontando poco a poco. El 50 por ciento de los actuales son de origen extranjero, de más de treinta países distintos. La matrícula se mueve mucho porque a lo largo del curso es frecuente el ingreso de nuevos niños, o su marcha porque sus familias se van de Sevilla o de España. Ese posible caos lo tenemos ya asumido, estamos acostumbrados a darles la atención adecuada y estructurada a cada niño, sea cual sea su edad y su país de origen, dominen o no nuestro idioma. La mayor clave del éxito es que el claustro es una piña: todos a una para coordinar las atenciones y necesidades de cada niño, y para afrontar cualquier dificultad. Es un ambiente de motivación y de ilusión.

¿El sistema de formación del profesorado se ha quedado anticuado?

Quien está haciendo avanzar más la calidad de la enseñanza en las aulas no es el sistema sino el elevado número de profesores que, por voluntad propia, y en contacto unos con otros a través de las redes sociales, se está formando por su cuenta en nuevas metodologías. Hay maestros muy buenos que se están especializando en innovaciones por el afán de aportarles a sus alumnos la respuesta educativa que necesitan para que salgan adelante cuando lleguen a los institutos y a las universidades. Y lo están logrando a pesar de los recortes y de la falta de recursos.

¿Está de acuerdo con quienes dicen que se elaboran legislaciones y planes muy buenos pero lo que falla es su puesta en práctica?

Sí, y pongo un ejemplo: era fantástico el plan Escuela 2.0 para introducir herramientas y tecnologías digitales en los centros educativos andaluces. Comenzó con un impulso presupuestario potente, pero no se mantuvo en el tiempo, se ha dejado de lado. Se pasa de mucho a nada. Y muchos profesores que empezaron a establecer sinergias al darse cuenta de que podían cambiar a mejor su labor educativa, han cogido el relevo y, como buenamente pueden, lo siguen desarrollando porque ven que es bueno para sus alumnos. Es una pena que no sea una labor obligatoria y depende del voluntarismo. Si quisiera la Administración autonómica, podría contar con esa base de profesorado muy bien preparado, y con su saber hacer se extendería la educación de calidad por toda la red de centros.

¿Se está logrando asentar el bilingüismo entre los niños o es solo un espejismo estadístico?

Funciona muy bien el bilingüe de Inglés en nuestro colegio, a pesar de ser un centro de compensación educativa y de difícil desempeño. Cuando llegan al instituto, nuestros niños demuestran que tienen buen nivel de inglés. Por eso me duele especialmente que, cuando tenemos que consolidar esa dinámica, desde la Consejería de Educación no nos conceden el profesor de Inglés que falta en nuestra plantilla. Y además, como tantos colegios, hemos sufrido la decisión de tener que implantar también una línea bilingüe de Francés pero quitándonos un profesor de Primaria para pagarle al de Francés, porque se alega que no hay dinero. Sobre el papel, lo que se impone desde los despachos oficiales se anuncia como un avance. En la realidad, supone empobrecer la calidad del colegio: un profesor menos para apoyos y refuerzos, un profesor menos para Inglés,... Por favor, pongan los pies en el suelo, apoyen lo que funciona y no lo desmonten. Tenemos que sacar a Andalucía del vagón de cola, y hay centros desde los que estamos cambiando eso.

¿Qué resultados obtienen en las evaluaciones oficiales?

En el curso pasado nos hicieron las pruebas por parte de la Agencia Andaluza de Evaluación Educativa, y el resultado es excelente, estamos al mismo nivel e incluso por encima de cercanos colegios concertados que la gente piensa que son mejores.

Cuando hace más de 10 años comenzó a crecer de modo notable el porcentaje de niños de familias inmigrantes, ¿cuál fue la reacción del vecindario?

Pasamos de tener el estigma de ser el colegio de los gitanos a ser el colegio de los inmigrantes, de los extranjeros. Esos sellos que te ponen y es casi imposible erradicarlos. La repercusión real en el interior del colegio no fue tan negativa, porque ya estábamos preparados y adiestrados para recibirlos. Me da mucha pena, y me duele, ver niños que viven en los bloques de pisos justo al lado de este colegio, y salen cada mañana camino de colegios concertados o privados. No disfrutan del colegio de su calle o de su barrio, porque «dicen por ahí que es malo». Y se queda el sambenito del «dicen por ahí». A pesar de los premios al centro, a pesar del nivel que acreditan los alumnos, a pesar del ambiente de buena convivencia, hay gente para la que solo somos «el colegio de los negros y de los chinos»...

¿Lograron apoyos de ONG especializadas en la población inmigrante?

Sí, además de las entidades que ya teníamos como parte de nuestra red de colaboradores, creamos lazos con otras como Codenaf, que ayuda a las actividades por las tardes con niños y con padres, y como Accem, que hace una gran labor de mediación con las familias, y además nos hace de traductores con ellas si hay un handicap en el idioma, ya sean chinos o africanos.

En el claustro de profesores, ¿los hay más especializados en labores de refuerzo y atención especial a familias y niños?

El núcleo duro lo componen la jefa de estudios, una profesora de educación compensatoria, dos profesores de pedagogía terapéutica, una profesora de audición y lenguaje, y un educador social. Con ellos se articulan todas las estrategias para que el colegio funcione y para atender cualquier caso de una manera individualizada, establecemos un protocolo de actuación para ese niño o niña. Y con ellos, y con la intervención del equipo directivo, pivota toda la colaboración de asociaciones y entidades codo con codo. Ya todos esos engranajes funcionan de modo automático, con naturalidad. Detrás hay muchos años de trabajo y coordinación.

¿Les apoyan los padres y madres de las familias de origen sevillano que sí escolarizan a sus hijos con ustedes?

Sí, y son los primeros que nos confiesan su malestar por el miedo que se transmiten unas familias a otras sin causa justificada. Como me decía un padre hace escasos días: «Miguel, no comprendo por qué mi vecina sigue sin tener a sus hijos en este colegio, cuando ven que mi hijo está aquí contento, muy a gusto, habla bien inglés, saca muy buenas notas...». O como me confesaba una joven madre de un niño de primer curso: «Cuando yo entré con mi hijo en ese colegio venía con miedo. Yo veía los premios, conozco a profesores... pero me estaban diciendo que mi hijo se iba a estrellar. Yo venía asustada. Pero ahora me siento la mujer más feliz del mundo porque compruebo qué bien tratáis a mi hijo, qué bien funciona el colegio. Se lo digo a mis amigas para que den el paso, pero no lo hacen».

¿Cómo erradicar esa estigmatización?

Abriendo las puertas a la intervención de las familias, a que trabajen con nosotros y se conozcan. Es la única manera de derribar barreras y prejuicios: conocer al otro. Y que vean que al colegio no le falta de nada: magnífica cobertura de internet, gimnasio bien equipado, por la tarde se hace baloncesto, voleibol, ajedrez, inglés, etc. Hacemos entrar a los padres en las clases, salimos con los niños al barrio, por ejemplo para entrar en las tiendas y hacer cálculos matemáticos con el precio de los alimentos. Así van juntos todos los niños, la gente los saluda... También hemos logrado que muchos padres participaran en la decoración del colegio, que ahora está muy bonito. Es como un centro cívico del barrio, está abierto desde las 7.30 de la mañana hasta las 19.30 de la tarde.

En el periodo de escolarización, ¿hacen alguna campaña?

Sí, ponemos carteles por las calles y por las tiendas. Explicamos cómo tenemos buena calefacción para el invierno y buena refrigeración para el verano, que somos un colegio bilingüe, que tenemos premios, que los alumnos demuestran en el instituto lo bien formados que han salido del colegio,... Pero aún sigue pesando más lo que «dicen por ahí...». Y eso que el colegio está literalmente rodeado de bloques de pisos, desde los que puede verse el ambiente del colegio, y darse cuenta de que no genera incidencias en el entorno.

La población inmigrante llegó en su mayor parte cuando el boom económico de la construcción. ¿Cómo ha influido en el colegio las penurias laborales que están pasando muchas familias autóctonas o extranjeras?

En nuestra labor educativa con los niños ha influido poco, ni ha bajado el rendimiento. Son alumnos con hambre de aprender, tanto los nacidos en Sevilla como los procedentes de otros lugares. Sí se ha notado la crisis en la necesidad de atender más a los padres. Es incuestionable que los centros educativos nos estamos convirtiendo cada vez más en centros de servicios sociales. Ha subido mucho la demanda de aula matinal, necesitan dejar a los niños a las 7.30 para buscarse la vida trabajando donde sea. Damos a diario 30 desayunos, que ya no son a los niños procedentes del Vacie, porque a éstos se les dan allí mismo. Y aún más ha subido la demanda de comedor. Almuerzan en el colegio 200 niños, todos subvencionados porque son familias con graves dificultades económicas. Y hay 40 niños más en lista de espera.

Con su prestigio, ¿han conquistado un margen de maniobra para ser más autónomos a la hora de tomar decisiones?

Una parte de nuestro éxito, que es mérito de todo el claustro, es tener siempre una actitud flexible para atender tanta diversidad. Y estar convencidos de que cuando hay un problema con un alumno o con una clase, es un problema que atañe a todo el centro, la solución atañe a todos. Entre todos hemos de contribuir al proceso de modificación de conductas. La palabra convivencia es la base del sistema educativo. Y la convivencia no se educa desde una asignatura, sino desde todas. Para eso, procuramos que el curriculum no nos encorsete. Entre nosotros tenemos muchas reuniones, nos comentamos muchas cosas.

¿Cómo se coordinan con los institutos de Secundaria?

Hemos mejorado en eso porque, hace muchos años, constatamos que sufrían un choque muy grande porque no estaban acostumbrados a que les situaran en filas y tuvieran delante durante muchas delante el cogote de un compañero, y no pudieran moverse. Habíamos trabajado con ellos en dinámicas de equipo, en espacios abiertos. Hablamos con los directores de los institutos y todo mejoró. Yo les decía: «Darles cancha, tienen un gran bagaje en habilidades y competencias, favorecer que sean creativos, que trabajen a su aire». Y les va muy bien.

Los colegios más avanzados del mundo son ahora los de aulas más grandes donde dos o tres profesores trabajan simultáneamente con los niños, sea cual sea la materia, enseñando de modo más participativo para estimular el saber hacer. ¿Ustedes también van por esa línea?

Poco a poco. Para ello, tenemos que superar un handicap muy importante: el curriculum que hemos de impartir está totalmente parcelado por asignaturas, y eso mata la creatividad. Es un planteamiento anacrónico, ya desfasado, de los tiempos de Descartes y después de la Revolución Industrial. Si no desaparece ese modelo de curriculum cerrado, difícilmente podremos avanzar en ser escuela creativa. A pesar de todo, se intenta, y tenemos tres profesores trabajando en una clase. Y si una chica o un chico tiene problemas con el aprendizaje de un idioma, por narices hay que interrelacionarlo con todo los conocimientos.

A su juicio, ¿son conscientes las familias, los docentes y los organismos públicos de nuestro entorno sobre la revolución mundial que supone disponer libremente a través de internet de mil y un formatos para enseñar y aprender al más alto nivel de conocimientos y calidades?

Percibo a la sociedad muy despistada sobre cuál es la finalidad de la escuela en el mundo de hoy.

Estamos en un impás donde se siguen impartiendo conocimientos a alumnos sin saber muy bien si realmente eso va a tener validez o no. Al menos ampliamos el foco desarrollando competencias, creando en los niños más habilidades, desarrollando al niño en destrezas que le pueden ser útiles para muchas más cosas. Esa amplitud del foco ayuda a formarles mejor como ciudadanos, a que sean personas pacíficas, a que valoren la convivencia y la empatía.

Dígame un ejemplo de cómo lo lleva a la práctica en el aula

Doy Matemáticas en Quinto y Sexto de Primaria. Para enseñarles y explicarles los números positivos y los números negativos, le digo a una niña boliviana, ¿de dónde eres? Responde: «Soy de Cochabamba, en Bolivia». Y navegamos por Google Earth, mostramos Cochabamba y dónde está, y su altitud: 2.574 metros sobre el nivel del mar. Y entienden qué es un número positivo. Con otro niño, buscamos un submarino hundido en la Segunda Guerra Mundial. Está a 480 metros de profundidad, por debajo del nivel del mar. Y entienden qué es un número negativo. Pero lo más importante es que a la vez se crea comunidad, se comparten conocimientos sobre orígenes, pertenencias, valores, sobre los episodios históricos. Y van sumando enseñanzas que les van a valer más en la vida.

Los premios otorgados no han hipotecado su libertad de criterio y de opinión.

Hay sectores a los que no les gusta lo que digo. Yo sigo hablando igual de claro. Hablo con el corazón y con la perspectiva de un centro educativo que funciona bien y desde el que le hemos dado respuesta adecuada a una población muy complicada y muy difícil. Nuestros alumnos salen preparados.

Como ciudadano, enjuicie la evolución de Sevilla

Hablo desde mi independencia de criterio, no estoy afiliado a ningún partido político. Creo que está funcionando ahora moderadamente bien. Es una ciudad con bastantes más posibilidades de las que ofrece. No pone en valor muchas cosas que se hacen bien. Por ejemplo, desde escuelas y desde asociaciones. Por eso el extranjero no percibe lo mucho que hay de interés. Las tentativas de modernización no terminan de romper con la dinámica cateta. Falta un gran pacto de gobierno en el Ayuntamiento para avanzar todos juntos con un proyecto común de ciudad.