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Actualizado: 22 abr 2018 / 08:56 h.
  • Nómadas entregados a Cristo
    Emilio Gabás, pastor de la misión evangélica ‘Cristo es la respuesta’. / Txetxu Rubio

Emilio Gabás tenía una vida fácil en Cartagena. Trabajo estable, incluso bien remunerado, en una empresa que era santo y seña de la ciudad que lo vio nacer: Seguros La Estrella. Allí ejercía de contable, con sus tardes libres, sus fines de semana sin pelmazos al teléfono y con toda la seguridad económica y laboral que cualquier hijo de vecino puede desear en los tiempos que corren. Sí, tenía pinta de que la cosa era aburrida, para qué vamos a engañarnos. Se trataba de un trabajo casi mecánico, metódico y repetitivo hasta el extremo. De ese tipo de ocupaciones en las que día tras otro se descuelgan páginas del almanaque sin más aventura que se han acabado las grapas, esta póliza hay que renovarla o venga que vamos a abrir otro infame siniestro por tubería rota. La verdad es que duele con solo imaginarlo...

El caso es que Emilio tenía asuntos latentes. El hombre, por entonces un chaval, sentía que vivía en un particular stand by, siempre en estado de espera. Llamémoslo equis. No, el problema no era el aburrimiento. Nada que ver. Hablamos de asuntos más hondos. De esos que, como la procesión, se llevan por dentro. Su fe evangélica, abrazada desde los albores de la infancia, bullía. Y tan fuerte era esta voz interior que lo llevó dar el paso más temido por el humano: el que te saca de la zona de confort.

Gabás cruzó la frontera. Lo abandonó todo. Mando al mismísimo diablo la vida acomodada en el sector asegurador y se echó al monte de la religión evangélica: se hizo misionero, adoptó una existencia nómada y dejó su alma a merced de Dios. «Estaba convencido de que él me sostendría, y así ha sido». Ahora, más de 20 años después, se nos sienta enfrente, con una biblia gastada y su rictus sereno, amistoso. Porque el hermano Emilio tiene cara de buena persona. Un semblante cercano, reposado y confiante que ayuda, y mucho, en esa tarea de relaciones públicas que ahora asume en la misión Cristo es la respuesta. Tanto es así, que abre la boca y se disuelve hasta la mínima duda: Emilio es un nómada entregado a la fe. Por eso, es perfecto que sea él quien haga el relato de su destacamento.

Pero empecemos por el principio. Hace frío fuera. Corre un viento gélido en el corazón del Aljarafe, donde además llovizna. Estamos en Espartinas, en una explanada de titularidad municipal ubicada junto al recinto ferial y la Plaza de Toros, lindante con una avenida de trajín incesante de vehículos en uno de los pueblos dormitorio de la corona metropolitana. Desde hace pocas semanas, en este descampado se asienta una auténtica ciudad efímera: viviendas unifamiliares con terracita incluida, escuela y biblioteca, sitios para comer y un centro comunitario multifuncional que hace las veces de iglesia, lugar de reunión y hasta de celebración. En la entrada, en lugar de la señalética con el nombre de la improvisada urbe, reza –nunca mejor dicho- un «Bienvenidos» a la misión evangélica «Cristo es la respuesta», que además, despeja dudas al curioso: «entrada libre».

A la hora acordada, Emilio emerge desde las caravanas que forman la improvisada villa. Como se refirió, él hace las veces de relaciones públicas en la misión evangélica y será nuestro cicerone particular en una visita que busca revelar el modus vivendi de estas gentes que entregaron su vida al credo. Trashumantes de fe, dedicados, casi en cuerpo y alma a prodigar un mensaje en el que creen a pies juntitos, como Americo Nascimento, un portugués que reposa tranquilamente, pese a la rasca, en una hamaca con pinta de ser cómoda, en el porche de su caravana-casa. Este Lisboeta narra haberse unido al convoy de la misión evangélica hace más de tres décadas, explicando que en sus inicios esta comunidad se movía por otras latitudes, como Italia, hasta asentarse en España.

Actualmente conviven una treintena de personas de distintas nacionalidades, pasando el invierno de Andalucía y moviéndose por todo el territorio peninsular, «con predilección por el sur», reconocen. El objetivo no es otro que «difundir el mensaje», sin más intención que «predicar el Evangelio». «¿Convertir a más personas? No. No tenemos poderes para hacer conversiones, como mucho, esas personas de forma libre pueden convertirse al Señor, nosotros solo le señalamos el sendero». Por eso, su razón de ser es moverse: «Vamos cambiando para ir trabajando en distintos sitios». En este caso, el término trabajar se refiere al intento de propagar un credo que en España se estima alcanza el millón y medio de adeptos, con un crecimiento exponencial desde la entrada del nuevo siglo.

La ciudad evangélica portátil, asentada sobre este descampado antes del próximo cambio de sede, «luego vamos a La Algaba», tiene su particular centro escolar. Se trata de uno de los grandes camiones, perfectamente habilitado como escuela, con mucho aroma colegial: pupitres de madera, mapas en la pared y libros apilados. Allí aprenden los niños de la comunidad, aleccionados por Luisa Nascimento, la esposa de Americo. Todos están en la misma clase, aunque pertenecen a cursos distintos. En cualquier caso, sus expedientes están reglados ya que los exámenes los realizan de forma presencial en centros conveniados, con lo que realmente la itinerancia de su vida no es problema para el desarrollo académico.

En el día a día de la misión se destaca la vida en comunidad. Cada miembro tiene asignada una tarea, desde el relaciones públicas hasta la maestra, pasando por el cocinero –hay una cocina comunitaria-, el carpintero, los músicos para las celebraciones, los encargados de la logística que requiere montar todo el campamento, o, entre otros, el pastor, Simón, que oficia las ceremonias. Aquí se trabaja, eso sí, sin sueldo: «Ponemos a disposición del grupo nuestros dones». Una isla imaginaria donde el dinero queda relegado a un plano más mundano: «Lógicamente lo necesitamos, y se obtiene de las aportaciones que nos hacen personas de todo el mundo». Emilio señala también que antes de aterrizar en este descampado de Espartinas, por poner un ejemplo, acuerdan con las autoridades locales todo el papeleo de su estancia, así como con los proveedores de suministros: luz y agua. «Antes de llegar a un destino, se estudian las condiciones, con toda la documentación en regla». Suelen permanecer unos 70 días en cada lugar, y además de la localidad aljarafeña y La Algaba, la provincia de Sevilla tiene otros rincones que ya conocen su caravana, como Camas, Palomares o Coria.

Continuando la visita, suena de fondo una melodía. Procede de la carpa principal, que a primera vista se podría confundir con un circo, por apariencia externa. Lo anterior describe su forma. En el interior, calefactado, hay varios bancos, ocupados por una veintena de personas que parecen tararear la pegadiza canción que suena, en la que se identifica varias veces la palabra Jesús. No es una misa, pero sí se oficia una celebración: el pastor conduce la escena, dando la palabra a distintos sujetos que narran sus testimonios. Así es como sube al estrado un joven latinoamericano, que se identifica como un «expandillero» salvadoreño: «Debería haberlo dejado antes. Yo bebía, fumaba. (...) Ahora sigo mirando atrás, por si me atacan por la espalda».

Su revelación es la de muchos otros, que en estos encuentros religiosos más cargados de experiencias humanas que místicas, destapan su alma para contar a propios y extraños cómo fue su conversión al Señor, y «cómo les ha ayudado en su vida». Como a Emilio Gabás. Que sentado en un banco lateral, en segundo plano pero concentrado en una experiencia que repite cada viernes, desprende un brillo especial en su mirada. La vida misionera lo transformó de vendedor de seguros soltero a todo un padre de familia que respira e inspira a través del Evangelio. Y a simple vista, parece feliz. Muy feliz.